Un buen número de economistas soportan la política del Gobierno y descalifican a sus colegas liberales. Esto no es nada nuevo. Ya ocurrió en el pasado, cuando los segundos osaron desafiar la hegemonía del keynesianismo imperante. La única diferencia es el añadido del término neo al liberalismo con intenciones debeladoras. Desde esta óptica, es oportuno recurrir a la historia para poner de manifiesto el éxito o al fracaso de las políticas basadas en sus modelos. Para ello, es muy ilustrativo plantear algunos casos emblemáticos de lo acaecido en los últimos ochenta años. En ellos se contempla la maravillosa combinación de ficción y realidad construida y vendida como sabiduría convencional por los keynesianos y sus aliados políticos.

Para empezar, se atribuye a las medidas keynesianas de la Administración Roosevelt la salida de la Gran Depresión. Pues bien, la teoría y la evidencia empírica muestran que el New Deal no sólo no logró sacar a EE.UU. de aquella, sino que la brutal expansión del gasto público y la masiva intervención en los mercados contribuyeron de manera innecesaria y decisiva a agravarla y prolongarla. De hecho, la economía estadounidense no se recuperó hasta la entrada de América en la II Guerra Mundial. En 1920-1921, ante una profunda crisis económica, Woodrow Wilson y Warren G. Harding aplicaron medidas que la mayoría de los economistas keynesianos y neokeynesianos considerarían desastrosas. Ante la caída de los precios, los salarios y el empleo, el Gobierno equilibró el presupuesto y la Reserva Federal aumentó las tasas de interés. No se administró ningún "estímulo" y a finales de 1921 ya estaba en marcha una recuperación poderosa con pleno empleo.

En esa etapa de extraordinario crecimiento, salvo en el Reino Unido, Estados Unidos y los países de la Europa occidental desplegaron políticas de ortodoxia financiera y monetaria

Durante muchos años, se ha oído la falsa cantinela según la cual los Treinta Gloriosos, el período que transcurre entre 1945 y 1973 se debió a la puesta en práctica por los gobiernos occidentales de programas de corte keynesiano. Esto es totalmente erróneo. En esa etapa de extraordinario crecimiento, salvo en el Reino Unido, Estados Unidos y los países de la Europa occidental desplegaron políticas de ortodoxia financiera y monetaria, acompañadas de bajos ratios de gasto público/PIB y de tasas de inflación muy reducidas. En 1972, el año anterior al primer choque petrolífero, el gasto público y la presión fiscal rondaban el 25% del PIB en la media de los países de la OCDE. Durante esas décadas de "milagro económico", casi todos los estados desarrollados tenían Estados pequeños y mantenían posiciones presupuestarias en superávit o en equilibrio.

El momento cenital de la praxis keynesiana fue su terapia para combatir el shock de oferta causado por el alza de los precios del petróleo en 1973. Bajo su inspiración, se respondió a ella con una fuerte expansión fiscal y, sobre todo, monetaria que condujeron a algo inimaginable en los modelos keynesianos y post keynesianos: la estanflación. Es ahí cuando comienza la fuerte expansión del Estado en la economía hasta la "revolución" liberal conservadora de los años 80, que logró frenar, de manera temporal, pero no revertir en su totalidad (básicamente no se reformaron los programas del Estado del Bienestar), la marea estatista que se había iniciado en la década de los 70. A pesar de ello, los países que abrazaron ese modelo lograron salir de la crisis y retornar al crecimiento durante dos décadas.

Algo similar ha ocurrido con la estrategia empleada para abordar las consecuencias económicas de la pandemia, definidos por un aumento brutal del gasto y de la cantidad de dinero en circulación que se han traducido, de nuevo, en una clara estanflación en las economías desarrolladas. Pero da igual. Con una extraordinaria arrogancia, los apóstoles del keynesianismo y del neokeynesianismo insistieron en hacer lo mismo que resultó un fracaso en los años setenta del siglo pasado y no consideran preocupante la situación actual. No aprenden y además dan lecciones.

Sin duda esta es una visión simplificada, inevitable en una nota de esta naturaleza, pero ilustra con claridad una idea básica: nunca, en ningún lugar, los programas keynesianos han logrado generar un entorno de crecimiento equilibrado y sostenido. Siempre han terminado por generar desequilibrios macroeconómicos cuyo coste social y económico ha sido directamente proporcional a su duración. La conversión de un enfoque coyuntural y discutible para abordar una crisis en una teoría general, extremos que el propio Keynes nunca sostuvo, aplicable en cualquier tiempo y lugar ha sido y es un enorme error. En economía, como dijo Milton Friedman, "no hay comidas gratis".

Nunca, en ningún lugar, los programas keynesianos han logrado generar un entorno de crecimiento equilibrado y sostenido

Cuando la coalición gubernamental afirma que se ha terminado la era "neoliberal" en España y en el mundo, cabe preguntarse cuándo se ha aplicado una política de esa naturaleza en la vieja Piel de Toro, salvo de manera parcial y sin continuidad en los dos mandatos de Aznar, por cierto, la etapa de mayor bienestar económico disfrutada por los españoles desde la instauración de la democracia. A menudo, se equipara austeridad con "austericidio", la izquierda es ingeniosa a la hora de crear neologismos. Sin embargo hay algo elemental: un país no puede vivir de manera permanente por encima de sus posibilidades ni cabe sostener un aumento sideral del Estado a base de exprimir cada vez más a quienes generan riqueza, los empresarios y trabajadores del sector privado. Esto es una imposibilidad física y metafísica, simbiosis casi inalcanzable.

Cuanto más grande sea el Estado y más gente dependa de él para vivir, más se reducen, por definición, el número de personas que generan los recursos necesarios para financiarle. Y cuanto menos individuos forman parte de ese grupo y mayor es la carga tributaria que recae sobre ellos para pagar la fiesta estatista, menores serán sus incentivos a trabajar, ahorrar, invertir e innovar. ¿Para qué? Ello conduce de manera inexorable a un empobrecimiento cada vez mayor del país. Sin duda, es cansado repetirlo, estos comentarios serán tildados de extremos cuando no de partidistas. Pero la realidad es esa y cuanto antes nos enfrentemos a ella, será mejor.