Américo Amorim, conocido como el 'rey del corcho' en Portugal

Américo Amorim, conocido como el 'rey del corcho' en Portugal Reuters

Empresas El rey del corcho de Portugal

Muere Américo Amorim, el Amancio Ortega de Portugal

Conocido como el “rey del corcho”, era el único portugués que figuraba en el ranking de los más ricos del mundo, con una fortuna superior a los 4.000 millones de euros.

14 julio, 2017 03:26
Lisboa

Si alguna vez has abierto una botella de vino, es probable que la corteza extraída por tu sacacorchos haya sido producida por Américo Amorim.

Durante sus 83 años de vida el empresario portugués –que falleció la tarde del jueves en Oporto tras pasar varios meses retirado por problemas cardíacos– creó y expandió un impresionante imperio del corcho, no sólo haciéndose con el control de la producción nacional del país vecino, sino también de gran parte del mercado global de este tejido vegetal.

Como Amancio Ortega en España, Amorim era reconocido por los portugueses por ser un ejemplo claro de un “self-made man”, que pasó de sus orígenes modestos para convertirse en el único representante luso en el ranking de las personas más ricas del mundo.

Preguntado sobre el secreto de su éxito empresarial, Amorim aseguraba que no había gran táctica y que sólo era cuestión de trabajo y esfuerzo. “Las empresas no las tienen cualquiera, sólo aquellos que tienen la voluntad y capacidad para crearlas”.
Se le celebraba por definir un particular concepto de “capitalismo democrático”, el del hombre común que casualmente controlaba una gran fortuna, y el propio Amorim le gustaba afirmar que no se consideraba rico. Pese a sus millones de euros, hasta el último momento el hombre más rico de Portugal insistió en definirse como “un simple trabajador” que tuvo “la valentía para no conformarse con lo poco que heredó”.

Fracaso en los estudios, viajante empedernido

Nacido en 1934, Amorim era el quinto de ocho hijos de una familia de la aldea de Mozelos, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Oporto. Como otras muchas familias de Portugal, los Amorim ya vivían del negocio del corcho, y desde 1870 operaban una pequeña empresa dedicada a la producción del tejido en el puerto de Gaia, suministrando este material esencial para la histórica industria vinícola de la zona del Duero portugués.

Por mucho que tuvieran una empresa que ostentaba el apellido familiar, los Amorim no eran ricos, y el propio Américo reconoció en repetidas ocasiones que el entorno en el que creció era más bien humilde, especialmente después del devastador incendio que arrasó con la fábrica de Gaia en 1944.

En su vejez, consolidado como el hombre más rico de Portugal, Amorim recordaba que sólo recibió su primer par de zapatos a los nueve años de edad, los cuales sólo podía utilizar para ir a misa. Mantuvo un carácter frugal a lo largo de su vida; durante la primera mitad de su vida iba y venía de la fábrica de bicicleta, y sólo compró su primer coche –un Volkswagen usado– a los 29 años.

Le fascinaba la geografía, pero la cultura de la época le obligó a estudiar aquello que sería más práctico para el negocio familiar, y por eso el joven Américo cursó un módulo de comercio. Por asombroso que parezca, el hombre que dominaría la economía lusa durante medio siglo casi suspendió el curso, aprobando por los pelos. Con su título en mano, empezó a trabajar junto a sus hermanos en 1952, y durante los próximos años se dedicó a conocer todo lo relacionado con la empresa familiar. Sin embargo, tras pasar gran parte de la década sumido en la empresa familiar, Américo hizo algo inusual y dejó atrás el mundo del corcho y la ciudad de Oporto –todo lo que había conocido hasta ese momento– para perderse por el extranjero.

“Pasé cuatro años y medio fuera de Portugal”, contó el empresario en una entrevista con la revista Visão. “Os sorprenderá ahora, pero me iba en segunda clase, dormía en pensiones de mala muerte, y de esta manera exploré Sudamérica, Europa Central, Asia… Conocí pueblos, formas de pensar y culturas distintas, me adentré en los guetos, me moví entre la gente más desfavorecida”.

“Estudiar es importante, pero el contacto con el mundo, con la diversidad de los continentes, el análisis de los países, de las culturas y de los pueblos, de sus vivencias y valores, hábitos y costumbres… No hay universidad que pueda sustituir ese tipo de educación en directo”.

Construcción –y diversificación– de un imperio

Nuevamente en tierras lusas, y tras heredar el 2,5% de la empresa familiar, Américo decidió participar en la fundación de Corticeira Amorim en 1963. El holding concentraba a todos los negocios del sector, y durante los próximos años –y especialmente tras la Revolución de los Claveles en 1974–, Amorim apostó por la internacionalización del producto, por primera vez viendo el mercado vinícola portugués como una pequeña pieza dentro de un contexto mucho mayor.

A través de ventas a China, India, y países árabes con los cuales Portugal ni siquiera tenía relaciones diplomáticas, Amorim construyó su imperio de corcho. Fue de los primeros empresarios portugueses que viajó a la Unión Soviética, y tras la Perestroika un ex espía rumano alegó que había sido un agente de la KGB debido a su fascinación con el país –acusación que nunca fue corroborada con evidencia–.

Una vez desaparecida la dictadura de Oliveira Salazar, Amorim supo negociar con el Gobierno revolucionario y cooperativas comunistas para mantener su negocio. También supo aprovechar el pánico de competidores, quienes temían la nacionalización de sus bosques de alcornoque en esos tiempos convulsos, para comprar tierras por todo el país por precios absurdamente baratos.

Mientras proseguía su expansión internacional, Américo y su hermano António fueron acumulando acciones del holding, hasta hacerse con el control total de Corticeira Amorim en 1977. Con monopolio virtual sobre el sector, Américo optó por diversificar los negocios familiares.

Se hizo con millares de hectáreas por el Douro y el Alentejo, donde actualmente produce vino, olivos, y ganadería. Participó en la creación tanto del Banco Portugués de Inversiones –recientemente adquirido por CaixaBank– como el Banco Comercial Portugués, que se convertiría en el mayor banco privado del país vecino.

También participó en la fundación del Banco Nacional de Crédito –absorbido por el Popular–, el luso-angolano Banco BIC, y Telecel. Participó en la empresa energética Galp –de la que sigue controlando el 18,4% de las acciones–, como grandes proyectos turísticos en Mozambique. Tras visitar Brasil se fascinó con los paisajes naturales de nordeste del país y desarrolló dos grandes proyectos en Baia y Maraú; uno de ellos es el complejo hotelero más grande de esa zona del país.

De esta manera, Amorim consiguió evitar que las vueltas de la economía global afectaran su fortuna: tanto en tiempos de bonanza como en tiempos de crisis, su imperio resistió.

Una fortuna de 4.000 millones de euros

El llamado “rey del corcho” llegó a acumular una fortuna personal de más de 400 millones de euros, convirtiéndose en el hombre más rico de Portugal a mediados de la década de los 80. En el último ranking de la revista Forbes se conservaba en el puesto 385 de las personas más ricas del mundo, superando a notables como el propio Donald Trump.

Esa fortuna ahora pasa a sus herederas, Paula, Marta y Luísa, que también lideran el holding empresarial. Desde que empeoró la salud del padre el año pasado, las hermanas han asumido sus responsabilidades en las distintas empresas que forman parte del imperio familiar.

Además de su cuantiosa fortuna, el empresario muere con un sinfín de reconocimientos oficiales del Estado por su servicios a la nación portuguesa, desde la Orden Civil del Mérito Agrícola e Industrial, hasta la Gran Cruz de la Orden del Infante Don Henrique, máxima distinción civil del país vecino. Todo un logro para un hombre que surgió de una pequeña aldea del norte, sin apenas un par de zapatos para llevar en su camino al dominio empresarial.