México DF

El inicio y el final están cristalinos. El martes 23 de enero, a eso de las cuatro y media de la tarde, cuatro policías se acercan a Marco Antonio Sánchez, de 17 años y estudiante de instituto, que sale corriendo. Lo tiran al suelo y detienen en la estación de metrobus Rosario, en Azcapoltazco, al norte de la Ciudad de México, y se lo llevan en una patrulla.

El domingo, Miguel Ángel Mancera, el alcalde, salía para anunciar que habían localizado al chaval a eso nueve de la noche en Melchor Ocampo, un municipio del Estado de México a 30 kilómetros de donde lo detuvieron. Sus padres fueron a buscarle y se lo encontraron desorientado, con marcas en la cara. Según declararon a medios, ni les reconoció ni sabía su propio nombre. Lo internaron en un hospital psiquiátrico infantil y todavía no ha podido dar su declaración. 124 horas que son un misterio que tuvo y tiene a los mexicanos atentos.

Esos cinco días, su historia se viralizó. En los muros de Facebook de periodistas, activistas y gente del común, se colgaba el cartel estándar que se ve por la ciudad cuando desaparece alguien. Bajo el encabezado de “¿Le has visto?”, sus características físicas y una fotografía con el pelo semilargo, peinado con ralla al lado.

Se habló de desaparición forzada, de que los policías suelen detener a los niños por su aspecto y extorsionarles. Se convocaron manifestaciones en el Ángel de la Independencia, el monumento que suele usarse para estas cosas. Pero Marco Antonio apareció. Demacrado, más delgado que en la foto del cartel, con hematomas en el lado derecho de la cara y el labio, un esguince en el pie, una ropa diferente y la cabeza rapada.

Versiones contradictorias

Este corte de pelo ya se le ve en las grabaciones que la policía y el gobierno de la capital han filtrado a la prensa para tratar de excusarse y cambiar la teoría de una desaparición forzada por la de una detención arbitraria. Las imágenes, claramente editadas, muestran fragmentos del momento de la detención, que a las cinco el chaval ya no estaba dentro del coche patrulla. También filtraron otro metraje de la noche del sábado, en un juzgado en Tlalnepantla, donde lo detuvieron en un puente y luego lo dejaron marchar. Ya va desorientado, hablando solo, caminando de forma errática.

Posteriormente salieron otros segundos de ese mismo día, en la madrugada, en los que está llamando a timbres al azar en Lomas Verdes, a siete kilómetros de donde lo detuvieron, a diez del juzgado en el que le vuelven a grabar. En esas imágenes no tiene marcas en la cara. En cada uno de los metrajes lleva ropa diferente y no se sabe de donde la sacó.

De acuerdo a estas avistamientos, se puede suponer que entre el 23 y el 27 estuvo por el área que va de la estación de metrobus a Lomas Verdes y que de ahí al juzgado. Luego, en 24 horas, recorrió 25 kilómetros al norte hasta su aparición en Melchor Ocampo. Parte de su recorrido fue por partes muy poco seguras de la ciudad.

Las versiones de la detención son como el día y la noche. Según el amigo que estaba con él, vio un graffiti que le pareció interesante, le pidió a un tipo que pasaba que posase para una foto y allí entró la policía en escena, que dijo al modelo improvisado que le estaban robando. Sánchez sale corriendo y luego lo detienen, golpeándole con el casco y las porras.

Los agentes-elementos se les llama en México- aseguran que un transeúnte les pidió ayuda ya que le habían asaltado y por eso detuvieron al chaval. Luego, al no encontrar a la víctima para que pusiese una denuncia, lo dejaron marchar. Esa tercera persona que podría aclarar lo sucedido no se sabe quien es ni ha dado la cara.

La responsable de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México, Nashieli Ramírez, declaró que su estado alterado “es por algo externo y no tiene que ver con una situación previa”. Según su familia y los compañeros de instituto entrevistados por medios, Sánchez es buen alumno y buena gente, aunque algunos dicen que no le conocían demasiado. El primer examen psicológico dictaminó que sufría delírium mixto, que se caracteriza por cambios en el estado de alerta, irritabilidad y violencia, lenguaje desorganizado y monólogos. Puede ser causado por golpes, privación de sueño, deshidratación, abuso de drogas...

Media hora en blanco

¿Qué paso en esa media hora desde que lo detienen hasta que supuestamente lo sueltan? La cámara del coche patrulla donde le llevaron había sido desconectada en diciembre y tampoco comentaron a la comisaría que habían detenido a Sánchez y, al ser menor, debían haber avisado a sus padres o un tutor. Ellos aseguran que desconocían que no llegaba a los 18. Ese vehículo, matrícula MX805P1, ha sido acusado por un usuario en Twitter de extorsionar a un vendedor de plátanos y otro de churros en esa misma zona.

De los cuatro policías involucrados, uno huyó a Pochotillo, su pueblo natal en el Estado de Guerrero, donde lugareños armados retuvieron a 20 policías que fueron a buscarle. Los locales acusan a los agentes-elementos de haber entrado por la fuerza en cuatro viviendas y haber robado dinero, dos smartphones y dos tablets.

Los mexicanos que han seguido la historia están divididos en dos bandos. Uno, los que consideran que la policía debió golpear muy fuerte al chaval durante la detención o dentro del coche patrulla y causar su estado actual. Los mexicanos no se fían nada de sus fuerzas de seguridad locales y tienen motivos de sobra para actuar así. Durante las protestas por la desaparición de Sánchez se repetían lemas referidos a la desaparición de Iguala, cuando policías locales entregaron a 43 estudiantes de magisterio al cártel de los Guerreros Unidos.

El misterio de Marco Antonio

El otro, los menos, creen que Sánchez es un consumidor de drogas que se fue de fiesta y se lió. Esta versión fue apoyada por el secretario de Seguridad de la ciudad, Hiram Akmeida, que dijo en un noticiero afín que, cuando lo detienen en Tlalnepantla, “caminaba quizás bajo el influjo de alguna sustancia”, “puede ser un tema toxicológico lo que haya inducido estas conductas”. No es la primera vez que ante un crimen mediático las autoridades locales filtran información o dan datos del comportamiento privado de las víctimas. “Lo quieren criminalizar como drogadicto”, resume el padre del chaval a cualquier medio que quiera escucharle, “pero sí es o no, no debería de importar”. El caso, según la abogada que asesora a la familia, puede tardar años en esclarecerse.