“If a picture could talk, we would all look away” Steve Walsh.

Los últimos datos de inflación de la eurozona muestran que se ha hecho mucho por reducir la inflación, pero que no es suficiente. La política del BCE ha funcionado. Junto a la Reserva Federal y los bancos centrales de casi todo el mundo, las subidas de tipos han sido claves para que se dieran la vuelta las materias primas en los mercados internacionales.

A pesar de recortes de producción, riesgo geopolítico, guerra y aumentos de demanda, los precios del crudo y la inmensa mayoría de las materias primas se desplomaron entre mayo de 2022 hasta mayo de 2023. Ese esfuerzo en contracción monetaria sirvió además para poner freno a la demanda de crédito y reducir las presiones inflacionistas.

Desafortunadamente, desde mayo de 2023, el mercado ha empezado a descontar el final de las subidas de tipos y con ello hemos visto un rebote de las materias primas que ha culminado con el petróleo cerrando esta semana con un alza hasta los 92 dólares/barril Brent. Todavía lejos del nivel máximo de la guerra de Ucrania, pero la tendencia es al alza. Si la Reserva Federal y el BCE recuperaran el mensaje de contracción monetaria se daría la vuelta el petróleo de nuevo.

Los agregados monetarios se han desacelerado, pero todavía indican una inflación para 2023 de 4,5% incluso 5%. Y no podemos olvidar que el 100% de la carga de la contracción monetaria está recayendo sobre familias y empresas, porque los gobiernos se niegan a reducir sus desequilibrios fiscales, que suponen más consumo de nuevas unidades monetarias.

Efectivamente, la inflación es un fenómeno monetario, y si no se drena el exceso de liquidez creado en 2020-21, no se va a combatir la presión inflacionista.

Los agregados monetarios se han desacelerado, pero todavía indican una inflación para 2023 de 4,5% incluso 5%

Muchos me dicen que las hipotecas han subido mucho. No es correcto. Con estos niveles de inflación, muchas hipotecas siguen cerca de tipos reales cero o negativos a largo plazo. No nos olvidemos que las expectativas de inflación a largo plazo están a máximos de 12 años, por encima del 3%.

Más vale una hipoteca al 4% que la cesta de la compra subiendo un 10% anual. Eso es lo que nos jugamos.

Para muchos, los datos publicados por el BCE sobre demanda de crédito de familias y empresas y la abrupta caída en la primera mitad de 2023 son indicadores peligrosos de riesgo de deflación, pero parece que nos olvidamos de que hay una fuerza inflacionista que no ha parado su actividad: los gobiernos.

Los bancos centrales han subido tipos y empezado a reducir su balance, pero no podemos olvidar que el balance del Banco Central Europeo sigue siendo casi el doble que el de la Reserva Federal comparado con el PIB de su zona económica.

¿Cuál es el problema?

No se puede reducir la inflación de manera decisiva y clara hasta el 2% si los gobiernos siguen implementando enormes planes de estímulo e incurriendo en déficits colosales.

No se puede reducir la inflación de manera decisiva y clara hasta el 2% si los gobiernos siguen implementando enormes planes de estímulo

Los precios no suben de manera agregada y persistente por culpa de los salarios, ni los beneficios empresariales ni las materias primas. Lo único que hace que los precios agregados suban constantemente y consoliden su subida, que es lo que estamos sufriendo, es un aumento masivo de la cantidad de dinero por encima de la demanda real. Los bancos centrales de todo el mundo lo saben, por eso están subiendo tipos. Pero falta hacer más.

Si los bancos centrales no muestran a los gobiernos una voluntad firme de reducción de desequilibrios, el impulso inflacionista del gasto público continuará.

Al BCE le hunde su claro compromiso en la batalla contra la inflación que mantenga los mecanismos anti-fragmentación que hacen que los estados más despilfarradores mantengan su consumo de nuevas unidades monetarias a pesar de los elevados niveles de inflación subyacente y titular.

Tampoco ayuda que el gigantesco Fondo Next Generation EU sea, lo veamos como lo veamos, una fuerte presión inflacionista y mayor consumo de nuevas unidades monetarias.

No tiene sentido intentar combatir la inflación con unos gobiernos que la incentivan desde la política fiscal.

Para reducir la inflación, que es siempre un problema monetario, hay que hacer tres cosas o acudir a una cuarta: reducir la cantidad de dinero en el sistema, subir tipos y reducir el gasto público que se disparó entre 2020 y 2021. Si no, acudirán a la cuarta: cambiar el método de cálculo (algo que ya estamos viviendo).

Si los estados no entienden que sus políticas de subvenciones y gasto hacen de la lucha contra la inflación una quimera, vamos abocados a un problema mayor, incluso a una recesión del sector privado mientras inflan el PIB vía gasto.

Si los bancos centrales no empiezan a darse cuenta de que han abandonado la batalla contra la inflación demasiado pronto, el riesgo de estanflación se convertirá en certeza.