La semana económica ha estado protagonizada por el avance de los datos de crecimiento económico en el primer trimestre de 2023 y de inflación de abril, adelantados por el INE y por la EPA, también de los tres primeros meses de este año.

Como se ha convertido en norma, las trompetas gubernamentales tocan a triunfo mientras la oposición parece el coro afónico de la tragedia griega. Si bien cabe realizar una interpretación técnica y edulcorada del comportamiento de esas variables, a veces es mucho más clarificador realizar una exposición fría y desnuda de ellas.

Si se comienza por el binomio empleo-paro, los hechos son los que son. El desempleo ha aumentado, el mayor incremento desde la pandemia, y vuelva a situarse por encima del 13% (13,26%), el valor más alto del último año y tasa que dobla la media de la eurozona y de la UE.

El número de horas trabajadas mantiene su tendencia declinante y el de hogares que tienen a todos sus miembros activos en paro está en máximos desde septiembre de 2021, mientras el juvenil vuelve a superar el entorno del 30%. La única nota positiva reside en la cifra de ocupación, que desciende, pero lo hace con menor intensidad que en otros inicios de año. Esta es la realidad.

¿Qué ha ocurrido con la inflación? Como se anunció desde esta páginas, el IPC general volvería a elevarse tras su descenso en el mes de marzo, situándose en el 4,1%, alza que sería mucho mayor en ausencia del efecto base.

El número de horas trabajadas mantiene su tendencia declinante y el de hogares que tienen a todos sus miembros activos en paro está en máximos desde septiembre de 2021

La subyacente desciende, pero se sitúa en el 6,6%, la más alta de la zona euro, lo que refleja la consolidación de fuertes presiones inflacionistas en la estructura económica y se traduce en la continuidad del proceso de reducción del poder adquisitivo de las familias españolas, que se mantendrá a lo largo de todo el ejercicio 2023.

El INE ha avanzado un crecimiento del PIB en el primer trimestre del año 0,5% superior al proyectado por el consenso. El análisis de sus componentes refleja alguna extraña sorpresa. Si bien la fuerte desaceleración del consumo privado es consistente con todos los indicadores reales y de expectativas, no lo es la de la inversión.

Es muy improbable que esta variable se haya incrementado con el vigor mostrado por el avance del INE en un contexto de acelerada caída de la demanda de crédito. Esto se produce, además, en vísperas electorales.

Quizá por eso, la agencia estadística del Estado se cura en salud cuando afirma en la presentación de la Contabilidad Nacional Trimestral de España que: "Dada la dificultad inherente a la medición estadística de cambios de coyuntura de esta magnitud (el PIB), hace prever que las futuras revisiones de los resultados hoy publicados pueden ser de una magnitud mayor a la habitual".

Este tipo de cautelas se han realizado en otras ocasiones y han dado lugar a correcciones, pero que se anticipe que puedan ser mayores a las habituales resulta muy ilustrativo y sospechoso para los mal pensados aunque alguien podrá decir, je, je, que la revisión será al alza…

¿Qué va a suceder? No existe motivo alguno que, aún siendo cierto, el crecimiento de la economía en el primer trimestre se mantenga y/o se acelere en los venideros. El próximo 2 de mayo el BCE hará pública su encuesta sobre la situación del crédito en la zona euro y, casi con toda seguridad, mostrará una severa disminución de la oferta y de la demanda crediticia.

El gasto de los hogares tenderá a ralentizarse a su actual o con mayor ritmo y las empresas verán encarecido y dificultado su acceso a la financiación

Esa dinámica proseguirá porque los datos del instituto emisor no contemplan aún los efectos de las turbulencias producidas en el sistema bancario por las crisis de algunas entidades en Estados Unidos y en Europa. Esto llevará a endurecer más las condiciones crediticias.

En este contexto, sin necesidad de contar con otras variables, el gasto de los hogares tenderá a ralentizarse a su actual o con mayor ritmo y las empresas verán encarecido y dificultado su acceso a la financiación. Esto significa que la inversión, sea correcta o no su medición por el INE en el primer trimestre de 2023, tenderá a disminuir de manera significativa.

Desde esta perspectiva, sólo sostendría el PIB un comportamiento extraordinario de las exportaciones, lo que es complicado en un marco de debilitamiento del comercio internacional y de la economía europea. En consecuencia, la aportación positiva al crecimiento de la economía dependerá del turismo.

En conclusión, no existen datos objetivos que permitan ser optimistas respecto al comportamiento de la economía española en 2023 y todas las proyecciones existentes apuntan hacia un bajo crecimiento en los dos años siguientes; considerar esto un éxito en un país con un PIB per cápita inferior a la media UE y con un desempleo muy alto es un ejercicio de voluntarismo digno de mejor causa.

Y eso sin contar con los enormes problemas estructurales acumulados que el próximo Gobierno tendrá que acometer cuando la disciplina fiscal y presupuestaria se restaure en 2024 con una exigencia de reducir el déficit en un 0,5% del PIB anual.