"¿Usted casaría a dos gais?", le ha preguntado Aimar Bretos en la SER al nuevo arzobispo de Madrid, don José Cobo. La primera en la frente para recibir a monseñor en el cargo. Por lo menos le ha preguntado por dos, y no por tres o cuatro. Todavía no estamos en el punto de pedirle a la Iglesia que se abra al poliamor.

"Ante todo, no hagas daño" es un principio lleno de belleza que rige la práctica médica y por el que sería bueno guiarse siempre también en la conversación pública. A veces, parece imposible. Se te lanza un tema a la cara y, con unas pequeñas pinzas, tienes que ir apartando el tejido con mucha delicadeza para afrontar el asunto sin dañar zonas sensibles

Por si alguno tiene dudas, la respuesta del arzobispo ha sido "no". No los casaría. No habrá sido satisfactoria para quien quizá esperaba que el arzobispo de Madrid fuera a ser otra cosa que lo que su cargo indica.

Pero la contestación de don José Cobo es digna de admiración porque ha sido, a la vez, delicada y verdadera. Porque no sólo ha dicho que él no casaría a dos gais, sino que ha explicado que el sacramento no se otorga a gusto del consumidor, gay o no, pero que la Iglesia sí acompaña a todo el que lo desee, gay o no, a buscar la felicidad.

El nuevo arzobispo ha conseguido, con un tema que roza lo más íntimo de muchas personas, cumplir con el principio hipocrático. 

El matrimonio es un sacramento del que don José Cobo no puede disponer según su preferencia. Por eso, acierta el arzobispo al hablar como quien no responde de sí mismo, sino que es depositario de un tesoro que no le pertenece.

"A mí me interesan los sustantivos, no los adjetivos", es una de las mejores frases del papa Francisco durante el polémico documental de Jordi Évole. Cobo es quizá un sacerdote que recoge ese testigo del pontífice: "En nuestras parroquias, antes de decir sacramento sí o sacramento no, decimos 'puerta abierta y contigo estamos a muerte".

La pregunta de Bretos es facilona porque no esconde un interés real por conocer la respuesta que la Iglesia ofrece a la persona homosexual, sino una trampa al entrevistado. "Retrátese", es la invitación. 

Sólo hay una pregunta peor en la media hora de conversación:"¿El celibato crea monstruos?". Así, literal. La respuesta también ha sido "no", por cierto. Menos mal, porque sólo en Madrid hay muchos miles de personas célibes. A ver si esto era un apocalipsis zombi y nosotros sin enterarnos. 

"La experiencia de fe nos puede llevar también a vivir, a ofrecernos y entregar la vida de otra manera. [El celibato] es una bendición dentro de la Iglesia", ha dicho. ¿Una afirmación en menos de 30 segundos que identifica el celibato con la entrega y no con una personalidad reprimida? Que alguien le dé un Premio Ondas a este cura.

No hacen justicia estas preguntas a la entrevista completa, que, en defensa de Aimar Bretos, es inteligente, profunda y divertida. Sin embargo, como humilde sugerencia, sería interesante hacer algunas preguntas más. 

La primera, al propio Aimar Bretos, sobre por qué la sociedad laica y aconfesional está obsesionada con transformar los sacramentos de la Iglesia Católica para laicizarlos e incorporarlos a su nueva antropología.

Cuando se clama pidiendo que la Iglesia se adapte y se transforme a los tiempos, lo que se está manifestando en realidad es la necesidad de que la institución católica haga de asidero a una sociedad que ha colocado el desarraigo en su núcleo

"Queremos vivir a nuestra manera, pero que la Iglesia Católica nos dé su aprobación", parecen querer decir. ¿No será que el mensaje cristiano ofrece una construcción de lo humano más definido que otras opciones? ¿Y quizá precisamente por su condición de eterno? 

En cualquier caso, también sugeriría continuar un rato más con la entrevista a don José Cobo. Porque la pregunta de Aimar Bretos, formulada de otra forma, es, en realidad, muy legítima. Especialmente para la persona que está en el centro de esta conversación: la persona homosexual y creyente.

Dejando al margen lo que el arzobispo haría o dejaría de hacer, a lo que alude Bretos es, en realidad, al desgarro interno que llevan dentro muchos gais que persisten en buscar respuesta a sus interrogantes en el seno de la Iglesia Católica. No es fácil, es confuso, es doloroso y lo mejor que podemos hacer el resto es callar y dejar que cada uno viva su historia personal. El tema merece, como mínimo, la sensibilidad que ha mostrado don José Cobo. 

Porque, ojo, no se escapa el detalle de que la palabra 'pecadores' ha sido utilizada una sola vez, sólo para referirse a la Iglesia y conjugada en primera persona del plural.

Así que quizá las siguientes preguntas deberían ser para esa persona homosexual y creyente por la que Bretos parece querer interceder. "¿Por qué crees? ¿Te da esta Iglesia, que no te administra el sacramento del matrimonio, las respuestas que necesitas para ser feliz? ¿Qué buscas aquí que no encuentras fuera?". Escucharía con interés esta entrevista para, fundamentalmente, aprender.

Y, por último, hay muchas preguntas que hacer a la Juana. Por favor. Que alguien entreviste a esa Juana que conoció el arzobispo y que, con un marido maltratador y cinco hijos fallecidos de sida, todos los días se sienta delante del sagrario. 

"¿Cómo puede permitir Dios eso?", nos sale preguntar y, de hecho, pregunta Bretos. "¿Y cómo Dios permite que su Hijo muriera en una Cruz?", responde Cobo, haciendo gala de esa manía tan desagradable que tiene la Iglesia de contestar a una pregunta difícil con otra más difícil.

Así que, que le pregunten a Juana. Porque quizá la respuesta que dé sea la más valiosa y en ella radique el quid de toda la cuestión. ¿Cómo concilia el ser humano una fe ciega en un Dios que le ama de forma incondicional con su vida diaria, llena de sufrimiento?

Nadie sabe la respuesta. Es una cosa que se vive. O sólo Dios la sabe. O Juana. Quizá por eso el resto nos tenemos que conformar con hacer preguntas más sencillas a un sacerdote. Y quedarnos perplejos cuando las respuestas son complejas.