Después de una larga conversación con jóvenes que andan a caballo de la veintena y la treintena, me doy cuenta de una de las cosas en las que les hemos fallado: les hemos dejado en herencia una visión de túnel que una vez instalada es difícil de evitar.

No deja de ser sorprendente que, quienes están más preparados para moverse en el mundo de las redes complejas, o eso presuponemos, se aproximan a temas vitales como si miraran a través de un tubo de diámetro no muy amplio.

Y no es un caso aislado. En mis clases de primer curso de Conceptos de Economía me empleo a fondo en que los alumnos entiendan tres cosas: la economía es un sistema hipercomplejo, es dinámica, la incertidumbre es nuestro reino. Por eso, para que entiendan en qué consisten las políticas económicas, les pido que me expliquen un videojuego de supervivencia.

Como no sé jugar a nada, se tienen que esforzar en hacerme entender. Apunto en la pizarra estrategias, capacidades y habilidades de los jugadores, armas, superpoderes, el entorno… todo, muy al detalle. Y, a continuación, les presento las mismas categorías en el entorno de la política económica: política monetaria, fiscal, las herramientas, los diferentes entornos abiertos o cerrados, el entorno legal, la cultura empresarial. Es poco ortodoxo, pero capturo su atención y se enteran.

En la conversación del lunes pasado con estos jóvenes, los temas fueron diversos: la victoria de Lula, el futuro de Gran Bretaña, la crisis energética, la recesión. Todo ello lo miran con la alarma ecologista en marcha.

Es decir: Lula es bueno porque hay estudios que demuestran la destrucción del Amazonas por parte de Bolsonaro. Rishi Sunak es mejor o peor en función de si será capaz de comprometerse con las políticas medioambientales de turno. Y como, nada más ser nombrado primer ministro del Reino Unido anunció que no tenía intención de asistir al congreso medioambiental Cop27, es malo. Yo argumenté que la razón que había dado era que tenía "otros compromisos acuciantes en su país". Y ahí empezó mi sorpresa.

"¿Qué puede haber más apremiante que el medio ambiente y el cambio climático?". La respuesta era muy fácil, desde mi punto de vista: la recesión, el desempleo, la situación de la libra, el terrible ajuste del brexit, la crisis interna en la política británica. No les valía.

"'¿Qué puede haber más apremiante que el medio ambiente y el cambio climático?'. La respuesta era muy fácil"

Se viene un invierno difícil. Lo reconocen hasta los economistas más optimistas. El índice de Producción Manufacturera (PMI) del Reino Unido, de España y de otros países está contrayéndose. El riesgo de desempleo aumenta. La inflación es demasiado alta, se mire por donde se mire, y la palabra “transitoria” ya no cuela.

El precio de la calefacción va a ser una losa enorme para las industrias y, especialmente, para la población menos favorecida. Las consecuencias de la invasión rusa, y del bloqueo de barcos de alimentos por Putin, están dejando a los pies de los caballos a la población africana, el continente de la pobreza.

En resumen, yo argumentaba que, no solamente Sunak, sino cualquier persona de bien, tendría muy complicado mirar hacia un futuro ecológico a costa de sacrificar a los más vulnerables en el presente.

Y, entonces, la conversación dio un giro que yo no esperaba. "Es cierto. Pero los problemas de que mencionas pueden causar miles de muertos hoy y los problemas del medioambiente pueden causar millones de muertos dentro de 100 años. Lula puede arruinar a los brasileños hoy, pero a mí me conviene porque asegura el pulmón del Amazonas para mis bisnietos". Y ahí acabó la conversación, porque entendí que el ecologismo de salón, por personas bien intencionadas, pero acomodadas, no va a resolver nada.

"El ecologismo de salón, por personas bien intencionadas, pero acomodadas, no va a resolver nada"

Me deprimió bastante darme cuenta de que nuestros jóvenes saben tres idiomas, viajan, estudian una o dos carreras y un master, pero no saben aplicar la complejidad a la vida real. Saben lo que es, pero no la reconocen a su alrededor.

¿Qué hay detrás de esa ingenua visión de túnel? Un mundo de buenos y malos, maniqueísta, donde solamente caben dos opciones. Lula y Bolsonaro son terribles, en mi opinión.

Pero entiendo cuando un amigo argentino, libertario de corazón y de principios, se lamenta: "Bolsonaro es un horror pero Lula es amigo, y alardea de ello, de las tres dictaduras brutales que quedan en Latinoamérica: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Y eso tiene un efecto contagio que va a ser muy dañino, no solamente para el pueblo oprimido en esos tres países, sino para los países que tenemos una democracia populista que huele a dictadura".

Desde el sofá de cualquier casa en España vemos rojos y azules buscando su parcela de poder. O como decía la canción de Torrebruno Tigres, leones, todos quieren ser los campeones. De manera que los jóvenes se ven impelidos a identificarse con uno de los extremos. No hay lugar para los matices.

También hay cierta pereza mental, que la da los tiempos que corren, no los jóvenes en sí. ¿Qué países son los que presionan para que haya un compromiso medioambiental? Los que tienen recursos para ello. Los que tienen empresas que producen coches ecológicos. Los que pueden permitirse el lujo de contar emisiones de CO2.

"Estáis logrando que los países más pobres sean los más contaminantes y los privilegiados sean los más 'limpios'. Ser verde es ya signo de riqueza”. Respuesta: "Pues que los Estados ayuden".  ¿Con cargo a impuestos? ¿Qué paguen los ricos? ¿Esos que tienen que desarrollar energías verdes y toda una industria ecológica? ¿Con cargo a deuda? ¿Ya no importan las futuras generaciones en cuyo nombre estamos dispuestos a sacrificar a los pobres de hoy?

Necesitamos enseñar a nuestros jóvenes más complejidad y menos soluciones planas y lineales; menos causas y efectos inmediatos y más fenómenos multicausales. Menos planificación barata y más orden espontáneo. Menos Marx y más Hayek.