El vicepresidente segundo del Gobierno y la ministra de Trabajo han lanzado al mercado su última pócima mágica: la disminución de la jornada laboral de 5 a 4 días a la semana y con un máximo de 32 horas. El líder podemita ha proclamado con una audacia exenta de conocimiento y ajena a la evidencia que esa medida: “es incuestionable que creará empleo”. Su correligionaria de partido y de Gabinete señala que la iniciativa no “afectará a los sueldos”. De este modo se dibuja un círculo virtuoso y un panorama idílico: la gente trabajará menos, cobrará lo mismo y además se proporcionará ocupación a los parados. 

Ese planteamiento forma parte de las denominadas falacias económicas; esto es, de los ejemplos recogidos en los manuales elementales de la ciencia lúgubre para mostrar como lo evidente en apariencia es falso en la realidad. El enfoque del Sr. Iglesias y de la Sra. Diaz es muy simple y parece obedecer a una lógica impecable: si la producción de bienes y servicios es una cantidad fija, el recorte de las horas trabajadas aumenta la demanda de ocupación y, por tanto, el desempleo disminuirá. Sin embargo, esta tesis es falsa; ignora cuestiones básicas y obedece a la visión de un mecano infantil.

De entrada, el trabajo no es una cantidad fija que pueda distribuirse por decreto. Su oferta y su demanda cambian cuando lo hace la economía y también tiene una influencia decisiva sobre ambas variables el marco institucional existente. Por otra parte, el trabajo puede ser sustituido por capital y ello dependerá del precio relativo de uno y otro factor de producción.

Si los costes laborales suben a raíz de una disminución de la jornada, la contratación de nuevos trabajadores y el mantenimiento del empleo existente se verán afectados de modo negativo. Por último, el trabajo no es homogéneo y, por tanto, el volumen de horas liberadas por la reducción de jornada no tiene por qué tener una sustitución perfecta, de hecho, no la tiene, al menos, en el corto-medio plazo. En este supuesto, el empleo tampoco crecerá.  

Si los costes laborales suben a raíz de una disminución de la jornada, la contratación de nuevos trabajadores y el mantenimiento del empleo existente se verán afectados de modo negativo

El panorama se ennegrecería en el supuesto de que la iniciativa del Gobierno social-comunista, terminología de Iglesias para definir la orientación ideológico-política del Ejecutivo, no se viese acompañada por una rebaja similar de los salarios.

Si la jornada se rebaja por decreto de 40 horas semanales a 32 y la remuneración de la mano de obra no lo hace en la misma proporción, el costo de la mano de obra se incrementará en un 20 por 100. En una coyuntura normal, esto sería dañino, pero, en las actuales circunstancias de la economía española, sería letal. Las empresas no sólo no contratarán a nadie sino lanzarán a las colas del desempleo a un elevado número de personas hoy ocupadas.

Que nadie se llame a engaño. La propuesta podemita conduce bien a una disminución de los ingresos y del nivel de vida de los trabajadores por ukase si se ven obligados a trabajar menos horas con un salario menor bien a que pasen a engrosar las filas del paro si la corrección a la baja de sus ingresos no se produce. Eso sí, en ninguno de esos dos escenarios la reducción de la jornada crearía puestos de trabajo.

La propuesta podemita conduce bien a una disminución de los ingresos y del nivel de vida de los trabajadores

Esto no es una sorpresa. De hecho, es lo acaecido en los países en los cuales se experimentó con políticas de este tipo. En Francia, en Canadá, en Suecia, en Portugal en Alemania produjeron en un crecimiento del PIB inferior al que se hubiese producido sin ellas y en una estabilización-aumento del paro (Estevao M. Sá F, The 35-hour worweek in France: Straigthjacket or welfare improvement? CEPR, 2008).

Por último, el Gobierno incurre en una fatal arrogancia planificadora al creer posible imponer el mismo café para todos en una economía compuesta por millones de empresas muy distintas, con funciones de producción muy diferentes, con individuos con preferencias ocio-trabajo diversas, con dispares dotaciones de capital humano etc. Y la coalición reinante olvida lo fundamental: no han sido los gobiernos, los sindicatos, etc. quienes han hecho posible la paulatina reducción de la jornada laboral en el mundo desarrollado, sino el crecimiento de la productividad generado por la inversión y la innovación empresarial.