Corren malos tiempos para la democracia liberal y para el capitalismo porque el temor al presente y al porvenir arroja a los hombres en brazos de los profetas o les aferran a un statu quo cuyos supuestos ya no sirven para superar los problemas del presente ni los del futuro.

Lo primero les convierte en creyentes de delirantes y, en muchos casos, utópicas promesas; lo segundo, en defensores, por pánico, de un estado de cosas cuyo tiempo ha pasado. Sin embargo, el mañana no es la continuación del ayer ni el retorno a un reactualizado anteayer ni una fuga hacia adelante para profundizar en modelo socio-económico cuyos fundamentos han saltado en pedazos.

Esa reflexión inicial refleja en buena medida lo acaecido en las elecciones del pasado 23-J. Con los matices que se quiera, las distintas ofertas políticas planteadas a los ciudadanos se han articulado alrededor de los supuestos expresados en el párrafo anterior cuando ninguno constituye una respuesta realista a los desafíos de España del Sigo XXI.

Los supuestos sobre los que se sustentan los programas ofrecidos a los españoles, en su conjunto, ya no concuerdan con la realidad. Aunque no se quiera ver, los hechos existen aunque se nieguen. En toda Europa, también en España, se está asistiendo al final del siglo socialdemócrata no porque ningún partido/s hayan impulsado ese movimiento, sino porque sus cimientos han dejado de existir. Esto parecería una exageración pero no lo es si se analiza la situación con algo de detenimiento.

El mantenimiento del modelo socio-económico español tal como existe exige un elevado y permanente crecimiento económico para financiarle, pero eso es incompatible con su propia esencia: un Estado cada vez más grande, con impuestos y regulaciones crecientes que cercenan los incentivos al trabajo, al ahorro, a la inversión, a la innovación que permiten a una economía crecer y generar los recursos necesarios para sostener el sistema.

El mantenimiento del modelo socio-económico español tal como existe exige un elevado y permanente crecimiento económico para financiarle.

Esto no se ha producido de repente, sino durante un largo período de tiempo, y ha experimentado un salto cualitativo durante el mandato de la coalición social-comunista. Esta, diría un marxista, ha acentuado y agravado las contradicciones internas del sistema colectivista patrio.

Por otra parte, la mitad de España se ha transformado en una sociedad de expectativas con un aumento de su demanda de transferencias satisfechas por los poderes públicos mediante la extracción de cada vez más recursos a la otra mitad, el grueso de las clases medias y de las rentas altas, cuyos ingresos proceden del mercado.

Las formaciones políticas autodenominadas progresistas alimentan ese proceso, mientras nadie parece estar dispuesto a poner de relieve su insostenibilidad por miedo a perder votos, limitándose a considerar suficiente bien moderar esa dinámica extractiva bien a gestionarla mejor.

Sin duda cabe comprender esa actitud por el temor a perder unas elecciones pero también es cierto que ello convierte a quienes actúan de esa forma administradores más o menos competentes de un modelo finiquitado, cuya vida se prolonga, puestos a ser cínicos, a costa de la base social que les apoya.

 Las últimas elecciones han mostrado una segmentación de la sociedad española en dos bloques cuasi iguales.

Existe una tesis, ampliamente compartida, según la cual España es de izquierdas y los ciudadanos soportan de manera indudable la preservación de un Estado Grande. Ello supone asumir el carácter estático de la opinión y de sus preferencias y es un error. Por añadidura, el riesgo de optar por otro camino es bajo. Las últimas elecciones han mostrado una segmentación de la sociedad española en dos bloques cuasi iguales. El votante de los que cabría denominar la derecha, en términos sintéticos, se ha movilizado para acudir a las urnas y el de la izquierda también.

Desde esta óptica, la apuesta desde la fuerza mayoritaria no colectivista por un programa de cambio real no tendría ningún coste, porque su calculada ambigüedad no parece haberla servido para atraer votos del adversario. Ceteris paribus, un discurso distinto la serviría, al menos, para desplazar la discusión de la agenda ideológica impuesta por la izquierda a la suya propia.

Ese enfoque es básico tenerlo en cuentan tanto si se reedita un Frankenstein 2 como si se va a una nueva convocatoria electoral. El PP ha de acentuar su discurso liberal por cuatro razones básicas: primera, porque no tiene nada que perder y sí que ganar; segunda, porque es el único dentro de los disponibles capaz de ofrecer una alternativa doctrinal consistente al proyecto colectivista de la gauche; tercera, porque es el ideario de fondo de sus electores y cuarta, porque es preciso elegir entre un sistema de hacer reformas o limitarse a ser una gestoría administrativa del colectivismo imperante. Finalmente, con los matices que se quiera, ese proyecto liberal de cambio es el instrumento más eficaz para reunificar el espacio político a la derecha del PSOE.

A menudo se olvida algo relevante, el centro derecha europeo y el español han tenido éxito cuando han convertido el liberalismo en el eje de su discurso y de su gestión. Y su decadencia relativa, así como la emergencia y atractivo de las otras derechas, se produjo a medida que volvió a recaer en la adicción a la socialdemocracia light cuando ésta ya mostraba claros signos de agotamiento. La izquierda sí percibió esto y por ello, en el caso de España por ejemplo, eligió el camino de la radicalización, de una ruptura fáctica con la socialdemocracia convencional.

Si bien se tiende a simplificar la batalla política en la dualidad izquierda versus derecha, el debate real en estos momentos es entre estatismo y libertad.

Aunque no Gobierne, el PP ha sido el partido con más votos y escaños en los comicios del pasado 23-J y esto ha ocurrido por el hartazgo y movilización de su base social contra el Gobierno social-podemita. En paralelo, la formación situada a su derecha ha sufrido un importante descenso de sus apoyos. En este contexto, está en la posición perfecta para construir un proyecto atractivo y transformador porque tiene los elementos y existen las circunstancias necesarias para ello. Este es el principal reto de los Populares y de abordarle con éxito depende no sólo su futuro, sino también el de España.

Si bien se tiende a simplificar la batalla política en la dualidad izquierda versus derecha, el debate real en estos momentos es entre estatismo y libertad; entre contemplar con resignación el progresivo control de la economía y de la sociedad por el Estado o invertir esa tendencia y plantear una estrategia destinada a extender la capacidad de los individuos de vivir como deseen, de apropiarse de los frutos de su esfuerzo en un marco de igual libertad ante la ley; de convertir al Estado en nuestro sirvo, en vez de en nuestro amo.