El próximo domingo 15 de agosto el mundo estará casi ajeno a que celebra “sus bodas de oro” con el actual sistema monetario internacional. En aquel día de 1971, el presidente de los EEUU, Richard Nixon, tras una reunión ultrasecreta con sus asesores más cercanos, decidió que, en adelante, el dólar no sería ya convertible en oro, poniendo así fin al sistema monetario anterior, surgido de los acuerdos de Bretton Woods y que había durado 27 años.

Entonces, como ahora, la mayor parte de la población del globo permaneció ajena a una de las noticias más importantes del siglo XX (probablemente entre las dos o tres más importantes, exceptuando las del inicio de las dos guerras mundiales).

Para hacerse una idea: la población del globo que entonces no se enteró de la importancia de la decisión era de 3.761 millones y la que ahora va a estar ajena a la celebración de la efeméride es de 7.753 millones. Algo más del doble. Ese crecimiento de la población probablemente no hubiera sido posible sin aquella decisión de Nixon. Aunque la relación entre ambas cosas no parezca evidente.

El nuevo sistema monetario internacional dejó sin referencias a los gobiernos y a los profesionales de las finanzas de todos los países porque, si entre 1944 y 1971 se sabía que una onza de oro se compraba con 35 dólares y que las divisas cotizaban a un tipo de cambio fijo contra el dólar (cambiando su cotización muy de tarde en tarde, cuando en el país correspondiente se producía una aguda crisis en su comercio exterior o en la llegada de capitales extranjeros) en adelante ya no quedaría ninguna referencia fija, excepto la que la “gramática parda” tenía clara desde el final de la II Guerra Mundial: que el dólar seguiría siendo la moneda más codiciada.

Incluso eso estuvo en cuestión, aparentemente, durante un tiempo por la competencia del marco alemán: si en aquella época hubiera existido el euro, su fortaleza frente al dólar hubiera sido tal que por un euro se hubiera podido conseguir 1,87 dólares (para comparar: ahora por un euro solo se obtienen 1,17 dólares).

La decisión de Nixon abrió la puerta a un desarrollo económico tan acelerado que permitió que, entre 1971 y 2020, el PIB global se multiplicara casi por cinco

En realidad, durante los dos años siguientes se intentó, sin éxito, por los países del G10 el mantener algo parecido a los tipos de cambio fijos entre las divisas, pero en marzo de 1973 se arrojó la toalla y las monedas empezaron a cotizar (a “flotar”) libremente frente al dólar (aunque las seis de la Comunidad Europea intentaron mantenerse ligadas entre sí en lo que sería el primer intento, fracasado, del proceso que culminaría en 1999 con el nacimiento del euro).

El lío fue monumental y podría decirse que las consecuencias de la decisión de Nixon no se entendieron del todo hasta después de muchos años, lo que dificultó enormemente la capacidad de los gobiernos para gestionarlas. Ni Nixon, ni su Secretario del Tesoro, John Connally, eran conscientes tampoco de la espita que acababan de abrir.

Pasada la etapa de enormes turbulencias iniciales (y la complicación adicional que supusieron las dos crisis del petróleo) la decisión de Nixon abrió la puerta a un desarrollo económico tan acelerado que permitió que, entre 1971 y 2020, el PIB global se multiplicara casi por cinco.

¿Y cuál es la relación entre la decisión de Nixon y esa etapa de prosperidad en que la economía ha sido capaz de alimentar a una población que se duplicaba? Aparte de “el trabajo y el sudor”, de la ciencia y la tecnología, la clave estuvo en la vituperada “financiarización” de la economía, un vocablo por el que se intenta a veces hacer una diferencia de pura propaganda política entre la “economía financiera” y la “economía real”.

Pues bien, no hay economía real por encima de la pura subsistencia sin economía financiera y el desbordamiento de ésta es lo que facultó ese crecimiento acelerado de aquella, lo que, a su vez, posibilitó que se haya duplicado la población mundial mientras los índices de malnutrición se reducían a la mitad.

 Todo parece indicar que, si no continúa el crecimiento de la deuda del conjunto de los agentes económicos, la producción se estancará o decaerá

Es verdad que, como efecto no deseado, todo ello ha generado la amenaza y la sensación frecuente de que estamos al final de la escapada, pues para producir una unidad de PIB se necesitan ahora tres unidades de deuda, mientras que hace cincuenta años bastaba con un tercio de unidad de ésta.

O, dicho con otras palabras, todo parece indicar que, si no continúa el crecimiento de la deuda del conjunto de los agentes económicos, la producción se estancará o decaerá, arrastrando consigo el nivel de vida. Salvo que grandes incrementos de la productividad lo impidan.

Pero, ¿puede mantenerse ese aumento de la deuda indefinidamente? La respuesta mejor razonada dice que no, pero los 50 años de experiencia del sistema de Richard Nixon (y sobre todo los veintidós últimos) dicen, de momento, lo contrario. A pesar del adagio de que, si es demasiado bueno para durar, no durará…

Los más agoreros están entreviendo que ese sistema está a punto de hundirse, junto con la cotización del dólar y el nacimiento de un nuevo sistema monetario basado en las criptomonedas, pero, por ahora, la cotización del dólar no solo no se hunde sino que a fecha de hoy se mantiene contra el euro (segunda moneda más importante) en el mismo nivel en que ésta echó a andar (1,17 dólares por euro) mientras la estabilidad en los mercados de cambio es tan elevada que resulta sorprendente: en los últimos 23 años solo han tenido un sobresalto grande, precisamente el mismo en el que, los agoreros también, dieron al euro por finiquitado hace doce años.

En cuanto a la posibilidad de que surja un nuevo sistema financiero internacional basado en las criptomonedas de curso libre, es tan lejana como la de que los estados dejen de utilizar el monopolio de la fuerza

En cuanto a la posibilidad de que surja un nuevo sistema financiero internacional basado en las criptomonedas de curso libre, es tan lejana como la de que los estados dejen de utilizar el monopolio de la fuerza, algo solo imaginable en un mundo caótico a lo Mad-Max y que no parece que esté perfilándose en el horizonte.

Aunque no conviene olvidar las palabras (recuperadas por Roberto Villa) de Ramón Pérez de Ayala en 1918: “continuará el desorden cortado aquí y acullá por breves intersticios de sosiego. ¡Dios sabe que desdichados acontecimientos nos reserva el mañana!”

Eran palabras en momentos de un gobierno español con inestables apoyos parlamentarios y en medio de la una gran epidemia de gripe…

¡Larga vida al sistema monetario internacional de Nixon! ¡Y al lema de la “prosperidad sin guerra” con que él mismo lo presentó a los norteamericanos y al mundo el día 15 de agosto de 1971!