Mi admirado compañero de claustro, el economista Juan José Toribio, dice que probablemente las obras públicas más rentables de la historia de la humanidad han sido las pirámides de Egipto. 

La rentabilidad de una inversión se calcula por los flujos económicos que genera durante el tiempo en que están produciendo. Esos flujos de dinero se descuentan según el tipo de interés vigente para compararlos con el valor de esa inversión.

No se sabe lo que costaron esas pirámides, probablemente los materiales y la manutención de casi todos los esclavos que las hicieron. Pero es seguro que, si se acumulan los ingresos por turismo que están generando y generarán, han sido muy rentables.

En esos ingresos se deben incluir no sólo el valor económico material. También el inmaterial. Por ejemplo, después de las olimpiadas de 1992 Barcelona mejoró su marca como ciudad de manera notable. Durante muchos años después, fue la urbe más conocida de España. Algo de gran valor en una tierra con un gran componente turístico en su PIB.

La realidad es que todos los números que se hagan sobre un acontecimiento como ese son mera especulación. Pero algo se puede calcular. Por eso, es más bien propaganda el cálculo de la importancia económica del recientemente aprobado “Mundial de fútbol 2030” para España, Portugal y Marruecos con la participación de países americanos. Pero algo sí se puede decir.

Lo primero es que habría que saber cuánta inversión se necesitará. En el caso de España, es posible que no sea excesiva (se calcula 1.500 millones de euros). Nuestros estadios de fútbol están, y estarán, en perfectas condiciones para incluir los espectadores. Nuestras infraestructuras son lo suficientemente nuevas y buenas para no necesitar grandes aportes de capital. Así que puede afirmarse que los mundiales 2030 serán bastante rentables. Otra cosa es hacer cálculos acertados.

Es evidente que, de que se juegue en el Santiago Bernabéu o no esa final depende un efecto “escaparate” a nivel mundial

Por ejemplo, para la final probablemente competirán el Santiago Bernabéu y el nuevo, y aún no existente, campo de Casablanca. El primero tiene la cabida necesaria (creo que más de 90.000 espectadores), el aeropuerto exigido, los hoteles de cinco estrellas que pide la FIFA, la capacidad de parking. Y, sin ninguna duda, la atracción turística ya consolidada en un Madrid que se la está ganando a pulso en materia de acontecimientos de todo tipo. 

El problema es que Marruecos, con su “habilidad negociadora” (como la tubo Brasil cuando “compitió” con Madrid en otro acontecimiento mundial), está detrás de esa final. Sin duda el acontecimiento cumbre del Mundial de fútbol 2030. Por eso es incierto cualquier cálculo económico de este acontecimiento, cuya cumbre es “la final”.

Es evidente que, de que se juegue en el Santiago Bernabéu o no esa final depende un efecto “escaparate” a nivel mundial.

Así que podemos decir que el Mundial será rentable. Se supone que generará de manera directa, según el Gobierno, 10.000 millones de euros de PIB, con la creación de cerca de 80.000 puestos de trabajo. Todo con una inversión de unos 1.500 millones de euros.

Negocio importante, pero para que sea redondo la final tiene que ser en España. ¿Podría ser una contraprestación del giro de la política española respecto al Sáhara Occidental? ¿Cambiamos saharauis por goles? ¿Qué dirán los defensores del Polisario como UP? ¿Seguirán defendiendo los derechos de autodeterminación del pueblo saharaui o, como diríamos hace tiempo, “el euro es el euro”?

Recuerden una canción castiza en la que una esposa decía: ¿Por qué, por qué, los domingos por el fútbol me abandonas? Ya veo al Polisario recordándola en 2030.

Aunque conociendo la habilidad política de los marroquíes, es posible que se queden con el Sáhara Occidental y con la final. ¿O no?