El símbolo es el coche patrulla de la Guardia Civil. El coche patrulla cautivo, desarmado y tuneado, escupido. El coche de los picoletos que describió Gasparet, como si el gamberrismo permitido y consentido desde las élites del nuevo paisito fuese la gasolina de este mayo francés: de este mayo francés donde debajo de los adoquines está el pujolismo remozado, mirando por encima del hombro al de fuera. Feliz de que las algaradas se agiten y se encabronen a juzgar por los directos de Ferreras. El coche patrulla, roto, como si Arran le hubiera dado la vuelta al Romancero Gitano de Lorca. En Catalunya Radio animan a delatar el paso de los furgones de la Guardia Civil, que no es estrategia militar de Von Clausewitz, sino práctica perfeccionada entre Pablo Escobar y los briosos borrokillas de Alsasua.

Pasa que en Cataluña, al sol suave del verano que boquea, no se toma un palacio de invierno sino que se secuestra la democracia a huevazos, y que bajo la consigna de machacar al picoleto, escrachar al tibio, están los presupuestos de la nación encontrándose a sí misma. No es la primavera de Praga, sino la CUP con sus bragas; cargadas de futuro. Es el suicidio de una región con cerveza calentorra un año glorioso que el Barça no ganó la Champions.

Jamás un pusilánime de provincias como Puigdemont vio cómo su paso transitivo por las moquetas y los techumbres góticos del poder le iba a dar para tanto. El seny del que no se bajaban los telediarios hace no tanto, no fue más que el señuelo para cobrar de Madrid un autogobierno devenido al odio acendrado de lo español en tres generaciones; el nacimiento de sanos gudaris prestigiados en la banca y en la lucha callejera: cambiaron quizá las condiciones objetivas.

El seny ha degenerado en Colau y sus melindres, y toda una región echada al monte a raíz de Puigdemont en tuiter, que no es precisamente Napoleón junto a sus tropas. Yo pienso en el coche patrulla, y esa quinceañera de Pedralbes con un paloselfie que retrata su Árbol de Guernica. Es la escena fundacional de una república catalana nueva, anclada en las instituciones históricas del pueblo y que mira hacia el futuro desde el flequillo a tiralíneas de Gabriel: Cataluña será femenina o no será. Arrancar el parachoque es la acción libertadora. Un trozo del retrovisor, una reliquia del muro de Berlín sobre la cual erigir una rotonda o un parque perirubano de La Pau en los marjales al sur de Barna.

Supimos que el Follonero fue a entrevistar a un acorralado Puigdemont con esa falsa equidistancia, y el mismo buen rollito que con Otegi, otro meritorio que busca una consellería ahora que Hipercor quedó tan atrás. De aquí al 1-O habrá tensión, y Dios no quiera que cardenales. Entre la proporcionalidad y la oferta de dialogo, la calle será suya y las farolas rotas del botellón.cat las pagaremos todos. Los botiflers por omisión.