María José y Lorena son mujeres pastoras, que no quiere decir ya nunca más la mujer de un pastor, sino más bien, la persona (femenino) que cuida, limpia, cría y arregla a las ovejas. Ellas comparten la afición por unos animales que les parecen los mejores compañeros de trabajo y un oficio que siempre ha estado ligado a los hombres pero que ellas demuestran día a día que hace años que también es cosa de mujeres.

"Yo tengo 57 años y cuando empecé es verdad que la gente me miraba como un bicho raro y decía '¡pobrecica!'. Pero es un oficio como cualquier otro. Eso sí, más sucio porque estás con animales todo el tiempo, por lo que no vistes como si fueras a una oficina", aclara María José sin tener claro si no estar todo el día subida a unos tacones y con ropa formal es una maldición o más bien lo contrario.

Ella lleva 20 años criando ovejas en un pueblo de 1.300 habitantes, Alfamen, en Zaragoza. Entró en el negocio casi por casualidad. En realidad, para "ayudar" a su marido tras comprar un rebaño pero desde el principio tuvieron claro que se necesitaban dos manos más en el negocio y que las suyas tenían que constar como ganaderas de manera oficial: "Este sector sigue estando muy masculinizado pero lo curioso es que la mujer ha estado ahí también, lo que pasa es que decía que venía, entre comillas, a ayudar al marido, al padre, a los hermanos".

María José reconoce que el trabajo es muy duro y puede ser que no muy llamativo para meterte sin pensar, pero insiste en que "mujeres pastoras han existido siempre aunque fuera a la sombra del marido o del padre". "Como sólo ayudaban pues ni cotizaban ni estaban aseguradas", adveierte. Por eso reclama dar el sitio que merecen a las ganaderas que se lo ganan cada día con su trabajo: "Si la mujer viniera y se sintiera más dueña y trabajadora reconocida, pues a lo mejor habría más pastoras".

Justo en ese punto está Lorena (33 años): pastora empoderada, pastora por elección y sobre todo pastora por devoción. Su voz suena cantarina cuando relata que ella, casi como Heidi, creció rodeada de ovejas y vacas en un idílico pueblo pegado al Parque Natural de Ordesa, en los Pirineos aragoneses.

Siendo adolescente ya ayudaba a su padre con los animales, "siempre por mi voluntad propia", pero fue cuando acabó su carrera de Ingeniería de Montes en la Universidad de Lleida cuando supo que no quería vivir en otro sitio que no fuera su pueblo y que no quería trabajar en otras cosa que no fuera con su ganadería. Así que a su vuelta, le propuso a su padre que ella fuera la pastora, quedándose con la explotación de ovejas, y él el ganadero, con la de vacas.

"Me gustan mucho los animales, las ovejas y las vacas. El sitio donde vivo, Viu de Linás, es precioso. De hecho, para mí ir a trabajar, no es ir a trabajar, es disfrutar. Siempre hay días malos obviamente: en invierno, cuando nieva mucho, o cuando está lloviendo, que te mojas al darles de comer a los animales. Pero, por lo general, yo disfruto todos los días", reconoce esta joven ganadera.

Sin sábados ni domingos

Un placer que compensa la exigencia de un trabajo que no entiende ni de sábados ni de domingos y menos de fiestas o días libres. "Las vacaciones son muy complicadas. Yo como está mi padre, pues lo tengo un poco más fácil porque las épocas de más tranquilidad, él se queda vigilando y yo puedo salir. Igual ahora con el niño pequeño", aclara.

María José se sonríe cuando se le pregunta por las libranzas. "Las ovejas comen siempre", resalta la obviedad. Ella sabe que para irse unos días, necesitan que alguien se haga cargo del rebaño pero para tener tardes o días de descanso, dependiendo del momento, es cuestión de organizarse. 

"Lo puedes arreglar para irte un día suelto. Madrugas más o trasnochas más y ya. Está claro que la faena hay que hacerla pero como eres el amo...", relata. Ahora mismo, su explotación está en uno de esos picos de trabajo en los que casi no se pueden mover de la nave: "Hay temporadas que estás muy quemada, como la época de la parición, que es muy dura y se echan muchas horas. Luego, cuando los corderos son más grandes puedes organizarte el tiempo mejor y venir sólo por la mañana".

Mientras habla por la granja, se oye como decenas y decenas de ovejas la van saludando. "¿Oyes la música?", asegura al teléfono. María José no es la encargada de sacar sus más de 900 animales de forma habitual porque la zona donde vive está llena de caminos y viñedos y es un trabajo más duro que llevarlas al campo sin más. "Yo no me atrevo a sacarlas porque es una zona muy complicada. Aquí es mucho de camino con viñas, árboles, sembrado... Las he sacado dos o tres veces pero a terreno fácil, como a un campo que tengo vallado o al campo de al lado que no hay ningún peligro", reconoce.

Eso sí, en la paridera es la primera en enfundarse un guante hasta el hombro cuando hay que ayudar a traer corderos a este mundo y eso que su primera imagen con un rebaño no fue del todo agradable: "Lo que recuerdo es que cuando venía al principio y veía a las ovejas parir me daba mucho asco, porque no es agradable ver parir a un animal. Bueno, no es agradable pero es bonito. La placenta se les queda colgando hasta que la tiran y me daba asco. Ahora, si me toca asistir a alguno me pongo el guante y meto la mano hasta donde haya que meter para sacar al cordero. Te acostumbras a todo", explica.

Lorena sí es de las pastoras que se lleva sus ovejas para arriba y para abajo, nunca mejor dicho. "Hacemos ganadería extensiva pero como estamos a 1.250 metros y nieva, en invierno tenemos que estabular las ovejas dentro de la nave. Y tampoco hay comida en los campos, así que les damos lo que recogemos durante el verano". 

Lo suyo es un ir y venir entre corderos conforme van pasando las estaciones del año: "Cuando empieza a hacer bueno, en primavera, las sacamos a los campos que tenemos cerca del pueblo. Y ahora en junio las subimos ya al monte, al puerto, y las dejamos allí, pero vigiladas porque es cuando empiezan a parir y las que están a punto, las bajamos a casa", explica de forma sencilla para entender un ritmo de trabajo que encaja como un reloj con el ciclo natural marcado.

"Eso sí, todo el tiempo que las ovejas están en el monte, hasta noviembre, como ha crecido la hierba de los campos de cerca de casa, lo que hacemos es cortarla y guardarla para que sea su alimento en inverno". Todo encaja de nuevo.

Esta joven ganadera tiene bajo su cuidado a un rebaño de 450 ovejas y un bebé. La mayoría de su rebaño son de Rasa Aragonesa, como las de María José, es decir, que se venden para carne, concretamente para ternasco. Ni se ordeñan ni se esquilan.

Su mayor tesoro, un pequeño de 14 meses, es el cordero más difícil de llevar, sobre todo para conciliación y muestra que, aunque sea en el campo y rodeada de animales, familia y trabajo siempre es un esfuerzo doble para la mujer.

"Hay una parte que sí es más fácil conciliar con un rebaño que es que te puedes adaptar un poco el horario. Si hoy vas a una hora más tarde, te apañas y ya. Pero luego tienes el problema de que no hay dos días libres a la semana, ni el sábado ni el domingo, y hay jornadas que tienes que estar enteras en el monte, sí o sí. Así que él está con mi madre o con los otros abuelos". Nada es diferente en este sentido para las pastoras.

María José reconoce que ella entró en el mundo de la ganadería cuando sus hijos ya eran un poco más grandes pero igualmente, la única ventaja que le ve es poder adaptar los horarios. "Tengo dos hijos pero ya de 27 y 30 años. Cuando son bebés no lo sé cómo será porque no lo he vivido, pero lo único bueno de conciliar es que te puedes apañar tú los horarios. Ahora obviamente no me dan faena, al revés, en tiempos de parición, muchos días me hacen ellos la comida".

La inteligencia por fuerza

Ambas reconocen que entre los ganaderos nunca se han sentido diferentes por ser mujer ni nadie las ha mirado mal por ser pastoras: "Yo nunca he encontrado ninguna dificultad. No me hacen diferencia el resto de ganaderos y me siento una más", aclara Lorena.

Y en su día a día, cuando se han encontrado con algo para lo que necesitaba más fuerza de la que tenían, han tirado de imaginación para compensarlo. "Sí me ha pasado que, por ejemplo, los sacos de pienso, que me los mandaban grandes, les dije que no podía moverlos y compro de los más pequeños y ya está. No le veo más problema. Yo cojo las ovejas cuando no quieren caminar y lo que no puedo hacer ya me invento alguna cosa para apañármelas como unas jaulas para poder yo sola hacerlas tetar a los corderos si no les dejan", añade.

Además, las nuevas tecnologías han cambiado un oficio que mantiene aún el romanticismo de quienes disfrutan acompañando a estos animales pero con mejores sistemas de pesado, genéticos y de tratamientos que permiten al negocio ser un poco más rentable.

"Cuando empecé, los nacimientos tras los partos se apuntaba a boli y con una libreta. Ahora llevo un lector. Antes se pesaban los corderos al destete uno a uno y ahora hay una báscula que los va pesando. Además tenemos una aplicación en el móvil con todos los datos. Esto está cada vez está más profesionalizado pero hay que trabajar mucho para introducir mejoras", aclara María José.

En su caso, pertenece a una cooperativa donde se hacen estudios para mejorar los piensos para que se críen antes los corderos e incluso mejorar genéticamente el rebaño para tener más partos dobles y mejor carne. "Y eso también lleva mucho trabajo de selección y cuidado".

El padre de Lorena siempre fue un ganadero a la última y muy proclive a que las nuevas tecnologías ayudaran. "Siempre ha procurado ir avanzando. No es de esta gente que sigue haciéndolo todo a mano aunque tenga la maquinaria. Y seguimos igual".

De hecho, ella cuenta con cámaras en las naves para poder estar en casa, con su hijo, y seguir de forma telemática el parto de una vaca hasta que llega el momento o vigilar cómo están las ovejas. "Todos son avances y mejoras".

Coronavirus

Estos tres meses de pandemia para ellas apenas han existido, salvo por que le han salidos candidatos ayudantes casi en cada esquina: "Se me han ofrecido pastores en estos meses de confinamiento a montón. Toda la gente encerrada en casa y nosotros teníamos que salir porque las ovejas tienen que comer y teníamos que limpiar los campos, cerrar, echar estiércol... Así que mucho no hemos notado el estar encerrado", explica Lorena.

María José sabe que "la ganadería es muy dura" y cree que "sí ha habido una mirada más profunda durante el coronavirus pero a ver cuando volvamos a la normalidad qué pasa. Seguro que no nos acordaremos de esto".

Ellas no son una excepción, aunque son claramente minoría. Por eso, María José sigue trabajando por la incorporación de la mujer a este sector desde la 'Asociación de Mujeres de Cooperativas Agroalimentarias de España'.

Faltan referentes pero también que la gente vea realmente lo que es el pastoreo. Por eso, es clave iniciativas como la de Lorena que, en su casa, tiene un alojamiento rural donde ofrece actividades que muestran y hacen partícipe a los turistas de su trabajo: desde dar biberones a los corderos recién nacidos hasta acompañarles a subir las ovejas al puerto.

"En Casa Palacio muchos vienen ya todos los años y nos acompañan en esos momentos. Hay gente que nos llama y nos pregunta si hay corderos pequeños y si no esperan para venir. Les gusta mucho a los niños", aclara. Quizás futuras pastoras o ganaderas.