Ausencia total de ayuda organizada, bombardeos contra su propia población, carreteras bloqueadas, partos en mitad de la calle y hornos crematorios improvisados donde incinerar a los familiares por la saturación de los cementerios y el miedo a posibles epidemias.
Esta es la situación de Birmania tras el terremoto de magnitud 7,7 que el pasado viernes sumió al país en una devastación "inédita en siglos" según la Cruz Roja y cuyo balance de daños ya refleja 1.700 muertos y más de 3.000 edificios destruidos.
Por si fuera poco, la compleja situación del país asiático, gobernado por una junta militar y sumido en una guerra civil desde el golpe de estado de 2021, está complicando aún más los intentos de minimizar el número de víctimas y organizar las tareas de rescate.
Aunque los militares en el poder han reconocido la gravedad de la situación y solicitado ayuda extranjera, la oposición rebelde ha denunciado que las fuerzas aéreas están aprovechando el caos para bombardear sus posiciones en lugar de priorizar las labores de socorro.
La oposición ha ofrecido una tregua de dos semanas ante la gravedad del terremoto y han pedido a la junta que deje de atacar a su propia población.
El carácter dictatorial del gobierno y la vigencia del conflicto armado también dificultan la llegada de asistencia extranjera en un momento en el que hasta 20 millones de birmanos se han visto afectados en mayor o menor medida por el seísmo, según la ONU.
Dos días después del terrible seísmo, se han registrado más de 170 réplicas de distinta intensidad (la más fuerte, de 5,1) que han complicado aún más las labores de rescate y desatado el pánico entre la población.
Ante la falta de seguridad que ofrecen los edificios, las calles se han convertido en el refugio de la gente, aunque las imágenes son impactantes.
La agencia de noticias Myanmar Now, reporta este domingo que los cementerios y los hornos crematorios de la ciudad de Mandalay están saturados por la ingente cantidad de cadáveres que les están llegando.
La situación ha provocado que algunos ciudadanos se vean obligados a instalar hogueras y crematorios improvisados en mitad de la calle para incinerar a sus seres queridos para evitar que se desaten epidemias.
En declaraciones a la citada agencia, uno de los vecinos asegura que en las últimas 24 horas se habían incinerado a 500 personas en la calle.
Algunos voluntarios también han denunciado la falta de asistencia por parte de las autoridades.
Según sus testimonios, recogidos por The Guardian, los civiles han tenido que organizar equipos de voluntarios que tenían que realizar labores de rescate con sus propias manos, sin equipo especializado ni las más mínimas garantías de seguridad.
En caso de tener la suerte de encontrar personas con vida, tampoco hay hospitales a los que llevarlos, pues ya están desbordados, explican. También denuncian que muchas carreteras están destrozadas, además de la falta de suministro eléctrico, línea telefónica o conexión a internet.
Todo ello indica que, aunque hasta ahora la cifra oficial de heridos es de 3.400, la verdadera magnitud del desastre se conocerá pasados unos días o semanas.
“No hay gestión ni declaraciones públicas de las autoridades. Los servicios gubernamentales no hicieron nada. Nadie vino a rescatarnos y tuvimos que salvar a la gente por nuestra cuenta", asegura un vecino que ha pedido mantener su anonimato tras conversar con el medio británico.
La gestión de la catástrofe evidencia las profundas grietas políticas del país. La junta militar que controla las principales ciudades ha reconocido su incapacidad para hacer frente a los daños y ha pedido ayuda extranjera, pero la situación podría volverse en su contra si la población se siente abandonada a su suerte.
La oposición en el exilio tiene el respaldo de grupos armados que se dispersan por el país, pero las zonas más afectadas por el terremoto están controladas por los militares.
El riesgo, ahora, radica en el hecho de que tanto el gobierno como la oposición podrían aprovechar el caos para sacar rédito en un momento de máxima vulnerabilidad.
Ayuda extranjera
La necesidad de ayuda humanitaria y apoyo logístico extranjero es total, aunque las características políticas del país obstaculizan su llegada.
Por ahora, la junta militar solo ha permitido la entrada de ayuda de países de su confianza como India, China, Singapur, Tailandia o Rusia.
Bomberos Sin Fronteras (BSF), equipo español especializado en brindar ayuda en situaciones de catástrofe como esta, estudió en un primer momento la posibilidad de trasladarse al país asiático para colaborar en las labores de rescate, como ya han hecho en situaciones similares, pero finalmente han descartado esta posibilidad.
En una nota de prensa compartida con los medios de comunicación, Bomberos Sin Fronteras explica que, dada la cantidad de material y de personas que deberían movilizar, les ha resultado imposible encontrar vuelos suficientes para poder llegar en una fecha "razonable" para poder aportar su grano de arena.
En dicho comunicado, también lamentan la falta de "información fiable" y la ausencia de claridad por parte de las autoridades, expresando que no queda claro si se solicita ayuda humanitaria internacional o si se precisa apoyo en las propias labores de rescate.
También lamentan la "inestabilidad" del país y añaden que, ante la "falta de garantías de seguridad", no van a poder intervenir.
Mezquitas y pagodas
Además de la pérdida de miles de vidas humanas y un destrozo material del que será difícil recuperarse, el seísmo ha castigado al patrimonio cultural del país con la destrucción de monumentos centenarios de valor incalculable.
El último recuento de las autoridades cifra en 3.000 los edificios derruidos, incluyendo 150 mezquitas y pagodas, algunas tan emblemáticas como el Monasterio de Me Nu, de más de 200 años de antigüedad.
Sobre todo, los birmanos temen por el estado de las miles de pagodas que conforman el paisaje de Bagan, capital histórica del país y patrimonio de la humanidad para la Unesco.
Bagan representaba el principal atractivo turístico de Birmania, aunque la guerra civil que asola al país ha reducido el número de visitantes en los últimos años.
Rodeadas de bosques y montañas, sus más de 2.000 pagodas centenarias dibujan un paisaje único que en su día era capaz de atraer a cientos de miles de extranjeros.
La zona ya estuvo afectada por el terremoto que azotó el país en 2016 y, tan solo dos días después del nuevo seísmo, la falta de información sobre la afectación que la zona ha podido sufrir alerta a los birmanos.
