La fiebre de las constelaciones de satélites no ha hecho más que comenzar y ya existen algunos estudios que apuntan a que pueden causar importantes daños a la capa de ozono. Y es que tener miles de satélites orbitando la Tierra, como los que pretende lanzar el Ministerio de Defensa de España, no solo impide a los científicos hacer su trabajo bloqueando la observación del firmamento.

Por el momento, uno de los proyectos de constelaciones más grandes que se están cociendo tiene relación con Elon Musk y su Starlink. Este servicio de Internet por satélite -que en poco tiempo tendrá cobertura mundial- ha concentrado todas las miradas en las órbitas bajas de la Tierra como el mejor emplazamiento y también ha sido objeto de denuncias medioambientales por contaminar las capas altas de la atmósfera.

La capa de ozono, esa que protege a la Tierra de una parte importante de radiación ultravioleta, lleva unos años recomponiéndose tras unas cuantas décadas de emisión de gases CFC. Ese CFC estaba presente -entre otros- en compresores frigoríficos o sprays y era uno de los culpables del agujero en la capa de ozono que ahora parece verse afectada por los satélites.

Pero ahora la amenaza se sitúa justo al otro lado de la atmósfera. Si bien la humanidad ha dejado de usar CFC de forma generalizada, el incremento sostenido de lanzamientos de satélites y su futura reentrada al finalizar su vida útil producirán un efecto agujero muy similar al que se podía ver en décadas pasadas.

Satélites contaminantes

Actualmente, hay unos 5.000 satélites activos en alguna de las órbitas bajas de la Tierra y dentro de muy poco tiempo habrá unas decenas de miles más como parte de iniciativas públicas y privadas.

El cohete Vega con el satélite Ingenio antes del despegue

Solo Elon Musk planea lanzar 40.000 satélites de Starlink en los próximos años, a los que hay que sumar otros cuantos miles de la constelación de Jeff Bezos y de los diferentes programas llevados a cabo por otras compañías privadas y por instituciones públicas.

Cuando un satélite deja de funcionar, la atmósfera -más bien el rozamiento de la reentrada- se convierte en la incineradora perfecta. La basura espacial se quema al igual que se desintegran todos los días miles de meteoritos que no suelen llegar a la superficie.

"Tenemos 60 toneladas de meteoritos que caen todos los días", ha declarado Aaron Boley, investigador de la Universidad de British Columbia y uno de los autores del estudio sobre la interacción de las constelaciones de satélites y la capa de ozono. En el trabajo publicado en Nature, apunta a que "con la primera generación de Starlink, esperamos que caigan alrededor de 2 toneladas de satélites muertos a la Tierra".

Recreación del lanzamiento de un satélite. Sateliot.

Con la calculadora en la mano, 2 toneladas no parece ser una cantidad lo suficientemente representativa como para que el impacto esperado sea tan grande. Pero lo importante se encuentra en la composición de los satélites y no tanto en la cantidad de ellos.

"Los meteoritos son principalmente rocas, compuestas por oxígeno, magnesio y silicio. Estos satélites son, en su mayoría, de aluminio", prosigue Boley. Este elemento químico tan solo representa el 1% de la masa de los meteoritos y es el principal factor contaminante para el ozono y la reflectancia de la atmósfera, según el estudio.

Agujero en el ozono

La quema de aluminio produce óxido de aluminio o alúmina, como se conoce comúnmente. Esta molécula tiene unos efectos negativos sobre las capas altas de la atmósfera que todavía están por acotar, pero que indudablemente son negativos.

starlink spacex 2

"Sabemos que la alúmina agota el ozono solo con los lanzamientos de cohetes porque muchos de los que usan combustible sólido tiene alúmina como subproducto", ha dicho Boley. "Esto crea pequeños agujeros temporales en la capa de ozono estratosférico".

Con una frecuencia mucho mayor en los lanzamientos en un futuro muy cercano, el posible efecto permanente a la capa de ozono "es una de las mayores preocupaciones sobre los cambios de composición en la atmósfera que causan los vuelos espaciales".

Los satélites en la fase de reentrada suelen desintegrarse a una altitud de entre 50 y 90 kilómetros. Un tanto por encima de la capa rica en ozono que se sitúa entre los 10 y los 60 kilómetros. "Aunque las partículas creadas como resultado de la combustión de los satélites eventualmente podrán caer a las capas inferiores", según ha contado Gerhard Drolshagen, investigador de la Universidad de Oldenburg (Alemania), a Space.com.

Integración en el deployer Sateliot Omicrono

Tanto es así, que el operador de telecomunicaciones estadounidense Viasat ha manifestado su preocupación sobre los efectos del óxido de aluminio en la atmósfera a la FCC de Estados Unidos. Esta denuncia, puesta hace unas semanas, busca que se suspendan los lanzamientos de la constelación Starlink llevados a cabo por SpaceX hasta que se realice una valoración de impacto ambiental adecuada.

Alúmina y reflectancia

"La alúmina refleja la luz en ciertas longitudes de onda y si se vierte la suficiente cantidad de alúmina en la atmósfera, creará dispersión y eventualmente cambiará el albedo del planeta", ha comentado Boely. El albedo es el porcentaje de radiación que cualquier cuerpo es capaz de reflejar respecto al total que incide.

Cambiar el albedo colocando químicos en las capas altas de la atmósfera se planteó como una posible solución al calentamiento global. Pero finalmente no se llevó a cabo por la oposición de la comunidad científica ante el desconocimiento de qué pasaría a escala planetaria.

"Ahora parece que vamos a realizarlo sin ningún tipo de supervisión o regulación", apunta Boley. "No sabemos cuáles son los límites y cómo eso cambiará la atmósfera superior". Todo un experimento de geoingeniería a escala planetaria sin el más mínimo control científico.

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