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Tecnología

¿Por qué nos cuesta tanto orinar en público?

Os hablamos del síndrome de la vejiga tímida y os contamos el curioso y poco ético experimento que se hizo sobre él en los años 70.

6 junio, 2016 17:10

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Todos hemos tenido alguna vez, por un motivo u otro, que orinar junto a otra persona.

Las mujeres nos solemos librar más de ese tipo de situaciones, debido a que los baños públicos femeninos son individuales y cerrados. Sin embargo, los hombres tenéis que lidiar continuamente  con todo tipo de lugares públicos en los que se encuentran los típicos inodoros en fila.

La razón por la que las mujeres podemos orinar solas y los hombres, por lo general, tiene que ver cómo lo hace el de al lado daría para una larga disertación, pero no es sobre eso sobre lo que os vamos a hablar hoy, sino de la paruresis, también conocida como “síndrome de la vejiga tímida”. Este es el motivo por el que nos suele costar trabajo comenzar la micción cuando hay alguien cerca y si ya de por sí el “trastorno” es curioso, lo es muchísimo más cómo se realizó uno de los primeros estudios sobre el tema.

¿En qué consiste el síndrome de la vejiga tímida?

Orinar-parado

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Se calcula que este síndrome, consistente en una gran dificultad para orinar cuando hay personas cerca o posibilidades de que las haya, afecta aproximadamente a un 5% de la población.

Sin embargo, todos hemos tenido algún caso más o menos aislado alguna vez, ¿verdad? ¿A qué se deben esas situaciones entonces? Pues esa misma pregunta se la hizo en los años 70 un psicólogo y profesor, llamado Dennis Middlemist, por lo que decidió recurrir a un experimento poco ortodoxo para comprobarlo.

Un curioso experimento para estudiar el síndrome de la vejiga vacía

universidad-de-wisconsin

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Todo empezó después de que el profesor acudiera a un seminario sobre psicología ambiental en el que se abordó el tema de la importancia del espacio personal. Es un término muy conocido, ya que todos hemos vivido alguna vez uno de esos momentos en los que hemos pedido a alguien que “nos deje espacio”, no sólo en el ámbito de las relaciones sentimentales, sino en general.

Y precisamente fue entonces cuando Middlemist se dio cuenta de la estrecha relación entre la necesidad de espacio y el problema para realizar en público una de nuestras necesidades más básicas. Por eso, decidió usar esto como premisa para la realización de un estudio en el que trataría de comprobar cuánto espacio necesita una persona por normal general, por qué es tan necesario y qué pasa si es invadido.

Para ello ideó un sencillo experimento para el que era necesaria la colaboración de sus compañeros de la Universidad de Winsconsin. Simplemente tenían que ofrecerse a comprobar las diferencias existentes entre la micción cuando estaban solos y si había alguien junto a ellos en un baño público.

Imaginad ahora a un compañero de trabajo haciéndoos una petición similar. Es posible que alguno de vosotros aceptara, por el bien del método científico, pero la mayoría reaccionaría como realmente lo hicieron sus compañeros: negándose a participar y evitando por todos los medios coincidir en el baño con él (vale, esto último es una suposición mía, pero reconoced que no sería de extrañar).

Los resultados del experimento sobre el síndrome de la vejiga vacía

orinal

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Middlemist no se rindió ante la negativa de sus colegas y decidió aferrarse al único que sí estuvo dispuesto a ayudar. Con él, un cartel de “fuera de servicio“, un periscopio, dos cronómetros y una ética un tanto dudosa tenía más que suficiente para la realización del estudio.

Para ello, forzó una serie de situaciones diferentes en el baño de hombres de la universidad, que contenía tres orinales contiguos y sólo uno con puerta, en el que estaba él escondido con sus dos cronómetros y su perioscopio, con los que controlaba lo que sucedía en el exterior.

Una de las situaciones registradas consistía en colocar el cartel de fuera de servicio en el orinal de uno de los extremos, de modo que cualquiera que entrase al baño tuviese que miccionar justo al lado del cómplice del profesor, que se encontraba allí fingiendo haber llegado por casualidad.

Por otro lado, probó a colocar el cartel en el orinal central, de modo que los dos individuos pudiesen estar un poco más separados y, por último, comprobó qué ocurría si el sujeto se encontraba sólo, sin el cartel ni el colaborador del profesor.

Todo esto fue debidamente cronometrador por Middlemist, que observaba el inicio de la micción a través de su periscopio.

De este modo pudo comprobar varias cosas: si el sujeto podía elegir el orinal utilizaría el que estaba más alejado del otro individuo y si no le quedaba más remedio que estar junto a él la micción se retrasaba hasta dos segundos. Además,  la duración era mucho más larga si se encontraban solos o con un orinal de por medio.

Todo esto puso de manifiesto cómo afectan el miedo y la aprensión a la relajación de los esfínteres. Además, después de la obtención de sus resultados este profesor pasó a la historia, por lo curioso del descubrimiento y por la dudosa moralidad de los métodos utilizados.

¿Qué opináis vosotros? ¿Creéis que hizo bien?