Francisco Sánchez
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En la barriada del Palo, allá por 1880, Francisco Suárez Pineda decidió abrir algo más que un negocio: levantó un refugio. Recién llegado desde Cútar, desplazado por la filoxera, Francisco regentó una humilde casa de comidas que pronto se volvió célebre por su generosidad.

Allí no se pagaba con dinero, sino con confianza. Los agricultores que bajaban desde la Axarquía comían y bebían aunque no tuvieran con qué pagar. Él les decía: “Ya me lo das cuando vendas en el mercado”.

Víctor Suárez, descendiente directo y actual director comercial de Bodegas Quitapenas, representa la quinta generación de esta historia. Junto con su prima Marta, la gerente, continúan el legado de aquel hombre que cambió el concepto de negocio por el de la familia extendida en Málaga.

“Ellos lo llamaban casa del que nos quita las penas”, dice Víctor, y de ese apodo cariñoso nació el nombre con el que hoy se conoce a la bodega que forma parte del paisaje emocional de Málaga.

Sus recuerdos de infancia están teñidos de vino, calor, bullicio e informática. Víctor recuerda la antigua bodega en El Palo como un lugar donde se cruzaban su vida familiar y el trajín diario del negocio. “Cruzaba la calle y ya estaba allí, entre barriles, turistas y un centenar de trabajadores”, rememora.

Según cuenta Víctor era una bodega pequeña, muy pequeña, pero viva, con gente entrando y saliendo, con familiares en cada rincón. Lo que hoy llamamos “enoturismo”, ya lo practicaban sus abuelos en los años sesenta. Pero no todo ha sido un buen vino.

Tras la pandemia, la bodega adaptó su modelo de negocio. ‘Un nuevo comienzo’, por llamarlo de alguna manera. Marta, la gerente, impulsó un cambio en las visitas guiadas, que pasaron de ser gratuitas a incluir una experiencia más completa, pero de pago.

La bodega se integró en la Ruta del Vino Málaga y Ronda, profesionalizando las visitas. “Ahora se sirven vinos en copas de cristal, se ofrece una especie de picoteo y se apuesta por una experiencia más cultural y cuidada”, declara Victor Suárez.

Una muestra de botellas de vino en Bodegas Quitapenas Francisco Sánchez

Él no recuerda un “primer día” claro en la bodega. Empezó como tantos en los negocios familiares, pegando etiquetas y ganándose unas pesetas para comprarse chucherías. Pero fue hace unos diez años cuando, junto con Marta, asumió la dirección en un momento complicado de su vida.

“Fue una época convulsa”, dice con un nudo en la voz, pero sin dudar añade: “Luchar, siempre hemos luchado”.

La hostelería, un pilar más de la empresa. No es ni romanticismo, ni nostalgia: es una estructura. Todo en su conjunto debe funcionar a las mil maravillas. Bodegas Quitapenas ha tenido hasta 100 empleados y bares repartidos por toda la Costa del Sol, desde Nerja hasta Estepona.

“Siempre tendremos hostelería”, afirma con la seguridad de quien lo ha vivido desde la cuna. Lo dice con la misma naturalidad con la que se recuerda a uno mismo aprendiendo a caminar.

En Quitapenas el trato al público es orgánico. El turismo ha cambiado muchas cosas, pero ha sido clave para la supervivencia del sector. “Hoy el turismo nacional no come todos los días fuera, mientras que el turismo internacional mantiene en gran parte a los bares”, asegura.

No obstante distingue entre el turismo actual y aquel que conocieron en su esplendor. En los años 60 y 70, la bodega en El Palo llegó a recibir más visitantes que muchos monumentos de Málaga, con cifras que rozaban las 80.000 personas al año. Hoy, en Guadalmar, esas cifras siguen siendo buenas, pero no se acercan a esos números.

Quitapenas sigue siendo mucho más que un nombre comercial. Es un legado familiar, una memoria colectiva y una declaración de principios. En cada copa de vino, en cada vermouth o en cada tapa de boquerones hay una historia que se remonta a una promesa sencilla: “Come, bebe y ya me pagarás”.