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Tecnología

El arte y la técnica

25 enero, 2012 16:17

Hace tiempo paseaba por el Fnac del centro de Madrid, en la plaza de Callao, buscando una película. Frente a las estanterías, a mi lado, un tipo con el pelo agitado y chaqueta de cuadros devolvía al estante un DVD que previamente había ojeado, mientras resoplaba y sonreía con amargura, invitándome a compartir su juicio:

-Vaya puta mierda de película -dijo, totalmente convencido y justificándose a si mismo, mientras su chica miraba cosas de David Fincher-.

No vuelvo a comprar nada así. Es lenta, es rara y no se entiende una mierda. La volvería a comprar sólo para prenderle fuego. ¿Y esto es arte?

Y dándose media vuelta, como abatido en una lucha sin contrincante, se fue, dejándome a su sombra la oportunidad de ver la carátula de “Mulholland Drive”, una película dirigida por el controvertido David Lynch, director que despierta apatías y simpatías en cantidades equivalentes.

Esta situación me llevó a cuestionarme las diferencias entre lo artísticamente valorado y lo técnicamente valorado. Totalmente asaltado por la duda, intenté encontrar un punto de fusión entre ambos campos. ¿Por qué se debería mezclar el arte con la técnica?

En mi lectura sobre, por ejemplo, el cine (al igual que me ocurre con la fotografía, literatura o música), se debe armonizar en total consonancia el apartado artístico con el técnico para construir una obra completa y proporcionada. En mi caso, como técnico de dirección de cine, televisión y formatos audiovisuales, he aprendido que lo fundamental de la obra es que, independientemente del género que la condicione, suscite sensaciones, emociones e impresiones, bien hacia el propio autor como justificación personal, o bien hacia el resto de seres humanos.

En este último caso (hacer obras al servicio del público), percibo la obra como un engranaje que permite contar historias y compartirlas con la humanidad, un método de expresión sin fronteras. “Este soy yo y esto es lo que tengo en la cabeza”. Zas, se mezclan los ingredientes y sale un libro, un disco o una película. Pero para hacer eso se requiere de conocimiento, aptitudes y disciplina técnica.

En este periodo de comunicación sin límites a través del inagotable Internet, parece que todos saben de todo y hay millares de maestros que dominan todo tipo de lenguajes. No sólo han salido a la luz supuestos profesionales detodoloquesea al darle una patada a una piedra virtual, es que, a mi juicio, la seriedad e imparcialidad se ha perdido y se suele cruzar la línea de lo personal con la otra línea bien gorda de la ignorancia y el fanatismo, lo que puede resultar napalm.

Así, by the face. Esos tipos que te dicen:

-Que sí, que sí, que yo tengo un Blog y lo que te digo es así, que lo he leído de otro Blog. De hecho, yo informo a multitudes, ¿es que aún no te enteras?

Geeks muy propensos al “copy-paste” que piensan que Tarkovsky es un puto coñazo infumable y que el arte sin algoritmos complejos es para muñecas de famosa, mientras hablan de “Apps”, “Servers” y no sé qué de “Android”, un bicho verde mu raro, mu raro. Algunos de ellos son muy rebeldes, tanto que les gustan las manzanas (mordidas) y todo lo que tenga cromas y lucecitas de colores desenfocadas. Uy, inculto, terrorista, palurdo, que se dice Bokeh, y según he leído, depende directamente de la PDC. Así, con un deje mariquitilla.

Pero no os precipitéis, porque en el otro bando tenemos los presuntos literatos, pupilos y escribanos de filologías, consumidores compulsivos de gafas de pasta que idolatran por encima de todo lo retorcidamente creativo e intelectual –conceptos que redefinen ellos mismos porque saben que son superiores al resto de la sociedad–, lo alternativo, lo underground, lo mírame pero no me toques que me pongo horny. Un chorro marrón que huele mal. Estos individuos escriben poemas a las ratas y a la luna triste mientras sentencian que todo lo que no sea Amelie y pastelitos de arándonos, es aburrido, inculto y banal. Tipos que se ríen con superioridad de aquellos que, como yo, disfrutan ver a chuache repartiendo mantecas en Terminator 2. A su lado, somos orcos que no sabemos hablar la lengua común de los hombres y no distinguimos el dedo meñique de nuestras propias pollas. Perdón, falos.

GafaPasta

GafaPasta

Al mismo tiempo, y en una dimensión relativamente contigua, están esos tipos muy serios que acojonan a la gente con una insana obsesión compulsiva por la técnica y por el conjunto de herramientas y su metódico uso de última tecnología. Que sí, hombre, que si tienes el Bootloader bloqueado prueba metiéndole una Goldcar. Wipes, Flasheas en el Recovery y lista la nueva de MIUI. Más claro el meado de resaca. Son estos tipos que te caen bien porque te arreglan el ordenador o te enseñan a usar la cámara que te regaló tu padre en navidades, pero que empiezas a sudar (y blasfemar) cuando te intentan convencer con números, términos sacados del Necromonicón, ecuaciones (esas cosas satánicas), parrafadas interminables y artículos raros en checoslovaco que defienden su postura como objetiva y moralmente superior a la del resto de seres humanos. Que sin ellos, el arte es lo que la mierda sin el ano.

A raíz de este tipo de comportamientos bastante extendidos, he creído razonable -y con un poco de cachondeo también- compartir mi punto de vista, ya que defiendo una postura aristotélica entre ambas partes, un término medio y fuertemente construido por las mejores y más positivas cualidades de ambos conceptos (el artístico y el técnico).

Soy de los tipos grises que piensan que no existe arte sin técnica ni técnica sin arte. Son universos totalmente relacionados que permiten la valoración total de una obra, bien musical, cinematográfica, pictórica o escultórica.

Un fotógrafo no puede manifestar su visión de la realidad si no consigue dominar con total conocimiento y consciencia los parámetros que la cámara contiene para registrar un momento específico, esto es, para captar y almacenar luz durante un momento determinado. Si no eres consciente de qué quieres a foco o fuera de foco, cuánto quieres que esté iluminada la escena a captar y durante cuánto tiempo, atendiendo a qué porción de la realidad quieres encuadrar, no sabes qué estás haciendo ni expresando.

4.2.3

El arte, ese concepto que nace de un sentimiento inexplicable y casi milagroso que está grapado en nuestra esencia; esa sensación que impulsa al hombre a contar cosas usando distintos métodos y recursos, se ve directamente obstaculizado por la incapacidad técnica de manipular la herramienta en cuestión.

Algo distinto es el accidente meramente casual e inconsciente que puede dar como resultado descubrimientos asombrosos. Pero el verdadero maestro evita el accidente porque conoce las reglas y domina su disciplina (o las revierte a su favor), bien sea por una sucesión de accidentes que conceden sapiencia (ensayo-error) o bien por el estudio directo de los conocimientos técnicos que permiten crear arte. O ambos métodos a la vez.

No creo útil que se pueda ir por ahí de artistoide sin tener ni puta idea de lo que estás haciendo, es decir, sin tener conocimiento técnico y criterio. Y tampoco creo que se pueda ir de Adonis al poseer un simple papel donde dice que eres titulado técnico. Pese a dominar ciertas disciplinas, nunca debemos dejar de valorar, aprender y respetar los métodos de expresión artísticos de otros seres humanos y la procedencia de los mismos. Es decir, sensibilizarnos al arte y ser capaces de descifrar las intenciones del artista desde un punto de vista más humano y esencial.

Al fin y al cabo, hay técnicos sin capacidad artística y artistas sin capacidad técnica. Uniendo fuerzas y conocimiento, el resultado puede ser brillante. Como para mí lo es esa “Mulholland Drive”, dirigida por un controvertido director llamado David Lynch, que tanto somete con elegante maestría el apartado más puramente técnico del lenguaje cinematográfico, como regula con gran poderío el concepto de arte en su estado más bruto y efectivo.