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Solía cantar Antonio Flores en los ochenta aquella oda a la paz, No dudaría, cuyos versos anhelaban “borrar todo lo que vi, los campos que arrasé, los llantos que oí”. Para él, decir adiós a la violencia era la única forma de imaginar la posibilidad de volver a reír, y entonó esta canción sin cesar durante los 15 años que precedieron su muerte.

Dicen que la música, además de ser curativa, difumina fronteras. Y lo cierto es que Maritza —no se incluirán apellidos en este reportaje a fin de preservar la identidad de las personas mencionadas— era una gran admiradora del tema compuesto por el hijo de la Farona, ya cuando esta vivía en Cuba, a más de siete mil kilómetros en línea recta de su arte.

No sabrá él que, años más tarde, ella también pisaría las mismas calles que le vieron crecer. Nunca la conocería, de hecho. Pero quién sabe si en algún momento ambos cruzan caminos, allá donde estén, y acaban compartiendo alguna de sus letras. Ella no temía a los micrófonos, eso téngalo usted claro: era alegre, extrovertida y le apasionaba cantar.

Sus familiares la recuerdan con cariño, pero qué no darían ellos por volver a escuchar su voz una vez más.

Una infancia feliz

El 24 de junio de 2025, Maritza tenía 61 años y una energía que parecía inagotable. Comprender su historia requiere conocer antes su pasado. Nació en Puerto Padre, localidad donde el mar lo impregna todo: la brisa salada, la humedad pegada a la piel, la música en las calles. Allí pasó una infancia sencilla, con los juegos propios de una época sin pantallas ni prisas.

De pequeña demostró tener una personalidad fuerte y trabajadora. El hecho de ser la mayor de cuatro la llevó a ponerse ella misma una etiqueta, la de líder, que nunca se quitó. Su hermana Marlenis confiesa que era el "ojito derecho" de su madre. El hogar familiar era humilde y hubo alguna que otra mudanza, siempre buscando un mejor lugar donde asentarse.

"Nunca hablamos de lo que queríamos hacer de mayores", cuenta. "Éramos niños inocentes que no vivían con esa ilusión de lograr algo concreto, porque Cuba es distinto a otros países". Aun así, fueron tiempos "tranquilos", recuerda, e inundan su mente momentos en lugares especiales como los columpios del parque o "la playita" a la que solían ir para pasar la tarde en el barco de los vecinos.

Irradian cariño, y también añoranza, las palabras con las que los seres queridos de Maritza describen su carácter. Todos coinciden en que su "espíritu emprendedor, independiente, muy sociable y solidario" era su seña de identidad. "Le echó ganas a la vida cada día. Era una mujer llena de energía positiva y dejaba huella en los demás", aseguran.

Concentración contra la violencia machista.

Concentración contra la violencia machista. EFE

Maritza, madre coraje

A los 18 años, fue madre por primera vez. Dio a luz a Yulianna y, tres años después, a Norge —o Norgito, como le llaman sus personas cercanas. A él le puso el nombre de su padre, del que estuvo "muy enamorada". Sin embargo, la relación no prosperó una vez él volvió del ejército, y el amor, como ocurre a veces en la vida, se les acabó. Pero ella rehízo su vida.

Asumió soltera la crianza de sus dos niños. Sacarlos adelante no fue fácil, pero no se rindió. Ese "carácter" y ese "ímpetu" que mostró desde niña se transformaron en resiliencia. A lo largo de su vida, Maritza pasó por varios trabajos. Igual se encargaba de repartir comida a los pacientes del hospital que hacía cestas de caramelos, "como si tenía que criar puercos y venderlos. Era una persona bien luchadora, una buscavidas".

Con el tiempo, inició una relación con Guillermo, un hombre también trabajador que llegó a su vida con dos mellizas de una relación anterior. Como cuenta Marlenis, gran confidente de su hermana, "a la mamá también se la habían matado y las niñas quedaron huérfanas. Ella las crio junto a él" mientras seguía cuidando de sus hijos biológicos.

Hubo etapas felices. La pareja compró una pequeña finca en el campo, donde cultivaban cebollín y otros productos. Ambos se esmeraban por inculcar a los pequeños la importancia de vivir del esfuerzo propio. “Él nos decía: lo que recojan es para ustedes, porque tienen que aprender a recoger el fruto de la tierra", dice Norgito.

Sin embargo, Guillermo fue una de los millones de víctimas mortales que dejó la pandemia mundial de coronavirus. Su partida cerró un capítulo en la vida de Maritza al tiempo que se abría otro. Marlenis lo anuncia sin que un ápice de entusiasmo atraviese sus palabras: estaba a punto de cruzarse con Florindo.

Una nueva etapa

"Mi esposo y yo pasamos cuatro meses en Alemania porque me acerqué a los testigos de Jehová y le conocí. Entonces él, que era español, estaba casado con otra cubana, y nos cogieron mucho cariño. Cuando volvimos, recibimos una carta de los ancianos de la congregación en la que nos decían que estaba deprimido porque ella le había dejado", cuenta Marlenis.

“Con la fe más grande de este mundo, le escribí invitándole a venir a vernos, para que se animase”, lamenta. Y lo hizo. 21 días duró una visita en la que comenzó a compartir conversaciones y paseos por el malecón con Maritza. “Después siguieron comunicándose por teléfono, hasta que ya se arreglaron en Alemania”, país al que se mudó por él.

Eventualmente, la relación se desarrolló dentro de la congregación religiosa a la que él pertenecía. “Los testigos de Jehová no aceptaban que él estuviera enamorando a mi hermana porque ella no estaba en los caminos de Dios”, explica. “Por eso, se casaron en Dinamarca, y ella entró también a la comunidad”, asegura su hijo.

Con esa unión, se trasladó al corazón de Europa. Fue un cambio radical: otro idioma, otra cultura y una dependencia económica que nunca había vivido. “No era como en Cuba, donde mi mamá resolvía de todo; allá dependía de él hasta para ir al médico”, recuerdan sus hijos. Empezó a presentar problemas de salud, desde dolor de huesos a una bronquitis que la obligaba a suministrarse oxígeno para dormir.

En algún momento, explican sus familiares, comenzó el maltrato. "Él la agredió varias veces, pero ella se lo perdonaba todo", lamenta Norgito. Su madre no ocultaba la realidad de su relación: "Nos lo contaba. No siempre, tal vez por intentar que no le cogiéramos resentimiento, pero claro que llegamos a ver los moretones", añade al otro lado del teléfono.

"Mi madre nos decía que la tenía loca. Yo la animaba a que le dejase, porque era una mujer fuerte, joven y bonita", recuerda Yulianna. Por sus creencias, lo que más le pesaba era la idea de tener que rehacer de nuevo su vida: "No me casaría nunca más", les decía. Sin embargo, cada vez que había un ápice de esperanza y parecían convencerla, ella zanjaba que "le daba lástima, porque no tenía a nadie más".

Con el tiempo, ambos decidieron mudarse a España y encontraron una aparente estabilidad que se iría quebrando poco a poco. “Yo la acogí en mi casa y luego le di trabajo”, cuenta su hija. “Se ganó el cariño de los vecinos, la comunidad en la que era conserje la quería mucho”. Su rutina era sencilla: se levantaba temprano, trabajaba, regresaba a su hogar y por la tarde preparaba la comida para ella.

Su vida estaba lejos de ser plena, pero, para Yulianna, el tiempo juntas fue un regalo:Nos veíamos todos los días. Nos abrazábamos, reíamos. Solíamos cantar y bailar juntas; le gustaba la bachata y el karaoke”. Asegura que en Getafe se sentía libre, porque por fin podía volver a hablar en su idioma. Sin embargo, esa misma independencia parecía levantar tensiones.

Pese a ello, Maritza se mantenía firme en su deseo de seguir adelante, con la esperanza de continuar construyendo un futuro. “El día antes de su muerte estaba contenta porque había conseguido hacer ella sola un trámite complicado que necesitaba por su ciudadanía”, recuerda emocionada su hija.

El día del crimen

Sus esperanzas se truncaron horas después. La mañana del 24 de junio de 2025, tras una discusión cuya investigación continúa abierta, fue asesinada presuntamente a manos de su marido en la vivienda que compartían. Los vecinos escucharon los gritos desde primera hora de la mañana. Alguno, incluso, llegó a grabar parte de la fatídica escena.

Su hermana recuerda con dolor cómo se enteró de la tragedia. Era madrugada cuando sonó el teléfono con la llamada entrante de su hermano, Pedro, que también vive en España. “Pensé que estaba loco por hablarme a esa hora, pero algo no me dejó dormir y contesté”, relata. Este la avisó de que había ocurrido algo grave.

No podía creerlo”, recuerda. La incredulidad y el dolor se mezclan con la impotencia ante la respuesta tardía de quienes escucharon durante horas los gritos de auxilio de Maritza, cuya familia hoy lanza una petición: "Por favor, si oyen ruidos extraños o a alguien sufriendo, contacten con la policía". A ella, que no figuraba en el sistema VioGén, "una llamada a tiempo podría haberle salvado la vida".

Era una torre fuerte, hizo todo por nosotros y lidió con los problemas de él”, añade Norgito, confirmando lo que ya declararon los allegados de la víctima en junio: que él había intentado suicidarse recientemente, pero ella le había salvado. Aquel fatídico día, los agentes le encontraron portando un cuchillo en actitud agresiva. A su lado, el cuerpo sin vida de su mujer, con heridas de arma blanca.

La alcaldesa de Getafe, Sara Hernández, expresó su repulsa por el asesinato: “Una triste noticia que sigue poniendo de relieve la necesidad de luchar por una sociedad igualitaria”. El Ayuntamiento convocó una concentración para mostrar el rechazo al crimen, con el que la cubana se convirtió en la víctima mortal número 16 de violencia machista en España y la primera en la Comunidad de Madrid en lo que va de año.

Su recuerdo permanece

Maritza era, sobre todo, una mujer que dejaba huella. Tenía un carácter risueño, contagioso. Yulianna y Norgito resumen su legado en una enseñanza vital: la lucha constante. “Nos enseñó a no rendirnos nunca, a ser personas de honra. Se lo debemos todo a ella y hoy puedo decir que soy su vivo retrato”, presume su hija, con voz firme, a esta revista.

El desenlace de su historia fue trágico, un episodio de violencia que la arrebató de los suyos y que se suma a una estadística dolorosa en España. Pero sus familiares no quieren que ella quede reducida a un número: "Era alegría, era trabajo, era amor, era lucha". Todo eso es lo que quieren que se recuerde de Maritza, y las razones del tributo que hoy le dedican aquí.

No estás sola

El Ministerio de Igualdad, por medio de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, quiere recordar que el teléfono 016 (es un número de teléfono gratuito y confidencial que no deja rastro en la factura), las consultas online a través del email 016-online@igualdad.gob.es, el canal del WhatsApp en el número 600 000 016 y el chat online, accesible desde la página web violenciagenero.igualdad.gob.es/, funcionan con normalidad las 24 horas, todos los días de la semana.

En el 016 se puede pedir asesoramiento sobre los recursos disponibles y los derechos de las víctimas de violencia de género, así como asesoramiento jurídico de 8 h a 22 h todos los días de la semana, con atención en 53 idiomas y un servicio adaptado a posibles situaciones de discapacidad.