Ustedes, los lectores digitales, se despistan más fácilmente que aquel que lee en papel, por eso soy partidaria de tratar solo un tema por artículo. Pero hoy voy a dispersarme, no me gusta pero la ocasión lo merece.

Como entrante en este desbarajuste de columna, tenemos la lentitud del Gobierno para frenar desde la raíz esta catástrofe, y me repito más que el ajo, pero frente a la barbarie hay que ser pesado. Ante la duda, señores gobernantes, no tengan miedo de copiar, que no estamos en el colegio, no pasa nada si el alumno tonto copia al listo, que es Alemania, tampoco está tan lejos. Mejor eso que amontonar muertos, créanme.

El conato de llenar supermercados y farmacias de niños todavía me bombea en la cabeza, porque ahí me di cuenta de lo que encierran sus cocos, señores gobernantes: la nada, el eco, el caos.

Ya escribí sobre la sabia decisión de cerrar los centros de investigación al comenzar el encierro. Aplastar de un manotazo la posibilidad de estudiar aquello que nos está matando, meter en sus casas a los únicos que pueden sacarnos de esta situación surrealista. Señores gobernantes, son un poco como el perro del hortelano, que ni cura, ni deja curar.

Lo de los presupuestos en materia de ciencia, también de traca, no de ahora, sino de siempre. Ahí están los curadores, buscando apoyo privado para financiar sus investigaciones. A mí se me caería la cara de vergüenza, señores gobernantes, pero a ustedes no, claro, porque de eso andan justitos, como de brillo intelectual. Quiero a gente lista ahí arriba. Eso también lo he escrito antes, pero lo repito por si aparece algún voluntario de coeficiente intelectual razonable.

Seguimos con las mascarillas, que pasan de prescindibles a obligatorias, magia potagia. Podríamos continuar con la rebaja en los requisitos académicos con tal de disfrutar becas universitarias. Que la democratización de la educación es lo que tiene que ser, ojo, pero contextualizando el momento de la decisión y priorizando: andamos en medio de una cuarentena catastrófica para la economía y en este país hay personas que llevan dos meses sin cobrar el ERTE.

Democraticemos primero el plato en la mesa y el agua caliente, porque los libros están muy bien, pero lo de la nutrición y la vivienda van por delante, perdónenme. Y lo del presupuesto para investigación, no se olviden. Apúntenlo, que nos conocemos.

Hay que controlar la libertad de circulación y de reunión para que no volvamos a lo de hace dos meses, muy de acuerdo, pero paséense por Malasaña a las ocho de la tarde, o por cualquier plaza madrileña un domingo soleado. Nadie diría que hay cuarentena, ni bicho, ni algo que haga desaconsejable que se amontonen cientos de personas y charlen animadamente a menos de medio metro y sin mascarilla.

Nos mandan los que nos merecemos, ni más ni menos. La irresponsabilidad y el pasotismo aquí van en vertical y en horizontal de extremo a extremo. O nos controlan o nos descontrolamos, a ver cómo solucionan eso.

Vamos con lo de las fases. En breve, espero, pasaremos a la 0,83. Me parto.

De la apertura de los colegios no sabemos nada y de las medidas de conciliación mucho menos. Señores gobernantes, esas medidas, apunten, las tienen que tomar ustedes para que los padres puedan ir a trabajar. ¿Qué contratemos una niñera? Tienen la mala costumbre de cobrar y les recuerdo lo de los ERTE, cuál es el sueldo mínimo, etc. ¿Que les dejemos con los abuelos? Peligro de muerte, que también se les olvida. Lo de la conciliación, en su lista, también debería ir antes de las becas. Padres que trabajan, hijos que pueden ir a la universidad, que se me lían con los eslabones de esta cadena.

Y voy terminando, no sin antes observar que sí he conseguido centrarme en un solo tema: la chapuza generalizada. Me quedo tranquila. O no.