
Donald Trump
Trump lo ha vuelto a hacer. En su deriva autocrática, el presidente norteamericano activaba hace unas semanas la metralla arancelaria en lo que él mismo bautizó como el “Día de la Liberación”, con gravámenes a más de 180 países en los cinco continentes.
Una situación que condujo a un shock absoluto de los mercados financieros, con las bolsas mundiales y los principales índices de referencia en rojo durante días.
Una estocada al crecimiento y al sistema del comercio global que marca la senda hacia el aislacionismo económico y que sitúa en el punto de mira tanto a países rivales como aliados tradicionales.
Un movimiento que puebla de incertidumbre el horizonte económico mundial, reactiva la espiral inflacionista y socava la confianza de consumidores, empresas e inversores y que, de ser contestado con aranceles recíprocos por el conjunto de países afectados, podría acarrear una pérdida del 4% del PIB global, según estimaciones de BBVA Research.
Un movimiento que, sin embargo, encontró resistencias entre algunos de los acólitos más cercanos al presidente norteamericano (Elon Musk, entre otros), lo que ha llevado al principal adalid del America First a una rebaja y pausa momentánea de 90 días.
Algo que Trump, en su antología del delirio y el disparate, justifica como recompensa y margen para negociar con todos aquellos países que ahora “le besan el culo” para obtener acuerdos ventajosos en un tiempo récord.
Una pausa de gracia no concedida, sin embargo, al gigante asiático (con amenazas de aranceles de hasta el 245%), de quien Trump también esperaba sumisión, pero China, lejos de amedrentarse, ha plantado cara hasta evidenciar que, en la lógica de ley del más fuerte, Trump también puede abrasarse.
Mientras el magnate busca corregir sus déficits comerciales y reimpulsar la industria y producción doméstica, la realidad es que hay infinidad de componentes, especialmente los tecnológicos, que Estados Unidos no puede suplir en el corto plazo y su enorme dependencia sólo conduciría a la carestía y a unos precios inasumibles para el ciudadano norteamericano.
China ha plantado cara a Trump hasta dejar en evidencia que, en la ley del más fuerte, él también se puede abrasar
Un error de cálculo derivado de un deficiente análisis económico que se ha tornado como un boomerang amargo contra el presidente norteamericano, lo que debilita el alcance de su estrategia y su posición en la preservación del liderazgo mundial.
Sea como fuere, al margen de las diatribas entre las dos superpotencias, lo cierto es que el daño sobre la economía mundial ya está hecho y así lo acusan los principales organismos internacionales.
Desde el FMI que, aunque descarta la recesión, subrayan un repunte de la inflación, rebajas del PIB en un amplio abanico de países y extrema volatilidad en los mercados financieros.
También lo reconoce el propio presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, quien se resiste a reducir los tipos de interés para abaratar el precio de la financiación hasta disponer de datos más concretos sobre el traumático impacto de los aranceles.
El daño a la economía mundial está hecho, algo que ya reconocen todos los organismos internacionales
Una posición que ha enfurecido a Trump, quien ya estudia cómo destituirle, lo que supondría una injerencia política sin precedentes en la independencia del banco central, en un paso más hacia la acusada degradación democrática e institucional de Estados Unidos.
En el plano estrictamente europeo, la pausa de 90 días para los aranceles sobre el bloque comunitario sí aplica, si bien permanece tanto el 25% a las compras de acero y aluminio europeos como el 25% que Trump impuso al automóvil y componentes procedentes de la UE.
La respuesta de los 27 ha sido, por el momento, cauta y contenida, priorizando un delicado equilibrio entre la diplomacia económica y una política monetaria y fiscal que contrarreste los efectos de la incertidumbre (el propio BCE rebajaba de nuevo hace unos días los tipos de interés, hasta el 2,25%, con el objetivo de insuflar cierto dinamismo a la economía comunitaria).
La estrategia es clara: agotar todas las vías de diálogo para evitar una escalada arancelaria recíproca que a nadie beneficia, estar preparados para la toma de represalias si fuera necesario (la Comisión guarda en la recámara contramedidas por valor de 20.900 millones de euros si las negociaciones con Estados Unidos no prosperasen) y persistir en la apuesta decidida por diversificar mercados y priorizar nuevas alianzas comerciales.

El presidente de la Fed, Jerome Powell. Reuters
Esta coyuntura evidencia, además, la necesidad de incidir en un elemento omnipresente en todos los documentos sobre competitividad europea (los famosos informes Letta y Draghi son los últimos ejemplos), pero sobre el que se avanza de manera agónicamente lenta: la plena integración del mercado único europeo.
Lo cierto es que, aunque la UE suprimió los aranceles entre sus Estados miembros en 1968, cuando se creó la unión aduanera, persisten una serie de barreras burocráticas y regulatorias que llevan a más del 60% de las empresas a percibir importantes obstáculos para la inversión, según la patronal BusinessEurope.
De hecho, el propio FMI estima que las barreras internas de la UE equivalen a un arancel del 45% para las manufacturas y del 110% para los servicios. Así las cosas, está bien pensar en cómo contrarrestar a Trump, pero sería aún más ágil y efectivo allanar el terreno para empresas, inversores e industrias dentro de nuestras propias fronteras.
No en vano, el grupo liberal en el Parlamento Europeo, Renew Europe, lanzaba hace unas semanas un detallado documento de medidas para avanzar en esta integración.
En la UE persisten barreras burocráticas y regulatorias que llevan a más del 60% de las empresas a percibir obstáculos para la inversión
Desde la eliminación de las duplicidades burocráticas por falta de interconexión entre los distintos Estados Miembro hasta la consolidación de las normas empresariales de la UE en un único código normativo o la simplificación en el acceso a los distintos programas de financiación europeos para distintos sectores (agrícola, marítimo…).
Asimismo, todos los expertos y analistas coinciden en la necesidad de completar la unión bancaria y de crear un verdadero mercado europeo de capitales, de energía y digital; en la supranacionalización de los proyectos de defensa y computación; o en el aumento y centralización del gasto en I+D para aumentar nuestras capacidades de escala, ser más resilientes y competitivos.
Tal y como ocurrió en otras grandes crisis recientes (refugiados, Brexit, pandemia o incluso en el marco de la actual guerra de Ucrania), la única respuesta efectiva posible es la de una UE unida y bien coordinada.
Superar las lógicas nacionales y “actuar más y más como si fuéramos un solo Estado”, que diría Draghi, para no convertirnos en reliquia económica y vernos relegados a los márgenes. El tiempo apremia.
Alberto Cuena es periodista especializado en asuntos económicos y Unión Europea