Francisco Sánchez
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En el barrio marinero de El Palo, en Málaga, se encuentra uno de esos locales que, más que un bar, son una institución, una ciudad: El Pimpi Florida. Fundado en 1953 por Gregorio y Antonia Santos, comenzó como un pequeño bar de pescados y mariscos de la bahía.

Aderezado con la música que tanto apasionaba a sus fundadores: flamenco y copla. Desde entonces, se convirtió en un lugar donde se mezclan los sabores del mar, la música que marcó toda una época y la esencia malagueña, esa que nunca se debe perder.

La historia de este local es, ante todo, la historia de una familia que ha vivido entre fogones y una barra durante tres generaciones. Tras la muerte del abuelo del actual propietario, su padre Jesús López y su hermana Rosa Mari tomaron las riendas junto a la matriarca, Antonia.

Actualmente, Pablo, nieto del fundador, continúa la tradición con la misma devoción que el primer día que decidió tomar las riendas de este barco. “Al principio esto para mí era un castigo, pero desde los 16 años me metí de lleno y ahora es mi pasión. Esto es parte de mí y de mi familia”, confiesa con brillo en los ojos.

El bar mantiene casi intacta su esencia: la misma barra, las neveras de madera restauradas y una carta corta, apenas 13 platos, donde destacan sus 'gambas al pimpi', sus boquerones en vinagre, las conchas finas o sus populares montaditos de lomo.

“Prefiero una carta corta y bien hecha antes que algo más grande que pierda calidad”, dice Pablo, que ha heredado la filosofía de “tocar lo menos posible” para conservar la autenticidad del lugar. Además, así conserva la carta que le dejó su padre, una muestra del cariño que le tenía.

Interior de El Pimpi Florida Francisco Sánchez

Por el Pimpi Florida han pasado personalidades como Jesús Quintero, Pepa Flores (Marisol) y artistas de copla y el flamenco, pero también clientes que con los años se convierten en familia, como Cora, una turista alemana que lleva más de dos décadas visitando el local y siendo parte de la familia.

No todo han sido momentos felices, por desgracia. Uno de los recuerdos más duros para Pablo fue el infarto que sufrió su padre cuando él tan solo tenía 24 años. “Recuerdo que estaba en plena faena y vi a mi padre derrumbarse justo aquí”, señaló con brillo en los ojos. “Por suerte había un sanitario y se quedó todo en un susto”, recuerda aliviado.

Pablo es un hostelero vocacional, de los que ya no quedan. Llega el primero y se va el último, movido por una filosofía clara. “Cada día empiezo con la actitud de dar lo mejor de mí, quiero que quien venga se vaya con una sonrisa en la cara y quiera volver”, declara.

Cuadro de El Pimpi Florida Francisco Sánchez

Habla con orgullo del trato cercano que caracteriza la barra del Pimpi: “Aquí se hacen amigos. Es un trato directo que acaba creando una armonía preciosa”, afirma. Él, junto con su compadre, son los encargados de que a los clientes ‘no les farte de na’. Además, el equipo lo conforman su mujer y Sora, la jefa de cocina, con 30 años en el local.

A pesar de la creciente afluencia de turistas, El Pimpi Florida sigue siendo un rincón auténtico, alejado de modas y ampliaciones. “Si agrando el local, le pierdo la esencia al local”, asegura Pablo. Su legado es claro: mantener intacto un lugar donde cada montadito, cada gamba y cada conversación en la barra cuentan una historia.

Con 72 años de historia, El Pimpi Florida es mucho más que un bar. Es un trozo de la Málaga de siempre, sostenido por la pasión de una familia y la calidez de un nieto que ha hecho de su trabajo una forma de vida.