Con esa frase en su cuenta de Instagram, expresaba Bibiana Fernández su desesperación al tener que vender su patrimonio para pagar sus deudas con Hacienda. Esta triste anécdota es una de las muchas incluidas en el libro que verá la luz el 20 de enero, Hacienda somos todos, cariño, en el que tengo el honor y el placer de compartir autoría con Luis Daniel Ávila y con Carlos Rodríguez Braun.

Es un libro divulgativo y serio al mismo tiempo. El tema no es una broma. Especialmente este año. Especialmente los autónomos.  Especialmente por lo que nos espera. Hemos tratado de facilitar la lectura para que todo el mundo lo entienda. Y es un libro actual. A pesar de los retrasos por circunstancias personales y no tan personales, desgraciadamente lo expuesto sigue vigente. Por desgracia, lo seguirá siendo a lo largo de este año y los que vienen.

El pasado sábado me entrevistaron en el programa de deportes Tiempo de Juego con Paco González y Jorge Hevia, con quienes mantuve una amigable y cordial charla durante unos minutos acerca del libro.

Lo primero que me preguntó Paco es si estaba cuestionando el pagar impuestos, porque él está muy en contra del fraude. Reconozco que me sorprendió, pero lo cierto es que cuando se habla de la presión fiscal, o de si se pagan demasiados impuestos, siempre sale el tema del fraude. Como si quejarse de lo que pagamos te hiciera sospechoso de algo.

Yo cuestiono pagar impuestos. Lo cuestiono porque los pago religiosamente cada año desde que empecé a trabajar y jamás he cometido fraude. Los cuestiono porque los ciudadanos estamos en nuestro derecho de poner sobre la mesa qué están haciendo los gobernantes con lo que es mío.

Yo cuestiono pagar impuestos. Lo cuestiono porque los pago religiosamente cada año desde que empecé a trabajar y jamás he cometido fraude

Y este es un punto importante. Porque cuando se habla de fraude se asume que el delincuente que lo comete está robando al Estado o a los demás ciudadanos. Y no es así: es un delito, sin duda; pero el dinero que no se ingresa a Hacienda no es de otra persona más que del propio delincuente. Dicho así, es cuando menos chocante. Pero es la pura realidad.

¿Por qué tenemos la sensación contraria? En el libro tratamos de explicar cómo se ha utilizado la propaganda estatal para fijar a fuego esa asociación de ideas en nuestra mente. Y, por eso, Paco, con su mejor buena fe, me preguntaba por el fraude.

No nos paramos a analizar el impacto de la recaudación, la eficiencia de los bienes y servicios públicos, o si se dedican a lo que te dicen que se dedican. Nos centramos en el relato, en las palabras, en los significados, en los recursos audiovisuales que se emplean para hacernos creer que Hacienda somos todos, lo aceptamos, y es siempre para bien… cariño.

Es un libro que comienza en la época de Franco porque no se nos ocurrió ir más atrás. A mí me habría encantado. Probablemente, habría sido muy complicado encontrar documentación, pero habría disfrutado mucho al comparar los mensajes de antes y de ahora.

También me habría gustado comparar los recursos retóricos en diferentes países, sean de habla hispana o no. Tal vez en otra ocasión. La conclusión personal que yo he sacado es que, aunque me pese, los propagandistas estatales han tenido un éxito arrollador.

Desde la Dictadura hasta hoy, machacando con mensajes como el de 1983, "Nunca le impondrán nada más justo". Con una legión de famosos, intelectuales, incluso un obispo, a su servicio, demostrando que una persona de bien lo único que puede hacer es levantarse alegre porque va a dar una parte enorme de lo que le ha costado tanto obtener, y lo va a hacer coactivamente. Si es tan importante, ¿por qué no hay una verdadera rendición de cuentas del euro del ciudadano gastado?

En este enero, la subida de la factura eléctrica ha puesto de manifiesto la resistencia de los gobernantes a bajar impuestos. Porque si se bajan los impuestos, supuestamente perdemos todos. Es decir, si el Estado ingresa menos, todos perdemos.

En este enero, la subida de la factura eléctrica ha puesto de manifiesto la resistencia de los gobernantes a bajar impuestos

Una lógica difícil de seguir desde el punto de vista económico, ya que solamente si nos enriquecemos todos, podemos pagar más al Estado.

Como la bruja de Hansel y Gretel, el Estado debería promover el enriquecimiento de los ciudadanos, precisamente porque su finalidad es comérselos, metafóricamente.

Y, sin embargo, lo que observamos a lo largo de los últimos 50 años, con breves períodos anómalos, es que la estrategia es la opuesta. El Estado justifica a toda costa el aumento de gasto, no solamente para atender a "necesidades sociales", sino también, nos dice, para fomentar la riqueza.

Pero en el día a día, los contribuyentes vemos adelgazar nuestra capacidad de compra y nuestro motor de riqueza fundamental, es decir, los incentivos. Porque la riqueza no la crea el Estado sino las personas, la acción humana. Y el truco de "es que sólo le quito a los ricos" ya no cuela, señores.

No, cuando los autónomos se desangran. No, cuando las micro empresas que sobreviven no pueden pensar en crecer porque eso implicaría pagar una cantidad prohibitiva de impuestos. No, cuando los empresarios más jóvenes y flexibles, muy bien preparados, se van a otro país para tener allí su residencia fiscal y poder progresar. No, no se quita a los ricos para dárselo a los pobres.

Se quita a todos para afianzar el poder establecido. Y lo aceptamos. Y, si no callamos, sobrevuela la sombra de la sospecha inmediatamente: ¿no estarás a favor del fraude? No. No estoy a favor del fraude. Pero tampoco estoy a favor de la manipulación.

Estoy a favor de la transparencia y de la conciencia ciudadana. Estoy a favor de plantearnos los mensajes que nos bombardean y la necesidad de lo que nos obligan a pagar. Porque, si realmente es tan bueno ¿por qué es obligatorio, cariño?