Fui diputado en la transición del grupo parlamentario centrista (UCD). Elegido por la circunscripción de Valencia en la legislatura constituyente y la primera después de aprobada la Constitución.
Creo no equivocarme si afirmo que la inmensa mayoría de los constituyentes y del pueblo español concebíamos la democracia dentro de la Unión Europea (CEE Comunidad Económica Europea hasta 1993). Era una aspiración compartida y deseable.
¿Por qué queríamos ser europeos de la CEE, luego UE?
Está muy claro. Europa era un modelo aspiracional. Éramos conscientes de las dificultades de lo que intentábamos. Pasar sin violencia del régimen franquista a una democracia moderna homologable con lo que veíamos arriba de los pirineos. Estábamos hartos de aquello de “África empieza en los Pirineos”.
La inestabilidad de nuestras instituciones democráticas había sido evidente comparadas con las de los de los estados democráticos de la Europa occidental. Pensábamos que la entrada en la UE nos ayudaría desarrollar y estabilizar nuestra democracia.
La entrada en la CEE/UE con los diversos fondos europeos ayudó a la reconstrucción de infraestructuras y la creación de nuevas
Aspirábamos a una libertad de prensa, opinión y manifestación que veíamos en la Unión Europea. Queríamos alcanzar su nivel y mantenerlo como conquista irrenunciable para futuras generaciones.
También el nivel de vida de la España de los dos primeros tercios del siglo XX había estado muy por debajo del de esos países. Encima, estábamos en una crisis económica después de los años del desarrollismo español de los años sesenta y primeros de los setenta. La inflación depreciaba las rentas de los ciudadanos.
Cómo miembro de la comisión de economía del Congreso también aspiraba a que la entrada en la Europa comunitaria, tarde o temprano, ayudase a disciplinar la política monetaria del país. Lo que se reforzó a partir de la entrada en la zona euro.
Era necesario dada la historia convulsa de nuestras políticas macroeconómicas, sobre todo las monetarias. Aunque la Ley del Banco de España lo perseguía, la creación del BCE (Banco Central Europeo) ha sido un eslabón más de esa disciplina.
Encima, la entrada en la CEE/UE con los diversos fondos europeos ayudó a la reconstrucción de infraestructuras y la creación de nuevas. La España de los trenes de asientos de madera, las carreteras con baches y los aeropuertos cutres está solo en la memoria y los documentales del NODO. NODO, aparato de propaganda que, por cierto, acabó desapareciendo gracias a la democracia.
La América actual no se entendería sin la Europa histórica y la Europa actual
Todo esto, y más cosas, debemos los españoles a la entrada el 12 de junio de 1985 en las Comunidades Europeas.
Por eso, las declaraciones de Trump y su gobierno contra las instituciones europeas son no sólo inconvenientes. También son injustas y peligrosas.
La Europa precomunitaria es la Europa de las guerras civiles entre europeos. Sobre todo, las de la 1ª y 2ª guerras mundiales. Después del tratado de Roma de 1957 se ha producido la etapa de paz más duradera para Centroeuropa desde la caída del Imperio Romano.
Una etapa en la que los EEUU han tenido un desarrollo económico y social preponderante en el mundo. Haría bien el actual gobierno estadounidense en hacer un análisis más preciso del fenómeno de la UE. Ha sido y será de verdad su mejor aliado transatlántico posible.
Una etapa en que los jóvenes de EEUU no han tenido que morir en una guerra europea, como ocurrió dos veces en el siglo XX.
Ahora que Trump quiere recuperar la doctrina Monroe “América para los americanos” haría bien en concienciarse que esa América es hija de la Europa que ahora quiere denigrar. En América se hablan idiomas europeos, su cultura es básicamente europea, hasta los lazos familiares son fuertes. La América actual no se entendería sin la Europa histórica y la Europa actual.
Trump se equivoca, la UE no es, ni será su enemigo. Su argumento es que está cambiando. Europa siempre cambió y fue capaz de absorber a millones y millones de inmigrantes e integrarlos, como lo ha hecho también EEUU y el resto de América.
Somos la civilización occidental. Olvidarse de ello es entrar en una contradicción histórica de la que los españoles nos libramos en la transición y años posteriores. Trump y sus asesores no deberían olvidarlo o ¿prefieren las autocracias como compañeros de viaje? Si es así lo pagarán.
** J. R. Pin Arboledas es profesor del IESE.