
La científica posa para Magas.
Isabel Fariñas, Premio Nacional de Investigación: “El párkinson no se manifiesta hasta perder muchas neuronas"
La científica ha sido galardonada por sus originales aportaciones en la investigación de las células madre neuronales.
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Isabel Fariñas (Barcelona, 1961), Premio Nacional de Investigación Ramón y Cajal 2024, llega a la Residencia de Estudiantes a primera hora de una lluviosa mañana desde Valencia. Directora de la Unidad de Neurobiología Molecular, se encuentra entre el 2% de científicos más citados del mundo.
Le espera una intensa jornada de reuniones en el CSIC después de la entrevista. Natural, sonriente, vestida con ropa cómoda, comienza sin más dilación a explicar los fascinantes avances que ha habido en su campo. La buena reputación entre sus alumnos de la Universidad de Valencia se entiende al minuto. A su entusiasmo se suma el gusto por contar historias, a su ilusión por investigar, el resolver un problema y contarlo.
La mayor parte de sus estudiantes son mujeres, pero, incluso en los países nórdicos donde tienen más apoyo, muchas abandonan. La tijera existe, advierte la neurocientífica. Por otro lado, el nivel de las que siguen es buenísimo. Isabel baraja "una hipótesis, sin datos: cuando la mujer asume cargos y responsabilidades lo hace de una manera hiperresponsable. Eso conlleva un agotamiento".

La científica es directora de la Unidad de Neurobiología Molecular, en Valencia.
A los programas de Félix Rodríguez de la Fuente debe, en gran parte, su vocación por la biología. La fascinación por el tejido nervioso y el cerebro con sus 86.000 millones de neuronas definieron su especialidad. Su investigación pionera en el área de la neurogénesis adulta ha obtenido la prestigiosa beca ERC Advanced de la UE, que financia proyectos a largo plazo. Trata de explicar parte del envejecimiento cerebral.
El futuro de la neurorregeneración cree Isabel que está en los astrocitos. Los neurocientíficos los han convertido en neuronas en ratones de laboratorio. Fiel a su condición científica, ella atempera las expectativas con un "hay que tener mucha cautela y rigor, porque los tiempos de la ciencia básica son lentos".
Admiradora de Cajal, y de todos los distinguidos con el Premio Nacional de Investigación que lleva el nombre de este ilustre aragonés, Fariñas considera un honor pertenecer a esa lista, al tiempo que reivindica un mayor reconocimiento de la labor científica y, por tanto, una financiación más generosa a largo plazo.
¿Es posible reparar el cerebro?
A día de hoy, la posibilidad de mantenerlo en el mejor estado posible depende en gran parte de nosotros. Cuanto más lo ejercitemos y más intereses y motivaciones tengamos, mejor. La plasticidad neural significa que podemos reforzar o habilitar circuitos según lo que hacemos, nuestras experiencias…
Ahora, cuando tenemos una pérdida masiva provocada por un proceso neurodegenerativo, estamos hablando de otra cosa. Lo ideal sería no llegar a ese estado, sino prevenirlo. El problema es que estas enfermedades debutan muy tarde porque compensamos. Hasta que no hemos perdido muchas neuronas no se manifiesta el primer temblor en un párkinson o los primeros fallos cognitivos en un alzhéimer. Por tanto, a día de hoy, reparar significaría restituir neuronas perdidas.
¿El trasplante de neuronas es ciencia ficción?
Se han hecho trasplantes neuronales en enfermos de párkinson. La ventaja respecto a otras enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer es que esta afecta a un área muy concreta del cerebro, al menos al principio. En la otra es más difusa.
¿Cuál cree que es la solución a la reparación neuronal?
La reprogramación de los astrocitos. En mi carrera profesional ha habido unas revoluciones en biología celular maravillosas. La mayor fue cuando el premio Nobel japonés, Shinja Yamanaka, consiguió convertir células dérmicas en otras pluripotenciales.
La pregunta fácil está servida: "Si puedo llevar una célula que se ha especializado a la pluripotencialidad -esto es que se puede convertir en cualquier célula del organismo- introduciendo en ella unos pocos genes, ¿puedo entonces convertir una célula especializada en otra?". Uno de los primeros ensayos que se hizo fue convertir una célula de la grasa, un adipocito, en una neurona in vitro.
¿Eso lo puede hacer usted en un laboratorio?
Claro. Son técnicas básicas de la biología molecular, si sabes qué genes introducir. Yamanaka nos dijo cuáles meter en células especializadas de la piel para convertirlas en pluripotenciales características de un embrión preimplantacional. Las neuronas se mueren en un proceso neurodegenerativo, pero los astrocitos, que son los que las acompañan y dan soporte y son más numerosos, no lo hacen.
Hay varios grupos de investigación que han generado nuevas neuronas introduciendo genes en astrocitos de ratones. Es decir, los han convertido en neuronas. La buena noticia es que esas nuevas se conectan con otras, vuelven a establecer las sinapsis. Se abren unas posibilidades a futuro, con mucha cautela, pero es que la ciencia empieza así, con los sueños.
¿Cómo se pasa de la investigación de base, que es lo suyo, a la aplicación en medicina?
Es fundamental que se sepa que sin ciencia básica no hay transferencia. Fíjate con la Covid-19. No se ha explicado bien cómo surgió la vacuna. Llegar a ese punto de forma tan rápida -todo un hito- fue posible gracias a los 50 años de trabajo en ARN (ácido ribonucleico).
Cuando hablo de la reprogramación de los astrocitos, es que las cosas surgen así, basadas en ideas y sueños, en la curiosidad de los investigadores, en intentar explorar cosas… Es como ir por una carretera entre curvas, no sabes qué hay detrás de cada una hasta que, de repente, se abre un espectáculo magnífico delante de ti. Pero tienes que hacer el camino, con cuidado, con rigor. A veces los avances son muy pequeños.

Isabel Fariñas es neurobióloga.
El Premio Nacional Ramón y Cajal reconoce sus originales aportaciones a la biología de los factores neurotróficos. ¿Cómo conjugan la imaginación y la investigación?
Esta es una profesión creativa. Yo la asemejo a las liberales artísticas. En Ciencia intentas resolver cosas tremendamente complejas. Decía un colega en Nature que para trabajar en esto tienes que abrazar tu estupidez. Me pareció maravilloso.
La mayor parte del tiempo no sabes cómo resolver los problemas y, si piensas que estás formado para hacerlo, no te liberas de ese corsé que te apremia a buscar una solución directa. Una de las cosas más fascinantes de mi oficio es leer los trabajos de otros colegas y descubrir cómo han concluido los casos. No hay una forma concreta.
Es una profesión de muchísimo trabajo, pero también es cierto que esta parte de satisfacción creativa te arrastra a trabajar un montón. Te lo llevas a casa y le das vueltas… La recompensa es grande.
Nuestro cerebro es un mal lector de la realidad. Depende de los circuitos que hemos reforzado.
Resulta que nuestra capacidad de absorber información es limitada, por lo que nuestro cerebro, que no cesa, se anticipa a la realidad que se le presenta para comprenderla recurriendo a su experiencia y a las emociones que conoce.
Hay un libro fascinante que lo explica utilizando la magia, El cerebro ilusionista. Los trucos se basan en jugar con la tendencia anticipatoria. Cuando no es un entorno lúdico, comienzan las discusiones. Incluso ante los mismos datos opinamos de manera distinta.
Hay que tratar de mantener una mente abierta.
Efectivamente, pero parece que cada vez nos esforzamos menos. Ante el bombardeo de información que recibimos, seleccionamos la que coincide con lo que anticipamos. ¿Por qué? Porque si no, nos genera estrés. A ese conflicto los psicólogos lo llaman disonancia cognitiva.
A los científicos se nos entrena -y tenemos que seguir practicándolo a diario- para despojarnos de ese impulso anticipatorio y analizar solo los datos, porque de forma natural no lo haríamos.
Ahora que se habla mucho del ayuno intermitente, ¿puede beneficiar el cerebro?
Hay mucho interés en investigar esto. La restricción calórica alarga la vida de los ratones de laboratorio. Pero lo voy a decir de una manera un poco cruda: vivir es morir. Nosotros hemos alargado la vida más allá de la selección natural que la evolución ha consolidado. Nunca hemos vivido tanto tiempo después de la edad fértil. Lo que nos va bien cuando somos jóvenes nos va mal para envejecer.
En una vida tan larga nuestro metabolismo genera deshechos que acaban dañando a las macromoléculas de nuestras células. Esa acumulación con el tiempo la resolvemos peor. Lo que comemos y cómo lo metabolizamos tiene un impacto en la salud de nuestras células.
¿Influye la microbiota en el cerebro?
Hoy en día hay una rama muy importante de la neurociencia que estudia su posible conexión con algunas actividades cerebrales. Eso va a dar bastante juego en los próximos años, pero todavía sabemos poco.
De todas formas, hay que ser muy cauto con todo. Como decía Paracelso, la dosis diferencia un veneno de un remedio. No hay una fórmula mágica. Cuando mi madre me dice que ha oído en la tele que algo es muy bueno para el colesterol, yo le pregunto si le han indicado cuántos kilos de ese algo tiene que tomar para notar sus efectos beneficiosos. En la moderación está la clave.
¿Cuáles son los principales retos en el estudio de la neurociencia?
Las enfermedades neurodegenerativas, tanto por el envejecimiento de la población como por su impacto social, emocional y de salud. Estamos todavía muy atrás. La relación causa/efecto de estas dolencias no está del todo clara. Como debutan muy tarde, cuando te das cuenta de que esa persona la padece ya llegamos tarde.
Los neurólogos están estudiando mucho lo que llaman síntomas prodrómicos, que son aquellos que aparecen antes de que se manifieste. La mayoría de las variables biológicas son poligénicas. Eso hace muchas veces complejo el análisis de ciertas cosas, porque, además, hay que tener en cuenta la posible influencia del medio ambiente.
¿Qué sucede cuando lleva tiempo persiguiendo una hipótesis y, de repente, se da cuenta de que estaba equivocada y tiene que volver a empezar?
Cajal ya decía que lo que caracteriza a un científico es ser inasequible al desaliento. Es fundamental, porque en los experimentos nos fallan muchas cosas. Sin resiliencia de convertir en aprendizaje positivo aquello que no te ha funcionado no seguirías. Tienes que disfrutar del camino.