A Pablo Casado le han entrado las prisas de los apostadores impulsivos que lo han perdido casi todo en las carreras de caballos y deciden jugarse el "casi" final al primer rocinante que les pasa por delante. Dice ahora el líder del PP que Vox es la ultraderecha, Ciudadanos la socialdemocracia y el PP, atentos que vienen curvas, el centroderecha. Y luego llaman veleta a Albert Rivera. Aunque son buenas noticias. Eso quiere decir que, en la cosmovisión de Casado, aún queda espacio para un cuarto partido, este de derechas a secas, entre Vox y el PP. Éramos pocos y parió la burra. 

La autocrítica, en fin, se la ha hecho el PP en el lomo de Vox y de Cs. El domingo a las 20:00, Santiago Abascal era un futuro socio de Gobierno. A las 22:00, poco más que ese facha carpetovetónico que se ha tirado la vida cobrando de "fundaciones, chiringuitos y mamandurrias". El domingo al mediodía, Albert Rivera podría haber sonado perfectamente como futuro vicepresidente de la Nación en un Gobierno de coalición con el PP. Ayer, según Rafael Hernando, sólo era el "cómplice útil" para que Pedro Sánchez siga en Moncloa, además del saboteador de Rajoy en la moción de censura de 2018. 

Al nuevo PP bajo en calorías derechistas le está costando, en fin, pillarle el tranquillo a eso de la moderación. De momento, la cosa les está saliendo regulera y el efecto en el espectador es algo así como el de las conversaciones esquizoides de Gollum con Smeagol en El señor de los anillos: "El centroderecha es nueeestro… ellos nos lo han robado… sucios, rastreros, mentirosos… ¡naranjitos! ¡malos, traidores, falsos!… nooo, nooo, el centroderecha es mi amigo, el centroderecha me cuida… ¡tú no tienes amigos, nadie te quiere, tú eres la derecha sin complejos!… ¡vete, vete, no te escucho, el centro es bueno, te odio!".

El PP debería serenarse. Algunos detalles juegan a su favor. O, por lo menos, no juegan en su contra. El principal es que el éxito de Vox ha sido moderado. 2.600.000 votos podrían haberse convertido en una hemorragia letal para cualquier otro partido en cualquier otra circunstancia. Pero quien más, quien menos, se esperaba tres o incluso cuatro millones de votos. Y las percepciones cuentan. Un Vox a media docena de escaños del PP habría sido visto como el nuevo voto útil de la derecha. Pero yace a cuarenta y dos. Un mundo.

¿Y qué quiere decir eso? Quiere decir que el votante de Vox anda pensando ahora mismo "¿para qué ha servido mi voto?", y el de Ciudadanos "¡qué bien he votado!". Dicho de otra manera. El PP no tiene nada que rascar en Cs, que es un partido al alza. Pero sí tiene mucho que rascar en Vox. ¿Y qué hace Casado? Centrar el partido a cachiporrazos para convertir el PP en el PP que habrían diseñado Soraya Sáenz de Santamaría o Alberto Núñez Feijóo. Pero es que para eso ya están Soraya o Feijóo.

"Entiendo que Pablo Casado está haciendo esto por su propia supervivencia", me cuenta una fuente cercana a la cúpula del PP. "Pero Casado no es un gran líder, como se ha demostrado este domingo. No es un buen cabeza de cartel. No tiene carisma. No conecta con la sociedad. No tiene experiencia de gestión. No puede vender nada más que su juventud. Entonces, ¿por qué querría alguien votar a Casado? Por sus principios. Y frente a esa evidencia, ¿qué hace Casado? Renunciar a sus principios en su momento de mayor debilidad". 

"¿Cómo se le ocurre apelar al voto útil en lugares como Madrid, donde Cs le ha dado el sorpaso al PP? El voto útil ahora es Cs", añade mi fuente. "Y eso por su flanco izquierdo. Pero es que por el flanco derecho, ¿qué hace Casado? Insultar a los votantes que se han ido a Vox. El resultado es que los votantes de Cs no van a votar al PP, porque Rivera es ahora el caballo ganador, y que los votantes de Vox, a los que acaban de llamar poco menos que nazis populistas, ven que Casado insulta a Abascal con el tema de la mamandurria de Esperanza Aguirre, como si él hubiera sido el director de un bufete de abogados internacional".  

Si yo fuera Casado, me comería un KitKat. Entre la pachorra de Mariano Rajoy el Sosegao y el pollo sin cabeza que se estampa una y otra vez contra las paredes del corral debe de existir, intuyo, un virtuoso término medio. Le urge al PP encontrarlo o, en junio, del partido puede que no queden ni los huesos