Empieza el año ‘22 como arrancaba el ‘21 y, si me apuran, como iniciábamos un 2020 al que, a estas alturas, le faltaban mascarillas pero ya contaba con incertidumbre en la otra parte del globo. Pasarían unas cuantas semanas para que viésemos las orejas al lobo, pero empezábamos a escucharle aullar de fondo… aunque fuese en chino.

Pero no es esta, semana de malas cosas, sino más bien de todo lo contrario. A buen seguro, más de uno lee esta columna entre papeles de regalo, y con un trozo de rosco (con nata, of course) en una de las manos. Mancharse nunca fue tan delicioso y un desorden tal en el salón solo se permite en una jornada como la de hoy. Si hay niños en casa, saben de lo que les hablo.

Vamos tarde ya para preguntarles qué tal se han portado este último año. De hecho, hoy el marcador se pone de nuevo a cero, para iniciar un particular periodo de doce meses en los que más que buenos propósitos, se deberían premiar buenas acciones. Y da igual que seamos ya mayorcitos. Si a los pequeños podemos condicionarles un tanto para que se terminen la sopa, para que no pinten las paredes o para que corrijan tal o o cual actitud, a cambio de regalos de Reyes, los más ‘talluditos’ podríamos dar ejemplo y empezar a comportarnos… aunque sea a cambio de un paquete envuelto en papel de brillo.

La llegada de Sus Majestades ha sido, un año más, toda una bomba de ilusión estallando sobre nuestras cabezas e irradiando entusiasmo en un momento en el que nos hacen falta buenas cosas que llevarnos a la boca. El regusto amargo se extiende ya desde hace demasiado tiempo y era de justicia que Melchor, Gaspar y Baltasar pasearan (o se quedaran estáticos) de nuevo por nuestro territorio, hicieran las delicias de los más inocentes y nos obligaran, al menos por unas horas, a pensar más en sonrisas y menos en contagios.

Compartirán conmigo que, lo de menos, es lo que traían. Es verdad que podríamos haber sido ambiciosos, y pedir una reparación definitiva de la cubierta de la Catedral… o un Metro terminado ya al céntrico, y con aristas al Civil, al Palo, a Capuchinos, al Limonar y a Ciudad Jardín… o el tren litoral… o unos políticos que se riesen menos de la ciudadanía prometiendo y no acometiendo… o un Auditorio y cinco bosques urbanos repartidos por la ciudad. Por pedir, que no quede, pero ya saben aquello de que, ante el vicio de pedir está la virtud de no dar… y por muy Magos que sean los tres que hoy pasaron por casa, hay gobernantes capaces de bloquear hasta la magia de esos ilustres visitantes de cada 5 de enero.

Ya van de vuelta a Oriente un señor de barba blanca, otro de perfil rojizo y un tercero, más oscuro de piel que es todo luz, cariño y amor compartido por los niños, hasta convertirlo en favorito de buena parte de ellos. Ya estarán descansando tras una noche mágica, en la que pequeños y mayores volvemos a compartir aquello que nos hace iguales: la ilusión. Que no se pierda el resto del año. Que no se pierda nunca.