En el centenario de su nacimiento, es imprescindible y justo conmemorar a una figura que no solo gobernó el Reino Unido durante más de una década, sino que redefinió la política occidental: Margaret Hilda Thatcher, la Dama de Hierro. Con el paso del tiempo y en medio de una crisis de ideas y de liderazgo en Occidente, su legado emerge como un monumento a la convicción ideológica y a la voluntad indomable. Nacida en 1925, su vida fue la encarnación del ascenso meritocrático; de hija de un tendero de Grantham a la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra en la historia del Reino Unido.

Su llegada a Downing Street en 1979 fue una respuesta directa a la sensación de declive y estancamiento que asolaba a Gran Bretaña. Pero su victoria significó algo mucho más profundo: la ruptura decisiva con el consenso socialdemócrata dominante en la vieja Britania desde el final de la II Guerra Mundial. El Partido Conservador había aceptado el keynianismo macro, el intervencionismo micro y la inexorabilidad de un Estado cada vez mayor. Thatcher no aceptó este fatalismo. Ofreció una cura amarga pero necesaria, basada en los principios de un liberalismo económico que atacó de manera frontal el statu quo imperante.

Margaret Thatcher fue, ante todo, una liberal clásica. Su ideología se centró en la primacía de la libertad individual, la responsabilidad personal, la reducción del Estado y el imperio de la ley. Representó la derecha liberal en su forma más pura en la política de posguerra. El núcleo de su "revolución" fue la privatización de las industrias estatales no solo en busca de la eficiencia, sino en la creación de una "democracia de accionistas"; la liberalización de los mercados para estimular el crecimiento y la productividad y la restauración de la ortodoxia monetaria y presupuestaria. En paralelo emprendió una batalla frontal contra el poder de los sindicatos -siendo la huelga de los mineros de 1984-1985 el clímax-, convertidos en un Estado dentro del Estado y su victoria debilitó durante décadas el poder de las Unions, transformando el panorama industrial y social.

Ofreció una cura amarga pero necesaria, basada en los principios de un liberalismo económico que atacó de manera frontal el 'statu quo' imperante

Thatcher fue la fuerza impulsora que defendió el capitalismo de libre empresa no sólo como el único sistema viable contra el socialismo, sino como un modelo moralmente superior. Su gran logro fue romper el hechizo del socialismo keynesiano que había dominado la política británica que había hecho del Reino Unido el enfermo de Europa, un país que aceptaba la decadencia como un fenómeno inevitable. Creía en el derecho del individuo a trabajar y gastar lo que gana, a disfrutar de su propiedad y veía al Estado como "sirviente y no como amo". Para la Dama de Hierro esa era verdadera la tradición británica y la esencia de una sociedad y de una economía libres.

El temple de Thatcher se forjó también en el fuego de la geopolítica y de la defensa de la libertad a nivel mundial. Su nombre está ligado a la formidable alianza ideológica que, en los años 80 del siglo pasado, se erigió como la vanguardia moral contra la opresión soviética. Margaret Thatcher, Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo II formaron una triada histórica de campeones de la libertad. Si Reagan proporcionó la firmeza militar y Juan Pablo II la resistencia espiritual, Thatcher aportó la inquebrantable voluntad política europea. Fue esta sinergia de liderazgo lo que aceleró el colapso de la Unión Soviética.

La visión de Thatcher hoy cobra nueva relevancia a través de su ausencia. Si bien su defensa de la soberanía nacional frente a la eurocracia era firme, su política se arraigó en la defensa de los principios liberales clásicos y en una fe profunda en las instituciones democráticas. Fue su Gobierno quien lideró el proyecto de Mercado Único europeo. No quería un super Estado Europeo, sino una Europa unida por el libre comercio y compuesto de naciones soberanas que cooperaban en defensa y política exterior.

Margaret Thatcher, Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo II formaron una triada histórica de campeones de la libertad

En el siglo XXI, se asiste al abandono del liberalismo por casi todos los partidos tradicionales del centroderecha en Europa, que en la práctica son los únicos defensores de un modelo, el socialdemócrata, que está agotado y es incapaz de abordar los desafíos del siglo XXI.El vacío dejado por la derecha liberal ha abierto el camino a un resurgimiento de la derecha colectivista que sitúa a la nación y no al individuo en el centro de su agenda política. Thatcher, cuya cosmovisión estaba intrínsecamente ligada al mérito, a la responsabilidad individual y a un orden internacional basado en el derecho y el libre comercio, habría aborrecido la retórica anti-institucional, nativista y estatista de estos movimientos. Su liberalismo estaba anclado en la decencia y en la creencia de que la ley estaba por encima del poder. El populismo y la demagogia contemporáneos practicados por la izquierda y la derecha radicales eran anatemas, elementos incompatibles con su visión del orden social.

El centenario de Thatcher evoca no sólo una era de profundas reformas, sino la importancia de una derecha anclada en los principios de la libertad. Ella fue la gran reformadora que detuvo el declive de Gran Bretaña y restauró la solvencia económica, personificando el coraje político y la defensa de la libertad individual contra el colectivismo. Incluso sus críticos han de reconocer que reconfiguró el panorama político británico de manera tan fundamental que sus sucesores tuvieron que operar dentro de su marco económico creado por ella hasta la crisis financiera de 2008.

Margaret Thatcher no buscó ser querida, sino ser respetada y cambió el curso de la historia. A lo largo de sus 11 años de mandato, lo logró, dejando una huella indeleble en la nación británica y en el mundo, como una auténtica campeona de la derecha liberal y de la sociedad abierta.