La noche del 14 al 15 de abril de 1912, durante una travesía de Southampton a Nueva York, el barco más famoso de su época y de las venideras se hundía en las aguas del Atlántico. Murieron 1.514 personas de las 2.223 que viajaban. No había botes salvavidas para todos los pasajeros.

El suceso dio lugar posteriormente a todo tipo de historias curiosas, desde el panadero ebrio a la orquesta que no dejó de tocar. Algunas de esas anécdotas se conocieron gracias a los afortunados supervivientes, entre ellos, una de las diseñadoras de moda más famosas de su época, lady Duff-Gordon.

Su verdadero nombre era Lucy Christiana Sutherland y nació en Londres en 1863. Cuando tenía poco más de un año, fallece su padre –el ingeniero civil británico Douglas Sutherland– y su madre, Elinor Saunders –que era hija de emigrantes anglo-franceses en Canadá–, se traslada a la casa de sus padres en Guelph (ahora Ontario), con sus hijas. 

Durante la estancia en la casa de sus abuelos maternos, Lucy y su hermana –que luego se convertiría en la famosa novelista Elinor Glyn– son educadas por su abuela, una mujer anglo-irlandesa de familia de clase alta, dotada de una gran personalidad.

La exquisita (y moderna) educación que dio a sus nietas, durante los siete años que vivieron con ella, les permitiría luego a estas relacionarse tanto en los círculos aristocráticos como en los creativos, donde ambas lograron destacar.

Porque la hermana de Lucy se convirtió en escritora de novelas románticas subidas de tono para su época y, más tarde, se trasladaría a Hollywood para hacer guiones en películas de estrellas del celuloide como Rodolfo Valentino, Gloria Swanson y Clara Bow.

En 1871, siendo Lucy muy niña, su madre volvió a casarse (con David Kennedy), y la familia regresó a Inglaterra y se instalaron en Saint Helier (San Helerio en español, la mayor ciudad y capital de la isla de Jersey), donde las niñas son educadas por institutrices. Lady Duff contaría años después que su amor por la moda nació de observar los vestidos femeninos de los cuadros familiares y de crear modelos tanto para sus muñecas como para ella misma y su hermana Elinor.

En 1875, después de visitar a unos familiares que vivían en Inglaterra, Lucy y Elinor regresaban a la isla de Jersey, y su barco encalló en un vendaval. Ambas, que tenían 12 y 11 años, sobrevivieron al naufragio. Lucy no podía imaginar que, 37 años después, vivirá la odisea del hundimiento del Titanic (el 14 de abril de 1912).

En esos casi cuarenta años que pasaron, Lucy se convertirá en la primera diseñadora británica conocida internacionalmente con su marca, Lucile, de la que abrió sucursales en Nueva York (1910), París (1911) y Chicago (1915). Pero primero se casaría, en 1884, con James S. Wallace, con quien tuvo una hija, Esme. El matrimonio no sobrevivió a las infidelidades de Wallace, que además era alcohólico, y Lucy tuvo también sus propias aventuras amorosas.

Tras su separación y un proceso legal que duró varios años, en 1895 obtuvo el divorcio. El final de su primer matrimonio dejó a Lucy sin ingresos. Para mantenerse a sí misma y a su hija, después de la separación, comenzó a trabajar como modista desde su casa. En 1893, abrió su primera tienda, Maison Lucile, en el corazón del West End, un elegante barrio londinense. En 1897, se trasladó a un local más grande en Westminster.

En 1900, Lucy Sutherland Wallace se casó con Sir Cosmo Duff-Gordon, un aristócrata y terrateniente escocés, campeón de esgrima y heredero de una bodega de Jerez, fundada en Cádiz por su tío, James Duff, que era el cónsul británico en la ciudad gaditana. Había nacido Madame Lucile.

En 1904 la tienda se mudó a 23 Hanover Square, de donde ya no se movería durante dos décadas. Empiezan sus años más activos: crea innovadores estilos, como las faldas con aberturas y los escotes bajos y en pico.

Lady Duff-Gordon, en 1917.

También se le atribuye la idea de introducir corsés menos restrictivos, que fue sustituyendo por la lencería dos piezas (más del estilo actual) y de crear la llamada bata de té: un vestido fabricado en un tejido más ligero, que las mujeres podían llevar sin corsé y ponerse sin ayuda de sus doncellas. Aunque era para vestir durante el día, más tarde se permitió llevar por la noche, pero solo en presencia de familiares y amigos.

Son famosas sus prendas que se superponen en capas y sus vestidos drapeados, así como unos modelos bautizados como trajes emocionales, a los que daba nombres, según la personalidad y psicología de sus clientas, sacados de la historia, la literatura, etc.

Fue una de las pioneras de las relaciones públicas y de las primeras en utilizar modelos profesionales (y llamarlas maniquíes), a las que enseñaba personalmente a desfilar sobre un escenario, con cortinajes, iluminación y música de una orquesta, como un espectáculo teatral.

A sus desfiles se acudía exclusivamente por invitación de la diseñadora, y a los asistentes se les entregaba un programa al comenzar –igual que si asistieran al estreno de una obra– y un detalle como recuerdo al finalizar. Además, insertaba anuncios de publicidad en las revistas del grupo Hearst y, de 1912 a 1922, escribía una columna mensual ella misma para Harper's Bazaar y Good Housekeeping.

Lady Duff-Gordon en 1919.

Lucile se convirtió así en la primera marca global de moda, muy del gusto de sus clientes, entre los que había miembros de la realeza, aristócratas, actrices de cine mudo y del teatro, tanto británicos como extranjeros de paso por Londres.

En abril de 1914, sir Cosmo Duff-Gordon y su mujer embarcaron en el Titanic junto a la secretaria de la diseñadora. Tras el choque con el iceberg, el barco empezó a hacer aguas y comenzó la evacuación. Desoyendo la regla de “mujeres y niños primero”, sir Cosmo Duff-Gordon embarcó en uno de los primeros botes salvavidas.

Posteriormente, fue acusado de sobornar a uno de los marineros para salvarse y de no haber salvado a ninguna de las personas que estaban en el agua, a pesar de que en el bote había espacio para 40 personas y sólo iban 12 (entre ellos, lord y lady Duff y la secretaria de esta).

Aunque fue declarado inocente en el juicio que se llevó a cabo posteriormente, tras una exhaustiva investigación e interrogatorio de otros supervivientes, los Duff-Gordon perdieron el juicio de la opinión pública y su reputación quedó muy tocada.

Aunque nunca se divorciaron, y siguieron siendo amigos, vivieron separados desde 1915 hasta la muerte de él. Sólo tres años después del hundimiento del Titanic, reservó un pasaje para viajar a bordo del RSM Lusitania. Según la prensa de la época, a última hora canceló el viaje por encontrarse enferma. El barco fue hundido por un torpedo alemán, pero Lady Duff escapó por tercera vez de un naufragio.

Sin dejarse vencer por el miedo, Lady Duff-Gordon viajó de nuevo, unos meses después, a Estados Unidos, para firmar un contrato con Otis F. Wood, un agente de publicidad, otorgándole el derecho exclusivo de comercializar prendas y otros productos, durante un año.

Lucy Duff-Gordon recibiría la mitad de todos los ingresos, pero, al mismo tiempo, se le ocurrió la idea de comercializar una línea de ropa "para las masas" y rompió su acuerdo con él al promocionar productos vendidos por Sears Roebuck. Wood la demandó, y ella se defendió con el argumento de que no existía un contrato válido porque Wood no había hecho una promesa expresa de hacer nada.

Wood ganó en primera instancia, pero Lady Duff lo hizo en la apelación. Sin embargo, en 1917, perdió el caso de la Corte de Apelaciones de Nueva York. En un caso muy célebre entre los abogados estadounidenses, llamado Wood v. Lucy, el juez Benjamin N. Cardozo sentó un precedente en el ámbito del derecho mercantil y se estudian en las facultades de derecho estadounidenses y canadienses, junto con varias otras opiniones escritas por el juez Cardozo.

Este señaló que, aunque "puede faltar una promesa, todo lo escrito puede ser una ‘obligación instintiva (o implícita)' y, de ser así, "hay un contrato" válido. Es decir, que una promesa de representar exclusivamente los intereses de una parte constituía consideración suficiente para exigir el cumplimiento de un deber tácito de hacer esfuerzos razonables basados en esa promesa.

Poco antes de los años 20, Lucy Duff-Gordon reconoció a la prensa estadounidense que no había diseñado muchos de los vestidos de su firma, que fueron obra de sus colaboradores más cercanos desde 1911. En 1922 cesó la actividad de su empresa y, aunque intentó reflotarla bajo otro nombre, todos sus intentos de venderla o lograr nuevos socios comerciales fracasaron.

Pasó sus últimos años vendiendo ropa importada y colecciones más pequeñas en diferentes pequeñas boutiques, pero fue en vano, y cerró definitivamente. Siguió trabajando como columnista y crítica de moda y en 1932 escribió su autobiografía, que fue un best seller, titulada Discretions and Indiscretions (Discreciones e indiscreciones).

Falleció en 1935, en una residencia de ancianos en la que estaba ingresada, de un cáncer de pecho que se le complicó con una neumonía. Había sobrevivido a tres naufragios, pero vio impotente cómo naufragaba su compañía.

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