
La presidenta del BCE, Christine Lagarde. Reuters
La última comparecencia de Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), dejó el habitual sabor insípido de quien intenta decir y no dice nada. Su discurso, en momentos casi arquetípico, evocó una narrativa más propia de un campo de fútbol: “no hay rival pequeño”, “será difícil” o “iremos paso a paso”. Sin embargo, detrás de estas fórmulas de manual, la realidad es mucho más compleja.
En su intervención, Lagarde reiteró que “la inflación tiene dos caras”. Esta declaración, más enigmática que esclarecedora, refleja una coyuntura en la que el BCE intenta mantener el equilibrio entre controlar los precios y evitar una recesión.
La reciente decisión de recortar los tipos en 25 puntos básicos confirma esta dualidad. Sin embargo, el contexto económico y geopolítico europeo arroja dudas sobre la eficacia de estas medidas.
El BCE intenta mantener el equilibrio entre controlar los precios y evitar una recesión
Un detalle relevante de la rueda de prensa fue la admisión de Lagarde sobre las discrepancias dentro del consejo del BCE, con algunos miembros abogando por un recorte más agresivo de 50 puntos básicos. Este dato no es menor, especialmente considerando la situación crítica de Alemania, la tercera economía mundial.
En recesión industrial desde hace meses, el país acumula diez trimestres consecutivos de un crecimiento que agota el calificativo de estancamiento. Desde junio de 2023, la producción manufacturera alemana es negativa y su PMI ha estado en contracción desde julio de 2022.
Lagarde admitió discrepancias dentro del consejo del BCE, con algunos miembros abogando por un recorte más agresivo de 50 puntos básicos
Francia, tradicionalmente considerada un contrapeso económico en Europa, tampoco muestra mejores perspectivas. En las últimas semanas, la segunda economía de la eurozona ha seguido el mismo camino que Alemania, pero con un agravante: un clima político ingobernable, descontento social en aumento y una amenaza de movilizaciones masivas. En este contexto, la capacidad de ambas potencias para liderar una recuperación europea parece cada vez más limitada.
El debate sobre los tipos de interés adquiere una nueva dimensión cuando se considera la posibilidad de que la tasa terminal quede por debajo de la inflación. Esto podría reavivar fantasmas como el desincentivo al ahorro o un repunte inflacionario. No obstante, el problema de fondo trasciende los tipos: Alemania y Francia enfrentan desafíos estructurales que no se resolverán con dinero barato ni crédito fácil.
El continente no ha logrado ofrecer una respuesta eficaz a la dependencia energética ni a los desafíos de la transición hacia un modelo sostenible
Ambos países están políticamente descabezados. La falta de un liderazgo fuerte y de consenso dificulta la implementación de políticas que afronten el cambio de paradigma económico que vive Europa. Mientras tanto, el BCE sigue confiando en proyecciones keynesianas, con expectativas de menor consumo privado compensado por un aumento del gasto público. Pero ¿es esto suficiente en un entorno de tensiones geopolíticas, aranceles crecientes y proteccionismo global?
El impacto de los aranceles y el proteccionismo, combinado con la eterna problemática de la energía en Europa, amenaza con ser mucho mayor de lo que anticipan los estrategas. El continente no ha logrado ofrecer una respuesta eficaz a la dependencia energética ni a los desafíos de la transición hacia un modelo sostenible. Estos problemas estructurales podrían erosionar aún más la competitividad europea en un escenario global cada vez más competitivo y volátil.
La capacidad de Alemania y Francia para liderar una recuperación europea parece cada vez más limitada
Lejos de criticar sin matices a Christine Lagarde, quizás sea necesario empatizar con la posición del BCE. Las decisiones que se toman hoy tendrán repercusiones para toda Europa, y no son pocas las variables en juego.
Sin embargo, el optimismo resulta difícil cuando el continente parece aferrarse a ideas desfasadas: un modelo de bienestar que necesita reformas profundas, una sostenibilidad mal planteada y una narrativa política que no se ajusta a las nuevas realidades globales.
Europa enfrenta un punto de inflexión. Si bien 2025 podría no ser el año de una crisis total, podría ser una bisagra hacia el deterioro económico. Ojalá me equivoque, pero los síntomas actuales no invitan al optimismo. Es hora de que Europa despierte, reconozca la magnitud de los retos y redefina sus prioridades, antes de que el futuro cierre puertas que luego serán imposibles de reabrir.