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El verano y la obsesión por el cuerpo perfecto

26 agosto, 2013 18:40

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Con el verano, la nueva moda del Thigh Gap o piernas de palo parece estar extendiéndose entre las adolescentes y mujeres adultas, un fenómeno que invita una vez más a reflexionar sobre los problemas y riesgos que conlleva la obsesión por la imagen y por conseguir un “cuerpo perfecto”.

En una reciente encuesta realizada en Estados Unidos a 30.000 personas publicada en Psychology Today, se señala que un 93% de las mujeres y un 82% de los hombres están preocupados por su apariencia y trabajan para mejorarla. Sin embargo, pese a que la coquetería, la búsqueda de la belleza y el autocuidado de la imagen son propias de nuestra sociedad, existen una serie de trastornos psicológicos en los que esta preocupación por la imagen va más allá de los límites normales, poniendo en peligro nuestra salud física y mental y llevando a la persona a tomar medidas drásticas como la de entrar en un quirófano.

Desde luego que, desear una imagen atractiva y buscar estar a gusto con nuestro propio cuerpo, no implica padecer un trastorno mental, sin embargo una excesiva preocupación por nuestra imagen, aumenta las probabilidades de desarrollarlo. Así como optar por la cirugía estética, supone en muchos casos un aumento de la seguridad y satisfacción en los que la principal motivación es combatir la fealdad, una deformidad o simplemente disimular el paso de los años, en otros casos el principal componente de malestar se encuentra en algo más complejo, como es el fuerte rechazo hacia el cuerpo y distorsión de la propia imagen corporal que presentan la personas que padecen anorexia, bulimia o dismofia corporal. Es en estos casos en los que la cirugía no es solo un riesgo en si mismo sino que además conduce a un callejón sin salida, ya que el verse bien pasa por algo más que por perder unos kilos o modificar la forma de nuestros muslos.

La imagen corporal

La imagen corporal se define según Rosen como el modo en que uno se percibe, imagina, siente y actúa respecto a su propio cuerpo. Se forma a lo largo de los años y cambia a lo largo de la vida.

Es importante entender que está compuesta de aspectos perceptivos: la manera en la que se percibe el tamaño, el peso y la forma del cuerpo; aspectos afectivos o emocionales: las actitudes, sentimientos, pensamientos y juicios o valoraciones que despierta el cuerpo, su tamaño, su peso, su forma o algunas partes de él así como las experiencias de placer, displacer, satisfacción, disgusto, etc.; y por aspectos conductuales: es decir, la forma en que actuamos según percibimos y sentimos nuestro cuerpo, como por ejemplo, exhibirlo, evitarlo, esconderlo, etc.

Es por todo esto que no la vía para estar a gusto con nuestro cuerpo, no pasa solo o necesariamente por cambiar su apariencia, sino que son muchos los elementos emocionales los implicados en los trastornos cuyo foco es precisamente una imagen corporal distorsionada y alejada de la realidad. Algunos ejemplos de ello son la anorexia y la bulimia en los que la distorsión de la imagen corporal conlleva un rechazo hacia el cuerpo y preocupación y miedo extremos por aumentar de peso. Es por ello que estas personas llevan a cabo dietas, duras restricciones alcanzando incluso la inanición, así como provocación vómitos y ejercicio físico intenso para perder peso y evitar ganarlo. Del mismo modo, en la obesidad también está presente esta distorsión de la imagen corporal, cargada de juicios y rechazo lo que lleva en muchos casos a la falta de autocuidado. En el trastorno dismórfico corporal o dismorfofobia también es un síntoma nuclear la distorsión de la autoimagen, en el que la persona sufre una preocupación excesiva por un defecto de su apariencia física imaginado o real pero cuya dimensión no lo justifica.

En conclusión, existen motivos más que suficientes para cuidar nuestra imagen, siempre que no olvidemos cuidar también cómo nos percibimos, como nos sentimos y cómo nos comportamos respecto al propio cuerpo con el fin de mantener una imagen corporal sana en el sentido más amplio del término.

Fuentes: EL MUNDO; American Psychiatric Association; Revista de Psicopatología y Psicología Clínica.