El ataque de Israel a Irán y sus réplicas es un indicador más de la economía de guerra que se está instalando en el mundo.
Esa economía de guerra es tan antigua como la historia de la humanidad. Desde tiempo inmemorial los pueblos se atacaron unos a otros.
El objetivo era doblegar al enemigo para obligarle a pagar impuestos o indemnizaciones de guerra, en dinero, en recursos o en personas y, en muchos casos, ocupar sus territorios.
Esos ingresos servían para financiar gastos bélicos: ejércitos que mantenían sojuzgados a los perdedores.
Si la economía de guerra era floreciente, los ejércitos servían a su vez para iniciar otra guerra que permitiera ampliar la operación a otros territorios. Así sucesivamente, hasta que se construía un imperio económico y/o territorial.
En los últimos años, la economía de guerra se está instalando en el mundo
Como pasa con cualquier empresa, el crecimiento de la organización militar creaba sus propias ineficiencias. Cuando estas ineficiencias superaban a los beneficios de las actividades bélicas, se iniciaba la decadencia del proceso.
Así los imperios iban sucediéndose unos a otros con el paso de los tiempos.
En los últimos años, la economía de guerra se está instalando en el mundo. Los ataques de Rusia a Ucrania o de Irán a Israel y viceversa son partes de este juego.
Rusia necesita mantener un imaginario de potencia militar. Por eso invade territorios a los que explotar. Las excusas pueden ser de diferente tipo.
Pero la realidad es que busca justificar la existencia de un aparato de ataque y, en consecuencia, financiarlo.
De repente en los países desarrollados los gastos en defensa deben superar el 2%, escalar al 3% y llegar hasta el 5% del PIB
Irán necesita un enemigo para mantener la ficción de la república islámica, que no es sino una dictadura teocrática. La peor de todas las dictaduras, porque sus dirigentes toman medidas en nombre de Dios (en este caso Ala); es decir, deciden, en teoría, en nombre de la verdad absoluta.
Israel disfraza sus ataques en nombre de la supervivencia en un supuesto derecho a una “tierra prometida”.
Trump observa todo ello y mantiene una industria de defensa que sería inútil sin las tensiones territoriales. Industria de defensa imprescindible para el funcionamiento de la economía estadounidense.
Junto a ello se difunde el temor a una generalización de los conflictos. Temor que lleva consigo el aumento de los gastos de defensa en Europa. A lo que responde China con un esfuerzo bélico importante.
De repente, en los países desarrollados los gastos en defensa deben superar el 2%, escalar al 3% y llegar hasta el 5% del PIB. La subida de la economía de guerra es evidente.
La paz se basa en el temor de que algún líder, de algún país, rompa ese equilibrio y pase de la amenaza a la guerra sin cuartel
El gasto público de EEUU supera los 800.000 millones de dólares. Rusia gasta más de 465.000 millones de dólares en defensa, superando los 457.000 millones de dólares de la UE más Inglaterra.
China 247.000 millones de dólares. Israel 46.500 millones de dólares. Aunque con cantidades menores, Corea del Norte es el que más gasta medido en porcentaje del PIB.
Además, esas enormes cifras han crecido geométricamente en los últimos años. La industria del armamento y defensa está en uno de su momento más dulce de los últimos años.
Pero no es sólo un tema cuantitativo, lo es también cualitativo. El lema romano de “si quieres la paz, prepara la guerra” está en el frontispicio de cada reunión internacional. Unos se miran de reojo a los otros y no se fían de sus intenciones.
Porque el equilibrio es inestable. La paz se basa en el temor de que algún líder, de algún país, rompa ese equilibrio y pase de la amenaza a la guerra sin cuartel.
Una economía que no repara en el deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos
Después de la caída del Muro de Berlín, parecía que la “Pax Americana” se había instalado en el mundo. Como ocurrió cuando Marco Aurelio murió en el mediterráneo con la “Pax Romana”.
Sin embargo, ni la Pax Romana fue definitiva, ni la Pax Americana ha acabado con la amenaza militar.
Han vuelto los viejos hábitos de la economía de guerra. Una economía que no repara en el deterioro de la calidad de vida de los ciudadanos.
Una economía cuya mayor debilidad es la producción de unos bienes, cuyo mejor destino es el almacenaje y el peor usarlos para lo que fueron diseñadas y fabricadas.
** J. R. Pin Arboledas es profesor del IESE.