Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo.

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo. Jesús Hellin / Europa Press

Opinión

Reducción de la jornada laboral: perspectiva histórica

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La economía española ha empezado a dar síntomas de cambio de modelo.

Los sectores de servicios tecnológicos, de investigación, de consultoría y asesoramiento, financieros, etc., todos ellos de alto valor añadido, cada vez pesan más.

La aportación del sector exterior es también cada vez mayor, y no sólo se debe al turismo, también a la exportación de bienes, y sobre todo servicios no turísticos, con los que mantenemos un superávit comercial.

Además, hoy trabajamos de forma distinta. Las nuevas formas de empresa, las nuevas maneras de organizar el trabajo, y, sobre todo, el uso de las tecnologías, la robótica y la inteligencia artificial posibilitan jornadas laborales más flexibles.

Son muchos los sectores de actividad cuyos convenios colectivos han ido adaptándose a esta realidad.

Las nuevas formas de empresa, las maneras de organizar el trabajo, y el uso de las tecnologías, posibilitan jornadas laborales más flexibles

El progreso productivo y tecnológico ha ido impulsando las reformas hacia reducir la jornada de trabajo.

En el plano internacional, tras la revolución industrial, el primer Convenio de la Organización Internacional del Trabajo, celebrado en Washington en octubre de 1919, adoptó la aplicación del principio de la jornada de 48 horas semanales.

La norma fue fruto de la intensa huelga llevada a cabo en la compañía La Canadiense durante los meses anteriores.

España, en 1919 se posicionó a la vanguardia europea, reduciendo una jornada laboral que solía ocupar en torno a 12 diarias durante 6 días a la semana, al fijar por real decreto la jornada máxima legal en 8 horas al día, o 48 semanales.

En 1983 tuvo lugar un nuevo avance, cuando el Gobierno de Felipe González redujo la jornada a 40 horas semanales en España, que es la que aún sigue vigente.

Después de 42 años, son ya muchas empresas con jornadas de trabajo inferiores a 40 horas a la semana.

Los convenios colectivos de sectores como educación, Administración Pública, actividades financieras y de seguros y sector de suministros de agua y recogida de residuos, han pactado ya jornadas inferiores o iguales a 37,5 horas semanales.

Concretamente, el 79,7 % de los trabajadores cubiertos por un convenio colectivo mantiene una jornada de 37,5 a 39,5 horas a la semana.

Tan sólo un 7,2 % se encuentra por encima de las 39,5 horas -en sectores como la agricultura, el comercio, la información y comunicaciones y la hostelería-, mientras que el 13 % restante ya trabaja menos de 37,5 horas a la semana.

De hecho, la jornada media en España actualmente es de 38,2 horas semanales, después de haberse reducido, además, de forma drástica las horas extraordinarias sin retribuir -desde los 6 millones de horas semanales en 2020 hasta los 2,5 millones en la actualidad-.

A nivel internacional, experiencias recientes de reducción de jornada en Alemania, Bélgica, Islandia, Portugal o Reino Unido han sido positivamente valoradas tanto por las empresas como por los trabajadores, al mejorar la calidad de vida de las personas y la productividad de las empresas.

La gran mayoría de los países miembros de la OCDE están por debajo de las 40 horas.

El 79,7 % de los trabajadores cubiertos por un convenio colectivo mantiene una jornada de 37,5 a 39,5 horas a la semana.

Un informe reciente de ese organismo destaca que los países que han reducido sus horas de trabajo han conseguido mejoras en productividad y empresas más competitivas porque se genera una tendencia a trabajar mejor, y esto incide en la competitividad de las compañías.

Un mejor empleo, incluyendo una menor jornada, puede mejorar el bienestar, la satisfacción vital y salud de los trabajadores, y su productividad, y en consecuencia generar un aumento significativo de la renta nacional. 

Ahora bien, no todo vale: la reducción de jornada debe tener en cuenta importantes realidades.

En primer lugar, es preferible que cualquier cambio normativo en esta materia se haga a través del diálogo social, involucrando a sindicatos y empresarios. Es decir, las reformas funcionan mejor cuando son fruto directo de un acuerdo de los actores de terreno.  

En segundo lugar, en algunos sectores y especialmente en algunas pequeñas empresas, aún se mantienen jornadas de 40 horas semanales y por ello la implementación de jornadas más reducidas debe hacerse de forma progresiva. 

También deben fijarse plazos adecuados para cada industria, tras la negociación de sus respectivos convenios colectivos y la reorganización de sus estructuras internas de trabajo.

Esa gradualidad, sensibilidad sectorial y plazos de implementación de la jornada laboral más reducida debe basarse en un análisis técnico sólido, reconociendo que habrá industrias que puedan avanzar más rápido que otras. 

Asimismo, es oportuno otorgar ayudas directas a las pequeñas empresas de ciertos sectores que se enfrentan dificultades específicas para adaptarse al nuevo marco normativo.

Es un hecho que la propuesta del Gobierno no ha contado con el apoyo de todas fuerzas sociales, menos aún de un sistema político polarizado.

Pero la tendencia histórica, y probablemente las propias fuerzas del mercado nos llevará a reducciones de jornada en un futuro, previsiblemente no muy lejano.

Los avances de las nuevas tecnologías, y sobre todo el despliegue de la inteligencia artificial, podrían conducir a este avance de manera endógena, permitiendo mejorar la calidad de vida de los trabajadores, con efectos en su salud que dispondrán de más tiempo para disfrutar del ocio, de la conciliación o simplemente del descanso.

Por tanto, ante los cambios disruptivos que se avecinan, conviene mantener una actitud pragmática.