Una mujer afgana cubierta con un burka mendiga junto a su hija en la calle.

Una mujer afgana cubierta con un burka mendiga junto a su hija en la calle. istock

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De policía a mendigar de rodillas con burka: la catástrofe talibán

El pasado 15 de agosto se cumplió un año desde que los radicales tomaran el poder de Afganistán y barrieran los derechos y libertades de las mujeres. 

20 agosto, 2022 00:36

Hace un año, la vida de las mujeres afganas comenzó a teñirse de color negro. Tras la llegada de los talibanes al poder, sus libertades y derechos parecen haberse evaporado. Las mujeres ya no pueden estudiar, ni trabajar libremente y deben cubrirse con burka, algo que los activistas ya han calificado, según adelanta The Guardian, como un “apartheid de género”.

“Vivir aquí es realmente complicado para mí. Estoy sola con mi hijo porque mi marido huyó de Afganistán. Antes, yo era una de las mujeres que trabajaban y, ahora, si me encuentran, me matan”, denuncia Maryam Safi a MagasIN desde Kabul.

El 15 de agosto de 2021, los talibanes se hicieron con el control de Afganistán, tras una ofensiva relámpago que les llevó a conquistar en dos semanas el 90% del territorio. Su llegada al poder ha supuesto un retroceso en los derechos de las mujeres en un país que consiguió que en 1919 ellas pudiesen votar en elecciones democráticas, que construyó en 1921 la primera escuela para niñas y que consolidó, en la Constitución de 2004, la igualdad entre hombres y mujeres.

[Las mujeres en Afganistán: de la invisibilidad a la resistencia a los talibanes]

Desde entonces, el medio afgano Rukhshana Media, en el que mujeres difunden testimonios de mujeres, ha recogido la experiencia de afganas de todo el país viviendo bajo el régimen talibán. Historias que después ha divulgado el diario británico The Guardian

Una de ellas cuenta la dramática situación que vive una expolicía, quien ahora mendiga en la calle para sobrevivir. “Hasta que los talibán tomaron el poder, yo era policía. Mi marido falleció, pero yo podía mantener a mis hijas con mi salario. Ahora he perdido mi trabajo y los talibanes han estado capturando a las mujeres que trabajaron en los servicios de seguridad. Sigo aterrorizada por si me encuentran. Desde hace siete meses, tengo que pedir en la calle para poder alimentar a mis hijas”. 

“Mi vida ahora es mucho peor. Antes formaba parte del programa de pasantías para mujeres en el Gobierno (WIG project) y ahora trabajo como enfermera en un colegio”, cuenta a MagasIN Mursal Eltizem, una joven afgana que aún vive en el país.

Y continúa: “No quiero que mis hermanos y hermanas vivan más en Afganistán. Quiero que salgan del país para que puedan ver lo bonita que es la vida sin la guerra. Quiero que mi hermana pequeña vuelva al colegio y sea capaz de defender sus derechos”.

El principio del fin

El 17 de agosto, dos días después de haberse hecho con el Gobierno, el portavoz talibán Zbihullah Mujarhid trató de tranquilizar a sus compatriotas y a la comunidad internacional comprometiéndose a respetar los derechos de las mujeres, pero “en el marco del islam”.

El Gobierno talibán conformó un gabinete y un equipo de ministros sin mujeres. Además, se sustituyó el Ministerio de Asuntos de las Mujeres por el Ministerio de la Virtud y la Prevención del Vicio.

Por aquel entonces, ya en algunas provincias se comenzó a prohibir a las mujeres volver al trabajo, salvo a las sanitarias, y también que salieran de casa sin la compañía de un familiar que fuera varón.

Semanas más tarde, el ministro de Educación Superior Abdul Baqui anunció que a las mujeres se les permitiría estudiar en las universidades, pero no junto a los hombres. Se abría entonces un nuevo interrogante: ¿tendrían las universidades la capacidad para ofrecer clases separadas? Niños y niñas también estudiarían segregados por sexo.

Además, a principios del mes de septiembre, se advirtió una nueva obligación para todas las mujeres. Deberían vestir hiyab. Esto solo era el principio de lo que estaba por venir. 

Velo o muerte

Otra de las historias que recoge Rukhshana es la de Samana (Kabul), quien volviendo a casa se encontró a dos talibanes apuntándola con una pistola. Le gritaron que era una prostituta porque no llevaba el velo y exigieron saber por qué no vestía el hiyab. “Me apuntaron a la cabeza y uno de ellos tenía el dedo sobre el gatillo. Bajé mi cabeza y dije en voz baja: ‘No volverá a pasar’. Cuando llegué a casa me senté y lloré una hora. Me dije: 'Esto es un aviso de lo que está por venir'”. 

Pero la situación aún podía empeorar. El pasado 7 de mayo, los talibanes, veinte años después, volvieron a imponer por decreto la obligatoriedad de que todas las mujeres lleven burka en espacios públicos para "evitar la provocación".

Comenzando por la vestimenta, han sido muchos los derechos y libertades recortados a las afganas. Zarlasht cuenta en el mismo medio que en junio, mientras viajaba con su hermano, los talibán les ordenaron que se detuvieran. Les preguntaron por separado su relación y después les pidieron sus identificaciones. Al no tenerlas con ellos estuvieron a punto de dispararles. Dos horas más tarde, un familiar les llevó las identificaciones. “Desde entonces no quiero ni salir de casa”. 

Ya no pueden estudiar, trabajar libremente, viajar solas, ni siquiera protestar, y el país cada vez es más inseguro. Abassi relata desde Kabul, también en Rukhshana Media, que iba en autobús hacia el este de la ciudad cuando el mundo a su alrededor explotó. “Nos vimos en medio de una carnicería. Desde que los talibanes tomaron el control, la seguridad se ha deteriorado y nuestro bus fue bombardeado por militantes del Estado Islámico. Vimos que mucha gente fue asesinada”. 

Estudiar por un futuro mejor

Las niñas y jóvenes afganas mayores de once años siguen sin poder volver a las aulas en Afganistán. Si bien el Gobierno talibán prometió que reabriría colegios e institutos para chicas, el miércoles 23 de marzo reculó en su decisión. 

Sin embargo, aquellas que recibieron la noticia como un duro golpe, no han dejado de reclamar educación y desafiar al régimen. Escondida en un barrio residencial de la capital, se encuentra una de las últimas escuelas secretas que han emergido en el país para que las niñas puedan continuar con su educación. 

[Las niñas afganas, que tienen prohibido asistir a la escuela, piden al mundo que no las olvide]

La joven Mah Liqa, de catorce años, contó en Rukhshana que cuando le dijeron que no podría ir a clase se deprimió y no tuvo motivación para trabajar o estudiar en casa. Sin embargo, días después se recordó que tenía que seguir luchando por un futuro mejor y por sus sueños. 

“Tenía que encontrar formas de continuar aprendiendo a pesar de la prohibición. Así que ahora estudio todos los días inglés en casa, de manera que pueda solicitar una beca y, quizá, estudiar un día Informática en el extranjero. Sigo tratando de conseguir algo por mí misma”, escribió. 

Como anunciaron, las universidades no se han cerrado para las mujeres, pero la educación superior se ha dividido por sexos. Este hecho está complicando que muchas estudiantes continúen con su formación por la falta de profesoras. Sabira también comparte su experiencia en el medio afgano. 

“Nos estamos viendo forzadas a vestir el hiyab para entrar a la universidad. Dentro, las mujeres estamos bajo constante vigilancia. (...) Nunca me imaginé que un día, en Bamyan, todas las estudiantes no veríamos obligadas a vivir así. No puedo creer en lo que la vida se ha convertido aquí”.

Trabajo para profesoras y sanitarias

La política de los talibanes respecto al trabajo varía en función de la región y el sector de actividad.

Si bien a todas aquellas trabajadoras públicas y del Gobierno les han mandado quedarse en casa, existe una excepción para las que trabajan en educación o sanidad. 

En el sector privado, las restricciones son similares, según recoge el informe de Amnistía Internacional Death in Slow Motion: Women and Girls Under Taliban Rule (Morir despacio: las mujeres y niñas bajo el régimen talibán, 2022). De acuerdo con el documento, muchas de las mujeres que continúan trabajando están encontrando dificultades por las restricciones de vestuario, comportamiento y oportunidades. 

En este sentido, por ejemplo, la artista Khatera ha recibido el visto bueno de los talibanes para continuar con su trabajo, pero se autocensura porque no se siente segura. 

Además, Mursal Eltizem cuenta a MagasIN que en la provincia de Kabul hay muy pocas mujeres doctoras y que hay una urgente necesidad de contar con profesoras en las universidades, ya que los hombres ya no pueden dar clase a las chicas.

Violencia para silenciarlas

Ante el radical cambio de vida al que se han visto sometidas, las afganas no han dejado de salir a protestar y los talibanes han tratado de silenciarlas cada vez con más violencia.  

[Los talibanes disparan contra una manifestación de mujeres afganas que reclamaban sus derechos]

Por ejemplo, estos dispersaron el pasado 13 de agosto una manifestación de mujeres que exigían sus derechos a recibir una educación y a poder trabajar. “Protestamos para elevar nuestras voces contra los talibanes, pero después de que llegásemos abrieron fuego para separar a las asistentes y ahora estamos escondidas en una farmacia”, afirmó una de las activistas en un video difundido en redes sociales. 

“No solo las mujeres, todos en Afganistán tenemos miedo de los talibanes. Somos como prisioneros. En nuestro país, las mujeres son raptadas y asesinadas por los talibanes todos los días, especialmente periodistas y activistas de la sociedad civil”, denuncia Musral Eltizem a MagasIN.

“Yo siempre he sido una defensora de los derechos de las mujeres, pero ahora no puedo ni alzar mi voz. Protestamos hace unos días, pero los talibanes nos reprimieron y nos dieron un aviso” y continúa: “Periodistas y activistas están saliendo del país. Yo también estoy buscando una forma de salir del país”.

En este sentido, Maryam Safi nos dice que la mayoría de mujeres se están uniendo para protestar, “pero sus voces están siendo silenciadas y amenazadas”. 

Contar su realidad

Antes de que los talibanes se hicieran con el poder, ya era complicado conocer la realidad de las mujeres afganas.

“Suele ocurrir que las historias de las mujeres afganas las deciden hombres afganos o periodistas internacionales. Y, aunque nuestra presencia en medios afganos se celebra como un empoderamiento de la mujer, no se nos presta mucha atención a la hora de decidir qué historias se deben cubrir”, dijo Zahra Joya hace un año en una entrevista con The Guardian. 

La joven se encontró hace un par de años siendo la única mujer en una redacción. “Era un espacio solitario, dominado por hombres que tomaban decisiones sobre qué historias eran importantes y cuáles no”. Joya, que pertenece a la perseguida comunidad hazara sintió que se enfrentaba a discriminación por etnia y sexo. “Rara vez había mujeres cubriendo eventos políticos o ruedas de prensa”. 

Para cambiar el panorama dominado por los hombres y visibilizar la realidad de las mujeres, en noviembre de 2020, Joya lanzó Rukhshana Media, una web de noticias en la que mujeres afganas cuentan historias de mujeres afganas. 

Y, desde que llegaron los talibanes, el portal no ha dejado de contar cómo viven las mujeres en Afganistán bajo el régimen extremista. 

Rukhshana es mi esperanza de construir un Afganistán más fuerte, que incluya nuestras voces, las voces de sus mujeres”.