Isabel Ottino en su tienda El Jardín del Convento.

Isabel Ottino en su tienda El Jardín del Convento. Mar León

Ocio

La doble vida de Isabel, la estilista que lleva 15 años vendiendo dulces de monjas en un convento de Madrid

El Jardín del Convento sobrevive en plena temporada alta de compras navideñas gracias a sus polvorones, perrunillas y roscos de anís entre andamios, cortes de su calle y un Madrid que olvida a sus pequeños comercios.

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Se podría decir que Isabel Ottino lleva quince años con una doble vida. Por un lado, es estilista de editoriales de moda y domina al detalle las últimas tendencias tras su paso por las pasarelas más importantes del mundo —París, Milán, Nueva York...—; por otro, trabaja a diario con pasteleras artesanas que visten siempre el mismo hábito: las monjas de conventos de todo el país.

Junto a la Plaza de la Villa, en la calle del Cordón, donde Madrid todavía conserva la respiración estrecha de su casco histórico, la madrileña abrió hace quince años El Jardín del Convento, una tienda que se ha convertido en un pequeño fenómeno: un lugar donde se compran dulces elaborados por hermanas de clausura.

En su quince aniversario, este pequeño comercio local se enfrenta a un gran reto: su entrada está sepultada por una gran lona y andamios, debido a las obras de rehabilitación de la fachada trasera del Monasterio Jerónimo del Corpus Christi, de las monjas jerónimas de clausura conocidas como Las Carboneras, donde se encuentra la tienda.

Entrada de El Jardín del Convento.

Entrada de El Jardín del Convento. El Jardín del Convento

El convento, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), está siendo rehabilitado por el Obispado justo en un mes clave para la tienda: cuando más dulces vende gracias a la Navidad. En estas fiestas, las pastelerías madrileñas tienen previsto vender más de 1,4 millones de kilos —según un informe de Asempas (Asociación Empresarial de Pasteleros y Panaderos de la Comunidad de Madrid)—.

A pesar de haber quedado su entrada oculta, Isabel vende a diario pastas de té de las Clarisas Franciscanas de Jaén, turrón blando y duro de almendras de las Clarisas de Estepa (Sevilla); además de dulces de otros conventos españoles como las empanadillas rellenas de cabello de Ángel, nevaditos, roscos de anís, perrrunillas, pastas de almendra, surtido de mazapán...

"Los productos más vendidos son las magdalenas, el mazapán surtido y polvorones de Clarisas de Siruela (Badajoz) —ellas compran la almendra marcona entera del año y la muelen de forma manual para asegurarse de que es la mejor, sin adulterar—, el hojaldre de las Carmelitas de Torrelavega (Cantabria), los turrones de las Jerónimas de Constantina (Sevilla) y mantecados de Clarisas de Estepa (Sevilla)", cuenta Isabel a Madrid Total mientras señala estos productos dispuestos en las antiguas estanterías de una farmacia francesa del siglo XIX.

Los precios oscilan entre los 6 euros, una caja de un cuarto de kilo de paciencias, de las Dominicas de Palencia, a los 14,90 euros, el turrón músico o turrón de chocolate con avellana o nuez.

¿Por qué empezó todo?

La historia de El Jardín del Convento nació en aviones y hoteles de lujo. Ottino trabajó durante años como estilista para revistas como Marie Claire y ¡Hola!; vivía entre París, Nueva York, Sudáfrica o Vietnam, durmiendo cada semana en una habitación distinta y acumulando maletas.

"Cuando dormía en mi casa de Madrid me levantaba desorientada preguntándome en qué hotel estaba. Me encantaba mi trabajo, pero necesitaba estabilidad", recuerda. La idea de un negocio cerca de casa comenzó entonces como un garabato tímido en un cuaderno que llevaba a todos sus viajes.

Aquel cuaderno se fue llenando de notas inspiradas en sus tiendas de referencia como Anthropologie, en Nueva York: techos altos, tuberías y electricidad vista, muebles antiguos... "Quería algo antiguo de verdad. Eran los requisitos para abrir mi tienda", explica.

Y un día ocurrió: paseando con su galgo adoptado por su barrio, Ottino vio un cartel de "Se alquila" en una calle que siempre le había gustado por su buen olor a dulces recién hechos y por su aura.

El Jardín del Convento.

El Jardín del Convento. El Jardín del Convento

Al grabar el número de teléfono en el móvil, escribió sin pensarlo: El Jardín del Convento, tenía claro que su tienda sería para vender dulces de monjas para preservar esa costumbre tan arraigada en su familia.

Luego descubriría que el local pertenecía al convento de Corpus Christi. Cuando las monjas le preguntaron qué actividad quería instalar, ella respondió con la timidez de quien teme que su idea suene disparatada: una tienda que reuniera dulces de conventos de toda España. 

No fue un camino breve. El convento es monumento histórico y la licencia tardó un año en llegar. Mientras tanto, recorría España en coche, visitando y probando dulces de convento que, más tarde, vendería en su tienda.

Los estragos de las obras

"¡Vaya la que tienes aquí!", apunta sorprendido un cliente de toda la vida tras esquivar a los obreros que trabajan en la entrada. "¡Qué lío tenéis montado!", cuenta otro, elevando notablemente la voz, para ser escuchado entre los ruidos de las reformas.

Desde octubre, la calle en la que se encuentra la tienda de dulces está tomada por andamios y obras de rehabilitación. La tienda ha perdido entre un 30% y un 40% de ventas.

Fachada antes de las obras El Jardín del Convento.

Fachada antes de las obras El Jardín del Convento. El Jardín del Convento

Fachada con las obras, que Isabel ha tenido que decorar con una lona del El Jardín del Convento y carteles callejeros que le den visibilidad.

Fachada con las obras, que Isabel ha tenido que decorar con una lona del El Jardín del Convento y carteles callejeros que le den visibilidad. El Jardín del Convento

Las monjas, alarmadas, han escrito cartas oficiales firmadas con membrete a las instituciones, recordando lo que significa este pequeño comercio para conventos aislados, como el que se encuentra en la Siberia extremeña o en Cantabria. "Si te va bien a ti, nos va bien a nosotras", me suelen decir.

Y, para complicarlo más, prácticamente una vez por semana el acceso queda cerrado por motivos de seguridad cuando visita la Casa de la Villa algún jefe de Estado. "Llego y no puedo abrir. Pero sigo pagando autónomos, alquiler, nóminas, impuestos...", lamenta.

Detrás de una fachada en obras se encuentra esta acogedora y castiza tienda de dulces de monjas que va a contracorriente en un Madrid cada vez con menos personalidad. "Aquí no hay prisas. Hablamos con los clientes, te cuentan sus problemas y se crea un vínculo especial en un barrio lleno de turistas", concluye Isabel, el alma de El Jardín del Convento.