Por más que quiero acabar ya con la (nada original) figura del castillo de naipes financiero que representa la inteligencia artificial, el destino parece empeñado en no darme tregua. Primero diseccioné las interdependencias entre los colosos de la IA (OpenAI, Oracle, Microsoft, AWS, Nvidia…) que nos llevan a una circularidad económica más allá del clásico fraude piramidal. Después, hice lo propio con la endeble arquitectura material de la cadena de suministro que posibilita las infraestructuras que subyacen a los algoritmos.

Eran dos capas de un mismo palimpsesto donde deuda se fusiona con contratos de ida y vuelta; con chips y expectativas de difícil cumplimiento entrelazándose de manera tan improbable que basta con que un eslabón se doble para que todo el conjunto tiemble.

Empero, faltaba otro piso en este particular castillo de naipes: el bursátil. Porque el movimiento que prepara Anthropic para una posible salida a Bolsa en 2026 -y los rumores, siempre oportunos, sobre un movimiento similar de OpenAI- son el epítome de una época en la que las valoraciones han dejado de obedecer a los flujos de caja para plegarse a la grandilocuencia y las promesas cuasidistópicas de algunos líderes empresariales.

Lo que ya sabemos: Anthropic ha contratado a la firma Wilson Sonsini Goodrich & Rosati para asesorarla en una eventual llegada a los parqués, según han publicado varios medios económicos en EEUU esta semana. La compañía ha respondido que el proceso es meramente exploratorio y que no hay ni decisión ni calendario en firme, pero en los mentideros está clara la fecha del próximo año y se sitúa su valoración entre 300.000 y 350.000 millones de dólares.

Hablamos de una firma que declara apenas 300.000 clientes empresariales de su familia de modelos Claude y cuya aspiración oficial es alcanzar “decenas de miles de millones” de ingresos anuales. Así de concreto y específico, nótese la ironía. Pero la lógica financiera hace tiempo que ya no acompaña en estas lides.

Sigamos adelante con los interrogantes financieros: antes incluso de salir a Bolsa, Anthropic ha anunciado un plan de inversión de 50.000 millones de dólares en infraestructuras de computación en Estados Unidos, con nuevos centros de datos en Texas y Nueva York que empezarán a operar a partir del próximo curso junto a Fluidstack.

Además, ya ha quemado de lo lindo las rondas de financiación en el pasado y, de hecho, su control ya está en manos de algunos de los sospechosos habituales. Google controla alrededor del 14% de Anthropic tras invertir más de 3.000 millones de dólares, Amazon la respalda desde AWS y tanto Microsoft como Nvidia han decidido entrar también en el accionariado, estudiando incluso nuevas fórmulas -como bonos convertibles- para elevar esa exposición.

Y con estos mimbres, saldrá a los parqués, y no son pocos los que sospechan que puede convertirse en el primer gran fiasco de esta revolución digital. Y me incluyo entre ellos. Quizás sea ya un sesgo invencible tras tantos discursos y promesas incumplidas. Quizás sea mi recelo gallego a la palabrería que sigue sin sustentarse con ingresos en el banco. O porque mis conversaciones con los CIO me demuestran que todavía estamos lejos de que la IA sea rentable para sus proveedores y que, incluso llegado el caso, los creadores de los LLM son el escalón menos relevante (y rentable) de la implementación corporativa de la inteligencia artificial.

Además, mis dudas tienen mucho que ver con los paralelismos que encontramos entre Anthropic y su gran competidor, OpenAI. La enseña de Sam Altman estaría valorada en el entorno de los 500.000 millones tras su gigantesca venta secundaria y es, a día de hoy, la startup privada más valiosa del planeta.

Y, como no podía ser de otro modo, OpenAI está explorando a su vez escenarios de salida a Bolsa en un futuro próximo, si bien sus portavoces insistan en que no figura entre sus prioridades inmediatas. Pero, entre bambalinas, se suceden señales difícilmente desligables de una pre-OPV: sea su reestructuración societaria mediante OpenAI Group y la OpenAI Foundation, sea una relativa mayor transparencia financiera ante determinados inversores, o sea la clarificación de su relación con su antaño ‘protector’ Microsoft junto a la diversificación de sus relaciones comerciales.

A ese telón de fondo debemos añadir el “código rojo” declarado por Sam Altman esta semana. En un documento interno, el CEO de OpenAI priorizaba la mejora de ChatGPT en velocidad, fiabilidad y personalización, aparcando líneas de negocio como los agentes de compra, la salud o la publicidad. La lectura inmediata es un miedo atroz a la creciente (y muy potente) competencia de Gemini 3 o la propia Anthropic, pero eso sería como leer un libro sin ponernos las gafas de cerca.

Oficialmente, esta llamada de atención nada tiene que ver con una salida a Bolsa. Pero, oficiosamente, forma parte de la misma coreografía: reforzar el producto estrella, sostener la narrativa de liderazgo y apuntalar las proyecciones internas de alcanzar 200.000 millones de ingresos en 2030, cifra que resulta indispensable (e improbable) para justificar las valoraciones que hoy se manejan en el mercado privado.

Hablemos a pecho descubierto: todo este ecosistema late al compás de un riesgo evidente de exuberancia. La mera idea de que dos compañías aún deficitarias -una valorada en 350.000 millones, la otra en 500.000 millones- estén preparando el terreno para operaciones de salida a Bolsa que podrían convertirse en las mayores de la historia es sintomática de un ciclo expansionista que tiene dos (y sólo dos) posibles salidas: la consolidación de una nueva y absolutamente distinta era… o el pinchazo de una burbuja desmesurada antes de consolidar los beneficios reales de la IA.