Mañana es el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre y, por tanto, son las elecciones presidenciales en EEUU. En una columna publicada aquí mismo el 10 de febrero pasado decíamos que “solo un desastre inimaginable, o temible, podría dar al traste con la repetición de la victoria del actual presidente estadounidense”.

Pues bien, ese desastre temible ya estaba en marcha en aquellas fechas, aunque era difícil imaginar que fuera a alcanzar las proporciones bíblicas a las que ha llegado. A pesar de que el 27 de enero ya señalábamos la epidemia que se iniciaba en China y advertíamos con este titular: “venía una emergencia, pero no era climática…” (el gobierno español había declarado esta última, bombásticamente y, visto desde ahora, casi como broma macabra, la semana anterior al confinamiento de Wuhan).

La semana pasada insistíamos en la apreciación de febrero de que, según la regularidad más obvia de las elecciones americanas a lo largo de los últimos 124 años, los presidentes estadounidenses suelen ser reelegidos. De ahí concluíamos que, dependiendo del enfoque que le diéramos al cálculo, la probabilidad “histórica” de que Donald Trump no revalidara en la presidencia era muy baja, y oscilaba entre un 5% y un 27%.

Si ampliamos el período a toda la historia democrática de los EEUU (es decir, a 231 años) ese intervalo cambia, pero no gran cosa: la probabilidad de que no sea reelegido Trump se sitúa entre el 10% y el 32%.

Y es que en siglo XIX, aunque hay muchos presidentes con un solo mandato, el hecho se debe a que ocho no se presentaron a la reelección: entre ellos están los vicepresidentes que ascendieron al cargo por la muerte natural (dos casos) o por el asesinato (otros dos casos más) del presidente.

En siglo XIX, aunque hay muchos presidentes con un solo mandato, el hecho se debe a que ocho no se presentaron a la reelección

¿Quiere esto decir que necesariamente va a ganar Donald Trump las elecciones? Está claro que NO. El intervalo que resulta de superponer los dos ya mencionados y que, por tanto, va del 5% al 32%, solo es una asignación de las probabilidades en que se mueve el candidato Joe Biden para ganar las elecciones. O, dicho de otro modo, según esta histórica manera de ver las cosas, la victoria de Biden es muy improbable pero no imposible.

El que la pandemia haya coincidido en año electoral le pone las cosas muy difíciles también a Donald Trump, a pesar de que cuenta con los datos históricos a su favor, ya que la coyuntura sanitaria y económica es especialmente difícil. Aunque todo es matizable: los datos de productividad y confianza de los consumidores apoyan su reelección y el nivel de paro le es desfavorable, pero no siempre ha impedido la reelección de otros presidentes (Reagan y Obama, por ejemplo).

El desastre sanitario en la América de Trump parece espantoso visto desde Europa, aunque Niall Ferguson (desde el Times Literary Supplement) nos daba un baño de realidad hace poco recordando que, durante el primer semestre, la tasa de exceso de mortandad en España (56%) ha sido más del doble que la de EEUU (23%) mientras en otros países del viejo continente se aproximaba al doble: Reino Unido (45%), Italia (44%) y Bélgica (40%).

Las preocupaciones sobre la victoria o no de Trump abarcan todos los terrenos imaginables y, ¡cómo no! el que resulta más inmediato para todo el mundo, el del crecimiento económico. En estas últimas semanas menudeaban las preguntas y los artículos sobre quién garantizaría una recuperación más rápida de la economía de EEUU y, por ende, de la mundial, si Donald Trump o Joe Biden.

Las luminarias mediáticas de EEUU y del resto del mundo (entre los que destaca Nouriel Roubini) se inclinan porque una victoria de Joe Biden sería más positiva para la economía

En general las luminarias mediáticas de EEUU y del resto del mundo (entre los que destaca Nouriel Roubini) se han estado inclinando porque una victoria de Joe Biden sería más positiva para la economía estadounidense y también para la mundial, pero los argumentos, en general, tienen poca base.

Suelen estar bien orientados en lo que atañe a qué sectores de la economía se verían favorecidos por cada uno de los candidatos (así, por ejemplo, se supone que Biden sería mejor presidente para el sector de las energías renovables y cualquier otro que se preocupe por el medio ambiente, mientras que Trump seguiría inclinándose por la explotación sin muchos miramientos de los recursos naturales), pero los distingos que hacen entre Trump y Biden para la evolución del PIB ya han sido desmentidos por los acontecimientos.

Y es que si algo ha quedado claro a lo largo de los últimos 12 años, y mucho más en este 2020, es que ya no hay “gentiles ni judíos” (como habría dicho San Pablo) ni monetaristas ni keynesianos. Tdos los gobiernos y todos los bancos centrales se han desprendido ya de la soga ideológica que les atenazaba en el pasado y terminan por hacer todos exactamente lo mismo: aumentar el gasto público, los gobiernos, y proporcionar liquidez, los bancos centrales, cuando llegan las recesiones.

Y con mucha más soltura en 2020 de lo que lo hicieron durante la crisis financiera, a la vista de que todas sus fantasiosas teorías sobre la inflación dejaron de funcionar hace esos mismos doce años.

De modo que, tanto Joe Biden como Donald Trump, si la caída de la actividad económica persiste, o si no se recupera al ritmo adecuado, adoptarán las mismas medidas que se han venido aplicando en su país en los diez últimos meses, del mismo modo que lo harán los países europeos, estén o no dentro de la zona euro;  hayan emprendido o no aventuras irresponsables como el Brexit; tengan o no problemas de respeto a las instituciones democráticas, como Polonia, Hungría y, con un poco de mala suerte, España, y se hayan decidido por la inmunidad de rebaño como Suecia o por los cierres radicales de casi todos los demás. Y todo ello, con Biden o con Trump, en el contexto de una economía mundial que se desacelera por causa de que lo están haciendo la Eurozona y Japón.

Todos los gobiernos y todos los bancos centrales se han desprendido de la soga ideológica que les atenazaba en el pasado 

Menos mal que las economías de China y EEUU están creciendo, de momento, con fuerza y eso tira de los demás, sobre todo EEUU que es quien tiene un déficit comercial récord e importa mucho más de lo que exporta, aunque la avidez de China por las materias primas esté siendo de gran alivio para algunos países emergentes. También China va a tener que aliviar a los países africanos de la deuda financiera que tienen con ella. ¡Se acerca el “1982” de China!

El deterioro de la situación económica en la zona euro es muy alarmante, primero, porque ya en el mes de septiembre las encuestas hechas a los gestores de compras de las empresas del sector servicios mostraban una debilidad enorme, expresada en los PMIs correspondientes.

Después, porque a eso se han añadido los PMIs provisionales del mes de octubre, que muestran la misma o superior debilidad en los servicios de Alemania y Francia y que, presumiblemente, cuando se publiquen las versiones definitivas de todos ellos, incluida España, añadirán el pesimismo provocado por los cierres parciales de negocios de octubre y por los mucho más rigurosos decretados en el final de mes.

Menos mal que la industria manufacturera se mantiene bastante bien en todo el mundo, algo que no solo se deduce de los PMIs de su sector sino de la propia evolución relativamente positiva del precio de los metales industriales.

En suma, Trump o Biden, Biden o Trump, el mundo va a seguir pasando por una situación dramática solo aliviada, por poco tiempo, y para sus respectivos partidarios, por la victoria de uno u otro.

A quien, fuera de EEUU, no le consuele especialmente la cortesía de Biden, o no le provoque especial rechazo la grosería de Trump, y tampoco opte por la agenda ideológica de uno de ellos (por no hablar de que tenga intereses laborales o de negocio en los sectores a los que uno u otro favorecerá) el resultado le va a parecer un poco irrelevante ya que, en cualquier caso:

1) seguirá la guerra fría con China;

2) continuarán, o incluso se incrementarán, las dificultades económicas durante un tiempo,

3) se las combatirá con las armas fiscales y monetarias usadas hasta ahora,

y 4) se acelerarán los saltos de la productividad que serán la base para la prosperidad futura, en la siguiente fase económica expansiva de largo plazo. También con cualquiera de los dos llegarán las vacunas contra el coronavirus y los test de saliva, baratos y realizables con frecuencia, que ayudarán a contener la pandemia.

Mejora de la productividad, test fáciles y baratos, además de las vacunas, son los destellos, ya visibles entre la bruma actual, que alientan la esperanza. Cuanto antes lleguen, mejor.