Retrato de la escritora.

Retrato de la escritora. ©BALTHASAR ARTUR Cedida

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"Los diarios de mi padre son un regalo envenenado. Interesante y pesado": Marina, la hija del pintor Antonio Saura

La escritora reflexiona en su segundo libro, 'Cara de foto”, sobre la imagen que construimos de nosotros mismos, sobre el amor y el desamor.

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Mientras el asfalto madrileño arde, a Marina Saura (Madrid, 1957), la lluvia le sirve de excusa para no salir a caminar y dedicar la mañana entera a escribir.

Es y ha sido, además de escritora, traductora, actriz y legataria de la obra de su padre, el pintor Antonio Saura, hermano del cineasta Carlos Saura.

Cuenta Marina que cuando se abrió el testamento, supo que cumplirlo le cambiaría la vida. Tuvo que aparcar su carrera de actriz. Sus hermanas habían muerto y estaba sola. "Además, antes de morir, mi padre me dijo: te vas a divertir, porque vas a encontrar muchos textos que te van a sorprender".

Marina, que es quien mejor descifra la letra del pintor, no se imaginaba que había escrito un diario a lo largo de su vida y tenía una autobiografía inédita. "Para mí es un regalo envenenado. Por un lado, es muy interesante y por otro muy pesado, porque entras en las tristezas, las dudas, en la depresión de un padre".

Marina Saura, delante de uno de los cuadros de su padre.

Marina Saura, delante de uno de los cuadros de su padre. ©BALTHASAR ARTUR Cedida

Tras haber puesto en marcha la Fundación Archivo Antonio Saura, ella ahora hace las labores de archivera y supervisión. La fundación, ubicada en Ginebra, trabaja ya para conmemorar el centenario del nacimiento del pintor, en 2030.

Cara de foto, editado por De Conatus, es el segundo libro de Marina Saura. Cada capítulo describe una etapa en la vida de la protagonista. La sensibilidad de Olga niña, las inquietudes de la adolescente, las dudas de joven… hasta una Olga en serena madurez.

"Es un libro de iniciación —explica Marina— sobre la imagen que construimos de nosotros mismos, con la que formamos las alianzas futuras. Un libro sobre el amor y el desamor, dos caras de la misma moneda, dos formas de conocerse y de reconocerse cuando nos perdemos".

Marina es luminosa, tiene una sensibilidad refinada y hace las cosas a su tiempo. A conducir ha aprendido a los 60. Ahora vive entre Ginebra y París.

No fue fácil volver, tras estudiar interpretación en Londres, a una España idealizada que había dejado abruptamente de adolescente a raíz del divorcio de sus padres. Su metro ochenta de estatura le dificultaba conseguir papeles de actriz, no solo porque ella "era muy alta, sino porque los directores eran bajitos".

Todas sus primeras escenas eran de rodillas. Una vez creada la ilusión del personaje en el espectador, se levantaba: "En ese sentido, el teatro es como la magia”.

La conversación pasa de los 38 grados madrileños a los 10 de un pueblo a 1800 metros de altura en las montañas más septentrionales de Suiza. De la autobiografía a la ficción, del amor al desamor y de la armonía al caos.

La autora, retratada con ejemplares de su nuevo libro en la Feria del Libro de Madrid.

La autora, retratada con ejemplares de su nuevo libro en la Feria del Libro de Madrid. ©Isabel Wagemann Cedida

Cara de foto está escrito en primera persona. Cada capítulo describe un momento en la vida de Olga, la protagonista, desde la infancia a la madurez. ¿Cuánto hay de biográfico y cuánto de ficción?

El libro lo escribí primero en tercera persona, pero de pronto pensé que el lector se identificaría mucho más si lo hacía en primera.

Aunque sea redundante decirlo, no he escrito un libro sobre mi familia ni un libro de memorias. Trata hechos indemostrables con emociones reales. En él, los muertos pisan la huella de los vivos y mi voz es el eco de otras.

¿Cómo va madurando Olga?

Como todos. A través de las proyecciones que hace sobre el mundo y sobre sí misma, que se van modificando, porque nada es estable, todo se convierte en polvo: la leña se vuelve ceniza, el papel en el agua se deshace, los colores se mezclan. Nada permanece.

El niño mira al futuro, el viejo al pasado. Me parecía interesante ese terreno entre medias donde uno tiene que estar constantemente haciendo ajustes. Lo observo en mi hijo y en mi nieto.

¿Y cómo se van haciendo esos ajustes?

A través de tu proyección, de tus observaciones, de tus deseos, de tus miedos. Pensarán: ojalá no se me muera esta abuela tan simpática que tengo, pero qué cantidad de arrugas y de canas tiene. Veo ese tipo de pensamientos en sus ojos.

Hay niños, como Olga, que quieren seguridad, sentirse protegidos. La Olga adulta también, hasta que se da cuenta de que esa necesidad de protección viene de la indefensión. Hay que atreverse a vivir a tope esa vulnerabilidad. Si no, ni vivirás el amor a fondo, ni tomarás riesgos en el trabajo, ni realizarás tus deseos.

En ese proceso de explicación de uno mismo, los padres juegan un papel muy importante. Hay como dos viajes paralelos, el de Olga y el del lector, que también indaga en su propio pasado.

Lo bueno de un libro es que te hace vivir de manera vicaria. Algunos te dejan huellas imborrables. Yo he vivido las escenas de Ana Karenina, las conozco. Ese es el objetivo al que tiende el escritor, que su texto no sea sólo suyo, que realmente produzca un universo autónomo.

Los padres son fundamentales toda la vida, porque, además, no dejas de inventártelos. En el caso de Olga: al final, su madre se convierte casi como en una hija. Es dolorosa la pérdida de memoria y de facultades, pero no hay que temer la vejez de los padres. Tampoco es tan terrible. Hay que acompañarlos con alegría.

La madre de Olga es la segunda protagonista. Quiere a sus hijas, pero después del divorcio no consigue rehacer su vida y se refugia en el alcohol.

Esta mujer se quedó anclada en una situación. Antes, cuando las mujeres no tenían posibilidades de desarrollarse, pasaba muchísimo. La madre de Olga era 'moderna'. Más allá de ser esposa y madre, podía haber buscado una profesión, pero no lo hizo.

Mujeres valientes ha habido en todas las épocas. Han tenido el arrojo y la capacidad, independientemente de las cortapisas que la sociedad imponía. En ese sentido, no somos todos iguales. La culpa no es de otro, de la familia, de la época, la religión… Eso influye, pero nacemos con unas capacidades o incapacidades propias.

Para la niña Olga el culpable del final abrupto de su infancia feliz es el padre.

Claro, pero más tarde dice que el culpable fue el amor. Realmente es el drama de muchísimas familias, cuando se rompe ese espejismo de armonía entre los padres. Ahora sabemos que el divorcio es casi un mal menor. Antes podía haber frustración y malos tratos. De hecho, todavía los hay.

Pero los niños necesitan tener las cosas muy claras. Para la Olga niña, el origen está en que su progenitor se había enamorado de otra mujer. Ella podría haber seguido su camino con él un poco ausente y una madre un poco triste. Son vivencias, sacudidas, decepciones, pero ¿qué vida no las tiene?

"Me daba miedo abrazar a mi padre, pero no por parecerme a mi madre, sino porque temía mis propias ganas de ocupar el lugar vacante”, dice Olga. ¿Es un complejo de Electra?

Sí. No hay niño que no lo haya sentido. Yo lo he tenido hacia mi madre y hacia mi padre. O sea, he tenido una unión muy fuerte y amorosa con ambos. En este sentido, el recuerdo es como el lugar al que volver. Es la roca. Pero claro, es muy inestable porque ya sabemos que el amor es cambiante y no dura, y hay que estar todo el rato readaptándose.

El amor es el otro gran protagonista de Cara de foto… y el desamor. La vida de Olga oscila entre ambos. Con 13 años ya "quería, sobre todo, amar y ser amada".

Eso sí que es cultural, nos educaban para ello. El único universo que había para la mujer era encontrar la felicidad a través del amor, la armonía y la familia. Entonces, cuando se rompe no te queda nada. Sólo una sensación de estafa.

Creo que Olga se siente así y, a la vez, está furiosa como adulta, porque precisamente su abuela y su madre la han educado con ideas feministas para no ser así.

Las generaciones que han vivido el proceso de transformación del papel femenino en la sociedad han caminado por ese terreno movedizo que hay entre la mujer tradicional y la moderna.

Yo creo que la literatura tiene que ayudar a las mujeres a cambiar. Hay que leer mucho para entender que hay cosas que conviene relativizar. Convendría estudiar Ciencias Naturales.

Olga, en su condición de mujer moderna, había rechazado el matrimonio como institución, pero, a los 60, se enamora y se casa. ¿Qué ha pasado para que se produzca este cambio?

Se dio cuenta de que todo lo que estaba esgrimiendo como argumentos racionales eran formas de intentar explicar sufrimientos.

Cuando entiendes de dónde vienen estos es como una especie de ducha de lluvia de modestia. Te pones al mismo nivel que las hormigas, las ardillas…, y te das cuenta de que somos seres que seguimos nuestros instintos.

Y de pronto, sí, has encontrado a una persona. Y te sobrepones a los miedos. El valor es fundamental; significa actuar con temor, haber conocido el terror y volver a arriesgarte.

Cara de foto es un libro extraño sobre personas que ya sólo existen en los recuerdos de Olga.

Y en las fotografías. De ahí esa necesidad compulsiva de coleccionar fotografías anónimas, que prolongan emociones en la imaginación y en el corazón.

La vida no se para con la muerte. Eso lo sabemos quienes hemos enterrado a gente. Yo sueño con mis hermanas muy a menudo, con mis padres. Convivo con mis fantasmas. No soy nada esotérica. Ni creyente, por desgracia. Me encantaría tener el consuelo de la religión.

Marina Saura, junto a sus padres en Cuenca en 1959.

Marina Saura, junto a sus padres en Cuenca en 1959. Cedida

La autora, junto a sus hermanas y Antonio Saura.

La autora, junto a sus hermanas y Antonio Saura. ©Cristobal-Hara Cedida

Al final, todo queda en familia. Usted dedica el libro a su marido, que era amigo y albacea de su padre.

Él, que ha sido albacea de muchos artistas, dice que nunca ha tenido un trabajo tan fácil. Los herederos siempre hemos estado de acuerdo. Pero sí, tienes razón, es como una familia, un núcleo que mi padre, en el fondo, inició.

Cuando se abrió el testamento, me dije: Dios mío, me va a cambiar la vida. Yo no quería, porque en ese momento estaba despuntando como actriz, tenía trabajo en Francia y en Estados Unidos y tuve que dejarlo. No podía hacerlo todo, mis hermanas habían muerto, tenía que ocuparme de mi madre, de mi madrastra y de la obra de mi padre.

En Cara de foto hay un difícil equilibrio entre emoción y contención. Cada escena se relata con sus crudezas y alegrías, sin ninguna autocomplacencia y, sobre todo, no trata de explicar.

La forma en la que se cuentan las cosas me interesa casi más que lo que se cuenta. No le veía mucho interés a contar la enésima historia de cómo se llega a la madurez y cómo uno encuentra su camino. Yo no necesito contarme lo que ya he vivido.

Por otra parte, la forma corta del relato me parece muy interesante porque permite precisamente una condensación de percepciones sensoriales y que no haga falta, realmente, una trama. Puede ser un instante, puede ser una vida...

¿Cómo se llega a una madurez con cierta plenitud?

A mí me ha costado mucho trabajo. No es mérito propio. Tengo la suerte de tener unos buenos genes, porque he tenido la misma vida que mis hermanas y no me he suicidado, ni he tenido problemas con las drogas.

La naturaleza es totalmente injusta. Hay personas mucho mejor preparadas que otras para superar las dificultades. No creo que haya que buscar razones. Por eso ahora, en la vejez, en la madurez, disfruto cada instante.

Es un milagro, porque he visto lo fácil que es morirse y lo fácil que es ser desgraciado teniéndolo todo. Yo he sufrido mucho con la desarmonía y he aprendido a vivir en un mundo de caos.

¿Algo que aprecie en las personas?

La benevolencia.

¿Y algo que deteste?

La crueldad y el abuso hacia el indefenso.