La noticia de la semana es, sin duda, el Debate sobre el Estado de la Nación. El presidente del gobierno, que para los suyos estuvo genial, cumplió con su cometido: ofrecer gestos.

Anunció medidas que, lejos de atajar los graves problemas económicos que tenemos en España, ponen parches y calman los ánimos de quienes reclaman soluciones inmediatas y fáciles, normales cuando la población ve reducido su poder de compra a pasos agigantados.

También desplegó todo su cinismo, hasta niveles verdaderamente impúdicos, respecto a la memoria de los caídos a manos de la banda de ETA, los asesinos terroristas que han lacrado la Transición española, para luego tachar a quienes respetan esa memoria de “nostálgicos de ETA”. En su debate dialéctico con Vox, mintió descaradamente. Mentiras que fueron desmontadas minutos después con videos en las redes sociales.

El presidente tuvo palabras para quienes tratamos de señalar los peligros económicos a los que nos enfrentamos

También tuvo palabras para quienes tratamos de señalar los peligros económicos a los que nos enfrentamos, los miembros del Club de Economistas Cenizos. Al parecer, nos dedicamos a meter miedo a la gente. Tal vez por eso, algún dirigente sindical ha recomendado olvidarse de los “rumores” de recesión y crisis y largarse de vacaciones a darlo todo.

No vale que todos los organismos internacionales y centros de análisis estén seguros de que va a pasar, y se estén ya simplemente tratando de determinar si será en septiembre, en octubre, la duración y el impacto. ¿Mentimos nosotros o miente el Gobierno?

La mentira política, que está tan en boga en nuestro país, y que no cuesta nada al mentiroso, es uno de los fenómenos más llamativos de nuestros tiempos. ¿Cómo afecta la mentira consentida en la sociedad? ¿Los ciudadanos somos víctimas o cómplices?

La escritora nacida en Alemania, Hannah Arendt, en su libro Verdad y mentira en la política, explica: “Siempre se llega a un punto a partir del cual la mentira resulta contraproducente. Dicho punto se alcanza cuando la audiencia a la que se dirigen las mentiras se ve forzada, para poder sobrevivir, a rechazar en su totalidad la línea divisoria entre la verdad y la mentira. Cuando tu vida depende de que actúes como si creyeras, no importa qué es lo verdadero y qué lo falso”. Tristemente, todo parece indicar que ya hemos rebasado esa línea roja.

No hay la imprescindible rendición de cuentas de la democracia liberal

Los españoles, para poder mirarse al espejo, para sobrevivir, se han visto impelidos a ignorar la diferencia entre verdad y mentira política, de manera que el presidente miente, se publican memes y videos en internet, y el mentiroso se va de rositas. No hay la imprescindible rendición de cuentas de la democracia liberal.

Quienes sí reaccionan son las empresas. La Bolsa española sufrió una estrepitosa caída tras el anuncio de las subidas de impuestos que afectarán a empresas energéticas y a bancos, próximamente. Esta reacción tan inmediata significa, entre otras cosas, que las empresas que han caído dan credibilidad a las palabras amenazantes de Sánchez: le creen muy capaz de subir esos impuestos, incluso si eso significa estrangular la inversión y continuar con la aniquilación de la sufrida clase media española.

Pero también es una muestra de la debilidad de estas empresas, el ahogo que ya viven. Son sectores tocados y eso no es bueno para nadie.

¿Cuál es la diferencia entre la apatía de los ciudadanos y la pronta reacción de la Bolsa de valores? Mientras que las empresas, que se juegan la piel, saben que van a sufrir duramente las consecuencias de las acciones de Sánchez, los ciudadanos parecen tener la impresión de que no va a haber ningún impacto negativo de las medidas y de las mentiras de Sánchez en su vida cotidiana. De esta manera, cuando la billetera esté raquítica y busquen una explicación, el presidente, enganchando una mentira con otra, le echará la culpa al chachachá.

Nadie se acuerda ya de la malísima gestión que está haciendo el Gobierno de los fondos europeos

Por ejemplo, nadie se acuerda ya de la malísima gestión que está haciendo el Gobierno de los fondos europeos Next Generation, después de las promesas, las expectativas falsas de que con los fondos nuestros males iban a desaparecer.

Ahora estamos con la inflación. Un fenómeno que, por cierto, ha aumentado la variación de los ingresos tributarios entre enero y mayo del año pasado (que era un 13,7%) al presente (que es del 19,1%). Por contra, el poder adquisitivo de todos los demás se deteriora, y la factura de la luz, en aumento, va a ser más gravosa de lo que podría ser.

No solamente eso, las expectativas respecto a qué va a pasar, representadas en el precio de la electricidad en Europa en el mercado de futuros, nos dice que para el cuarto trimestre de este año, el precio se estima en unos 900 euros por megavatio/hora. No es una sorpresa: sabemos de dónde proceden esas expectativas.

Ahora mismo, la principal fuente de incertidumbre es el comportamiento de Rusia, Ucrania y los aliados de unos y otros. ¿Quién va a resistir hasta el final? ¿La Unión Europea va a elegir la defensa de los ciudadanos ucranianos a costa de restricciones eléctricas en Alemania? La respuesta nos va a indicar si, verdaderamente, es una cuestión de principios o no. ¿Vamos a presionar a Zelensky para que capitule y ceda a cambio de financiar su reconstrucción y aceptarle como “uno de los nuestros”?

Imagino a los especialistas en teoría de juegos planteando todo tipo de alternativas al respecto.

Nuestra economía depende vitalmente de lo que suceda en ese terreno. Tanto que, con banderas ucranianas ondeando en plena plaza de Cibeles, gracias a la pérdida de Argelia como suministrador de gas, España es ya el segundo país demandante de gas ruso. Estamos financiando la invasión de Putin. Eso no se discute en el Debate sobre el Estado de la Nación, ni nadie reclama. Eso sí, la guerra servirá para justificar un aumento del gasto público. Otro. Y, por supuesto, la subida de impuestos y la violación del principio de equilibrio fiscal y de control de la deuda pública.

Me pregunto como cuánto nos tenemos que empobrecer para dejar de ser cómplices y víctimas de las mentiras del Gobierno y exigir que no se dilapide el dinero que nos cuesta tanto ganar, de manera tan obscena, y sobre todo, impunemente.