Si hay algo que hoy caracteriza nuestra economía es la fragilidad. Por ser breve, de acuerdo con la perspectiva de Nassim N. Taleb, la fragilidad es la cualidad de los objetos, o de las instituciones, que ante un shock, les hace quebrar. Un país es económicamente frágil cuando se mantiene en una situación de equilibrio inestable, no sustentado en un sistema productivo lo suficientemente sólido como para superarlo. También distingue entre aquellas instituciones resilientes, que, ante un shock lo superan y vuelven a su estado inicial, y aquellas que, por el contrario, salen reforzadas, las anti-frágiles.

Nosotros nos hemos librado de la recesión, de momento, y los datos macroeconómicos no sobresalen demasiado respecto a los países del sur de Europa, de los remolones. Estamos en el furgón de cola en algunas cosas, pero no andamos mal en otras. Por ejemplo, en el control de la inflación, que parece que definitivamente se modera. El porcentaje de componentes de la cesta de bienes de referencia que crecen se ha reducido mucho. También la subyacente ha bajado, si bien se resiste más.

Eso es una buena noticia. Y hay más. El ahorro acumulado en la pandemia nos ha salvado de la quema, en gran parte, aunque no está claro si se ha invertido o si aún queda una bolsa de ahorro que alimente el consumo privado y sostenga la economía. También ha colaborado el empujón del sector exterior, que ya no tenemos.

Es verdad que nuestro ajuste respecto a otros países, como Italia, ha sido menor porque nuestros activos inmobiliarios estaban menos sobrevalorados y porque las empresas y familias españolas se desapalancaron, es decir, revirtieron el endeudamiento excesivo, antes. Y eso es bueno.

Ahora bien, en el próximo año hay novedades. La principal por la carga de incertidumbre que nos espera es la retirada parcial de las medidas adoptadas para frenar la inflación. Es una cuestión similar a la retirada de algunos medicamentos. El cuerpo está acostumbrado a recibir determinadas dosis de sustancias químicas de manera regular. Si se retira el medicamento de golpe, el cuerpo puede reaccionar mal y sufrir un shock. El ritmo de retirada es importante. Pero también lo es el grado de dependencia del cuerpo.

La principal por la carga de incertidumbre que nos espera es la retirada parcial de las medidas adoptadas para frenar la inflación.

En nuestro caso, la retirada de estas medidas serán una prueba del algodón de la verdadera situación de la economía española, porque todo se verá afectado. El Banco Central Europeo actuará con mesura y estará pendiente de los efectos de segunda ronda. No hay que olvidar que la recuperación de un proceso inflacionista lleva su tiempo, y que los ajustes hasta retomar una senda de equilibrio de precios no desaparecen de la noche a la mañana.

Otra novedad se refiere a la vuelta a la normalidad en el cumplimiento del compromiso fiscal en la Unión Europea. ¿Qué va a pasar cuando se vuelva a poner en marcha la exigencia europea de contener el déficit y la deuda públicos? ¿Nos enfrentaremos a un Procedimiento de Déficit Excesivo (PDE)? Las estimaciones respecto al déficit público rondan el 4%, pero se suele omitir el impacto en el déficit del coste de los acuerdos de legislatura a los que Pedro Sánchez se ha comprometido para ser presidente.

La deuda pública tampoco tiene mucho margen para bajar del 108% sobre el PIB que tenemos ahora. El problema de hacer proyecciones a futuro de la deuda pública es que parten de supuestos muy optimistas respecto a la productividad, que es el talón de Aquiles de nuestro sistema productivo y del mercado laboral. Un mercado laboral que, por otra parte, ha dado muestras de resiliencia y se ha comportado mejor de lo esperado. Esto se debe, entre otras cosas, a las expectativas de los empresarios, que ante la dificultad de la situación han ajustado sin despedir, por eso han disminuido las horas trabajadas pero no el empleo. Pero ¿cuánto tiempo mantendrán las expectativas los empresarios? ¿Los márgenes de beneficio se mantendrán? ¿Qué impacto pueden tener las amenazantes declaraciones del nuevo gobierno en los empresarios?

La reactivación de las normas europeas, según los analistas especializados, nos obligaría a un ajuste enorme: una disminución de dos puntos porcentuales y medio anualmente durante veinte años. Lo más probable es que se modifique la normativa porque muchos países europeos no podrían asumirlas. Sin embargo, a pesar de ello, el problema de la deuda no es la Unión Europea, sino el mercado.

Estamos aumentando una deuda que para financiarla, solamente para pagar los intereses, vamos a dejar de financiar otras necesidades. 

Mientras algunos economistas se congratulan por la compra de deuda española en los mercados internacionales, otros muchos analistas muestran una severa preocupación porque se prevé que, en febrero del 2024, el coste de la deuda que se renueva será mayor que el coste de la deuda que vence. El coste de oportunidad de financiar una deuda tan alta será enorme. Es decir, estamos aumentando una deuda que para financiarla, solamente para pagar los intereses, vamos a dejar de financiar otras necesidades tan relevantes como la educación, la sanidad o las pensiones.

Precisamente, el gasto público asociado al envejecimiento es uno de los temas sin resolver, que arrastramos desde hace lustros, y al que no logramos hincarle el diente. El peligro de que el crecimiento de la deuda pública sea mayor que el crecimiento del PIB está latente y significaría mucho respecto a la deriva económica de nuestro país.

A pesar de que el sector privado está compensando el impacto económico de los años pasados, falta fuelle. Y el sector público no está ayudando. A la incertidumbre institucional respecto a los Fondos Europeos, o al impacto del Plan de Recuperación y Resiliencia, hay que añadir la política de gasto excesivo, el poco apoyo a la inversión privada, y el hostigamiento fiscal.

Mientras tanto, los mensajes que se lanzan siguen siendo de un optimismo irreal. Porque no es que estemos en la ruina y hay signos positivos, pero la fragilidad de nuestra economía significa que en el momento en que las empresas empiecen a despedir, o el consumo privado se desinfle, o la desactivación de las medidas anti inflacionistas vayan demasiado rápido, o haya un imprevisto que vuelva a aumentar el gasto público, se desmonta el castillo de naipes.