Uno de los grandes legados de Angela Merkel va a ser dejar una Unión Europea menos cómoda para los 'halcones' que viven, fundamentalmente, en su país o en sus fronteras. 

Acaban de cumplirse dos años desde que Christine Lagarde fue elegida presidenta del Banco Central Europeo (BCE) bajo la acusación de ser una 'paloma', ave que representa a los defensores de las políticas laxas que tanto gustan en el sur de la UE.

La francesa siempre renegó de ese adjetivo, pero ante la insistencia de la prensa, se presentó como una 'lechuza' y se colgó en la solapa un broche del rapaz nocturno.

Toda una declaración de intenciones de lo que iba a ser su estancia en Fráncfort. La ciudad alemana es el centro de las decisiones de la política monetaria europea que desde el año 2012 están sosteniendo el Estado de bienestar de los países más incumplidores de la zona euro, entre los que figura España.

En 2019, cuando Lagarde aterrizó en la institución, el BCE llevaba 16 años sin revisar su estrategia y la ex directora gerente del FMI puso en marcha este proceso con el objetivo de presentar las conclusiones en 2020.

Un calendario que no fue posible cumplir por la llegada de la pandemia, un shock sanitario y económico que no solo alteró los plazos de la revisión, sino que dio argumentos a las 'palomas' que defendían ser más laxos con el mandato del banco central.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde.

Sus conclusiones finales permiten leer entre líneas cómo se miden las fuerzas en Fráncfort en este momento. A partir de ahora, el BCE tendrá el mandato de mantener la inflación en el 2%, un umbral que podrá ser superado de manera temporal para sacar el arsenal de los estímulos en periodos de crisis.

Esta es la carta blanca para que el banco central no tenga que adelantar la retirada de munición en Europa, cuando Estados Unidos comience su 'tapering' forzado por la inflación en un escenario en el que los precios también están empezando a subir en la zona euro.

Hasta ahora, el mandato del BCE era mantener la inflación en una tasa "inferior, aunque próxima, al 2%", una 'línea roja' que ya se rebasó en mayo, según Eurostat.

Aunque es un objetivo más conservador que el que se ha marcado la Reserva Federal -que puede ir más allá de ese porcentaje-, esta decisión es todo un alivio para países como España o Italia.

En el contexto de las elecciones alemanas, Pedro Sánchez y Mario Draghi vivían con la amenaza de que la ortodoxia de los 'halcones' precipitara un proceso de retirada de estímulos y forzara nuevos recortes por tener que destinar más gasto público al pago de los intereses de la deuda pública.

Así que la nueva estrategia del BCE -que se volverá a revisar en 2025 e incluye otros asuntos, como la emergencia climática- es una buena noticia para los países del sur, que fueron los más golpeados en términos económicos por la Covid-19 el pasado año.

Sin embargo, como en todo acuerdo, en este hay una letra pequeña que tardará años en desarrollarse, pero tendrá implicaciones importantes en el futuro. Los 'halcones' han conseguido que los gastos relacionados con la vivienda empiecen a ser tenidos en cuenta en el IPC que mide Eurostat. Esto provocará una subida del índice de precios y por tanto, permitirá activar antes el botón para frenar las compras de deuda en el banco central.

La lechuza ha conseguido, así, un acuerdo equilibrado que muchos criticarán por cronificar, aún más, la dependencia de los estímulos que enmascaran la realidad económica de Europa desde hace ya 10 años. Sin embargo, la realidad, es que no hay 'plan B' para guardar la munición en este momento.

El próximo 26 de septiembre, los alemanes acudirán a las urnas. Que Europa llegue a esa cita con Next Generation en macha, sus primeras emisiones de deuda conjunta ya realizadas y una 'hoja de ruta' para no cuestionar los estímulos antes de que la recuperación esté asentada es todo un 'seguro de vida' para los países del sur. Se lo debemos a Merkel.