Si estuviéramos ya a finales de año y hubiera que elegir el eslogan mejor y más peligroso de 2022, yo me decantaría por el del 'Tope al precio del gas', que lleva incorporada una enorme carga propagandística y emocional, pero que no dice nada de su contenido real, porque ni pone un tope a la factura que le llega al consumidor final del gas (el gas con el que cocina y con el que también calienta su casa) ni tampoco pone un tope a la factura de la electricidad.

Lo que le pone, más bien, es un amortiguador al precio de la luz para quienes tienen la tarifa regulada. El lema debería haber sido 'El amortiguador de la subida del precio de la electricidad'.

Quien ideara el eslogan es un mago del tipo de propaganda que se vuelve contra el que la promociona porque los receptores del mensaje concluirán que todo es un engaño cuando comprueben que ni el gas propiamente dicho ni la electricidad han sido "topados".

Es verdad que con la jugada del "tope al precio del gas" se ha producido un abaratamiento comparativo de la electricidad (que no del gas que llega a las viviendas) respecto a lo que hubiera sido sin la medida del Gobierno, pero esa excusa le va a sonar a música celestial a quien se sorprenda por estar recibiendo facturas cada vez más elevadas de la luz y del gas mientras que la expectativa que le habían creado era la de que los precios ya habían alcanzado un tope máximo gracias a la acción del Gobierno.

Por suerte para él, el gobierno no llamó a la bonificación de 20 céntimos en la gasolina y el gasóleo "operación de tope al precio en las gasolineras", porque todo el mundo hubiera dado por hecho que, en el peor de los casos, desde el 1 de abril los precios se habrían quedado congelados.

Quien ideara el eslogan (Tope al precio del gas) es un mago del tipo de propaganda que se vuelve contra el que la promociona.

Y en eso estábamos cuando Rusia (con la excusa de nuevas reparaciones en el gasoducto Nord Stream 1) cortó el sábado de manera indefinida el flujo de gas que desde tres días antes ya no llegaba a Alemania, lo que indefectiblemente, con la ayuda de otras causas, hará que parte de la industria alemana y europea tenga que parar parcial o totalmente y terminará por meter a Europa en una recesión económica.

Las sanciones a Rusia desde Occidente y la reacción airada del Gobierno ruso han llevado a muchos a concluir que es un disparate actuar contra un proveedor de gas del que dependes. Y se utiliza, además, como argumento adicional, que, a la economía rusa, las sanciones no le están haciendo ningún daño y a la europea sí.

Ese argumento no tiene en cuenta que las sanciones son una declaración de guerra económica a un proveedor de energía importantísimo, por lo que, aunque se pueda criticar tanto lo irracional de las guerras (la física, desatada por Putin, y la económica, declarada por Occidente) como la conveniencia de las sanciones, una vez iniciadas éstas hay que atenerse a las consecuencias, que nunca son agradables.

El argumento de que las sanciones no han impactado negativamente a Rusia se basa fundamentalmente en la cantidad de reservas de divisas que Rusia está acumulando gracias a sus ventas de gas (a precios mucho más altos) y petróleo, algo que resulta ser cierto pero que no muestra la fortaleza económica de Rusia, sino todo lo contrario, su debilidad.

La reducción drástica de las importaciones rusas son el indicador de lo débil que debe estar su economía en estos momentos

Por una parte, esas divisas fuertes (dólar y euro fundamentalmente) Rusia no las puede utilizar para lo que las utilizaba habitualmente, que era para comprar e importar productos occidentales, dado que Occidente no quiere vendérselos y para ello ha impuesto las sanciones.

Esa reducción drástica de las importaciones rusas es el indicador de lo débil que debe estar su economía en estos momentos, falta de todo tipo de productos finales e intermedios con que hacer funcionar su industria y muchos de sus servicios.

En segundo lugar, porque la acumulación de reservas se debe no solo a que Occidente le sigue comprando gas y petróleo sino a que, como no puede importar casi nada, las reservas que normalmente se gastarían, ahora no se están gastando y se están acumulando. Pero una economía que no importa es una economía en fuerte recesión (o en autarquía y sin salida).

Es verdad que el tráfico comercial con Rusia no se ha contraído tanto como se esperaba cuando se impusieron las sanciones económicas y financieras a Rusia, pero eso es algo que responde a la lógica del comercio y que no deja de actuar ni en tiempos de guerra.

En España mismo, tenemos un bonito ejemplo histórico de que las cosas suceden así: durante la guerra de 80 años que España mantuvo en los Países Bajos y que sólo se terminó con la Paz de Westfalia en 1648, se importaban productos de allí, tal y como se hacía en los años anteriores a la guerra.

Lo cuenta muy bien el historiador británico Henri Kamen en su reciente y estupendo libro 'Defendiendo España' en el que destaca que nuestro país "siempre necesitaba trigo además de material de construcción naval, y los dos se tenían que importar desde el Báltico a través de los Países Bajos", y cita un informe de 1607, dirigido a Felipe III, en que se decía que "los rebeldes han recibido oro y plata a cambio de queso, trigo, manteca, pescado, carne, cerveza, etc."

En suma, que España estaba ayudando a financiar a los insurrectos que luchaban contra ella…

Una economía que no importa es una economía en fuerte recesión (o en autarquía y sin salida)

En el intento de los aliados occidentales por evitar proporcionarle a Putin los recursos económicos que obtiene de la venta de energía, ahora se han planteado poner un precio "tope" al petróleo ruso utilizando como arma de control la imposibilidad de asegurarse en 'Lloyd's of London' a quienes transporten petróleo ruso comprado por encima de ese precio.

Pero eso parece un rodeo innecesario ya que la represalia se puede establecer contra quien lo transporte, sin necesidad de andarse fijando en el precio al que lo compró. De esa manera se evitaría el conflicto con la OPEP y la existencia de dos precios internacionales, el de mercado y el del "tope al petróleo", algo que siempre traerá efectos secundarios no previstos.

Igualmente, la UE se plantea desligar el precio de la electricidad del precio del gas y para ello discute cómo hacerlo, aunque parece que no va a ser por el método de esa famosa "excepción ibérica" que tan ufano pone al Gobierno (ya que las propias autoridades europeas, en un borrador que contiene las posibles medidas, le ven el inconveniente de que ha provocado un aumento notable del consumo de gas en España) sino suspendiendo transitoriamente el que la subasta eléctrica se lleve a cabo mediante el "sistema marginalista" (es decir, eliminando el criterio de fijar como precio para todos el precio más caro, que resulta que ahora es el del gas, de lo que se derivan los llamados "beneficios caídos del cielo").

La verdad es que para ese viaje no se necesitan alforjas, ya que es algo que se podría haber hecho hace meses. La supuesta mayor eficiencia del sistema marginalista no se vería afectada a largo plazo por el hecho de que se suspendiera por un año o dos, lo que dure la "emergencia gasística".

Decía George Orwell que el lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdad. Con el lenguaje político del "tope al precio del gas" se tiene el peor de los mundos ya que, al ser tan extremo, sucede lo contrario de lo que decía George Orwell, que el grano de verdad que contiene (que los precios, aunque suban, sean algo más bajos de lo que serían sin las medidas del gobierno) parezca una gran mentira.

¡Cuidado con la propaganda!