Parece que el parqué (como se llamaba antes en el mercado bursátil) no entiende la estrategia turca del hasta ahora BBVA: la OPA sobre el banco turco Garanti para superar el 50% de participación (hasta llegar al 100% si fuera posible) y convertirse en el gestor total de la entidad no ha caído bien en los inversores. El BBVA-G (por seguir añadiendo siglas) ha tropezado en la bolsa.

Las razones para esa desconfianza son complejas. Tienen que ver más con la situación del país donde opera, que con el funcionamiento y expectativas del propio banco. Los inversores occidentales desconfían de una cultura que no entienden.

Turquía fue durante casi seis siglos una potencia mundial, referente en el Mediterráneo. Arnold Toymbee describió su auge y decadencia como un imperio con características propias. Su origen anatolio les enseñó, según el historiador, a gobernar grandes extensiones de terreno utilizando el original sistema del jenízaro. Un soldado que extraído de los propios territorios de niño acababa siendo leal al sultán después de un largo periodo de culturización otomana.

La Turquía actual en su territorio procede de la desmembración de ese imperio después de la Primera Guerra Mundial. Kemal Atatürk quiso transformar un sultanato/califato en un Estado laico. Pero, debajo de la capa de modernidad que quiso darle el reformador, quedó el sustrato islámico/medio-oriental que ha resurgido con Erdogan.

Un Erdogan que ha derivado cada vez más en un 'sultán' electo, desprendiéndose de la capa occidental que quisieron imprimir a su Estado los 'jóvenes turcos' laicos. Hoy para entender la economía turca hay que pensar más en un bazar de Estambul que en la bolsa de Wall Street. Sus negocios tienen más que ver con la amistad y la confianza como garantía de cumplimiento que con los contratos al estilo occidental.

Por eso, es difícil entender a Turquía y su cultura. No es occidental/europea o, al menos, no tanto como parecía serlo hasta Erdogan. Y los seres humanos desconfían de lo que no entienden. De ahí las dificultades de comprender la inversión en Garanti que el expresidente del BBVA, Francisco González, impulsó y que ahora se completa con la OPA de adquisición.

Una OPA con una prima de compra del 15% sobre el valor de mercado y, aun así, barata. Barata porque la economía turca no pasa por su mejor momento con su moneda, la lira, devaluada internacionalmente. Se diría que es un buen negocio a corto plazo, salvo que a medio y largo plazo se desconfíe de la marcha de esa economía.

Pero, además, es posible que los inversores también desconfíen de una coincidencia: el consejero delegado del BBVA es Onur Genç. Por su nombre ya se ve que no es español, es turco. Un brillante ejecutivo que ha trabajado en las altas esferas de Garanti, en el BBVA en EEUU y que, según todas las noticias, es en parte artífice de la buena marcha del banco. En el segundo trimestre de este año, ganó el doble que en el primero y aumentó su base de clientes. Además, ha anunciado un generoso dividendo.

Por eso, esa coincidencia más que desalentar debería animar. Si alguien dentro del BBVA puede conocer bien a su filial turca y sus posibilidades es su consejero delegado. La conoce por dentro. Tiene experiencia directa de cómo funciona la economía del país y puede hablar con Erdogan en su propio idioma.

La otra coincidencia es la visita del presidente español, Pedro Sánchez, al turco, justo cuando se está realizando la operación de OPA. ¿Casualidad?

Hay pues una lección a sacar. El peso de la marca país, en este caso la de Turquía, importa a los inversores. Su estabilidad y potencial económico por supuesto, pero también, y mucho, su imagen política. Turquía, para un observador externo, es cada vez más medio-oriente y menos occidente. Eso crea inquietud y el dinero, ya se sabe, es miedoso.

Por eso, construir una buena marca país es importante. La inversión extranjera crea trabajo y España es lo que necesita. ¿Tenemos la marca que nos conviene en economía y en política?

*** J. R. Pin es profesor del IESE.