Algo huele a podrido en Silicon Valley. Desde que en 2015 se destapara el fraude de la start-up de análisis de sangre Theranos, las culpas no solo se han dirigido a su responsable, Elizabeth Holmes, sino también a la cultura que impregna la meca de la innovación.

La historia se remonta a 2003, cuando esta estudiante de la Universidad de Stanford abandonó la carrera para fundar la empresa con solo 19 años. Afirmaba haber inventado una tecnología capaz de realizar múltiples análisis médicos con una sola gota de sangre.

Era una idea revolucionaria que el sector salud llevaba décadas persiguiendo y Holmes se postulaba como una joven promesa de los negocios. Medios e inversores se enamoraron de ella y, a medida que las inyecciones de capital se disparaban, en 2013 empezó a comercializar sus servicios. Theranos llegó a estar valorada en más de 8.000 millones de euros y los círculos especializados la coronaron como la nueva Steve Jobs.

Pero en 2015, gracias a antiguos trabajadores de la compañía y a una intensa labor periodística de The Wall Street Journal Times, se descubrió que su tecnología no funcionaba (para que luego digan que el periodismo está muerto o no sirve para nada). No solo había defraudado a los inversores, también había jugado con la salud de los pacientes.

Por eso, desde hace unos días está sometiéndose a un juicio en el que enfrenta a 12 cargos por fraude y conspiración electrónicos que podrían costarle hasta 20 años de cárcel. En las próximas semanas un tribunal decidirá si simplemente cometió el error de ser demasiado optimista sobre su tecnología, como sostiene su defensa, o si mintió deliberadamente para hacerse rica y famosa, como sugieren los testigos.

Para entender el impacto del escándalo de Theranos en las personas, cabe mencionar el testimonio que antigua clienta ha emitido esta semana. Estaba embarazada cuando un análisis de Theranos le indicó que estaba sufriendo un aborto. Ya había vivido otras interrupciones espontáneas de embarazos previos, por lo que la noticia fue devastadora.

Afortunadamente, gracias a los profesionales médicos que la atendían, la mujer se sometió a otro análisis que reveló que la gestación evolucionaba correctamente, por lo que su caso quedó en un susto.

Pero, además de pagar por unas pruebas cuyos resultados eran erróneos, dicho fallo estuvo a punto de dar lugar a recomendaciones médicas que podrían haber puesto en riesgo la supervivencia de su bebé, como ha afirmado la enfermera practicante que atendió a la mujer, quien también ha testificado esta semana contra Holmes, según The Verge.

Gracias a una intensa labor periodística se descubrió que su tecnología no funcionaba -para que luego digan que el periodismo está muerto o no sirve para nada-

Ya sea por error o por un acto deliberado de codicia y mala fe, la gran pregunta que sobrevuela el ecosistema de emprendedores e inversores es cómo llega una empresa cuya tecnología no funciona a acaparar titulares y acumular millones de euros en capital. Y, como era de esperar, muchos están señalando uno de los mantras más famosos de Silicon Valley: fake it till you make it, es decir, finge hasta que lo consigas.

Por su puesto, muchas de las principales voces de Silicon Valley han saltado a defender su cultura. Uno de los argumentos es que, a veces, lograr una visión a largo plazo requiere maquillar un poco la realidad (o fingirla). Y el otro reside en que la lluvia de millones que recibió no procedía de los grandes fondos de capital riesgo especializados de la región, sino de familiares y amigos adinerados.

Ambos fenómenos podrían explicar las fortunas invertidas en una empresa que nunca compartió datos que avalaran el funcionamiento de su tecnología amparándose en el secreto comercial. Y, aunque esta práctica es bastante habitual, no es lo mismo fingir las prestaciones de una app de mensajería que las de una prueba médica de la que depende la salud de la gente.

Por supuesto, tampoco es lo mismo arriesgarse a lanzar una empresa de software que una de biotecnología, cuyos costes, riesgos e incertidumbres pueden hacer que no despegue nunca. De hecho, otro gran daño colateral del efecto Theranos son los recientes testimonios de mujeres emprendedoras y start-ups biotecnológicas que están siendo injustamente comparadas con Holmes y la larga sombra de su escándalo.

El mundo necesita mejores pruebas diagnósticas, más mujeres emprendedoras y dinero que las respalde. Holmes representaba todo eso y quizá fue esa promesa la que la ayudó a llegar a la cima, en lugar de la manida cultura de Silicon Valley, cuyas innovaciones cada vez hacen menos por resolver los verdaderos desafíos de la sociedad.