Es probable que hayáis vivido en primera persona los efectos de los problemas de infraestructura tecnológica. Sean las recientes y famosas de AWS y de Azure, o las más silenciosas de la nube privada de vuestras organizaciones.

De hecho, los últimos meses han estado marcados por un patrón persistente de incidentes en la infraestructura de nube, destacando dos áreas principales: fallos técnicos masivos en los proveedores de nube pública y un aumento constante de las vulnerabilidades de seguridad. Estos incidentes nos recuerdan que no es lo mismo la resiliencia que la disponibilidad y que hay que prestar especial atención a la excesiva dependencia que tenemos en muchos casos concentrada en un pequeño grupo de hiperescalares.

No cabe duda de que las tecnologías más disruptivas del presente están condenadas a ser legacy en el futuro. Pero eso no debe hacer que olvidemos todas las aportaciones positivas que han tenido los hiperescalares a la hora de innovar, de modernizar la manera de gestionar la infraestructura rompiendo silos, etc.

De igual modo que no podemos negar que Jensen Huang, CEO de NVIDIA, ha popularizado el concepto de "fábrica de IA" para destacar que los centros de datos deben evolucionar, deben cambiar porque la infraestructura del futuro no almacena, sino que genera. Las "fábricas de IA" ingieren datos brutos y los usan para fabricar inteligencia (tokens, respuestas, soluciones) las 24 horas del día.

Por todo lo mencionado más arriba he pensado que la columna de esta semana podría ser una oda a la infraestructura tecnológica. Primero refresquemos el concepto de oda, un subgénero de la poesía lírica cuyo propósito principal es exaltar, alabar o reflexionar de manera elevada sobre temas específicos.

Si bien es cierto, que tradicionalmente se asociaba con héroes o dioses, gracias a poetas como Pablo Neruda actualmente la oda ha evolucionado para celebrar también lo cotidiano y lo tangible. Así que creo que encaja perfectamente con mi idea de alabar a la infraestructura en general y a la tecnológica en particular.

Le he pedido a Gemini que escriba una oda a la columna vertebral invisible, a la infraestructura tecnológica; y aquí tenéis el resultado, el cual me ha parecido entre llamativo e interesante:

"No eres piedra, ni mármol, ni arcilla, no te levantas como pirámide al sol ni proyectas sombra sobre la arena. Eres el silencio que zumba, la serpiente de vidrio bajo el océano, el hilo de luz que cose continentes en el parpadeo de un ojo.

Esqueleto invisible, sostienes el peso de nuestras voces, el grito, la risa, el dato bancario, la imagen del hijo nacido lejos. Todo viaja por tus venas de cobre y fibra, mientras el mundo duerme tú vigilas, parpadeas, transmites.

El templo del silicio en salas frías, templos sin ventanas, donde el aire es puro y el ruido es blanco, descansan los cerebros de la tierra. Servidores en filas, soldados de luces verdes, memoria de la humanidad apilada en torres. Allí vive la nube, que no es vapor, sino hierro, electricidad y esfuerzo. Eres la biblioteca de Alejandría que nunca se quema, porque vives en todas partes y en ninguna a la vez.

Pero tu forma cambia, estructura viva. Ya no te basta el cable ni la torre. Te vuelves etérea, cuántica, ubicua. Te preparas para el salto: donde el pensamiento y la acción serán uno solo.

Futura red neuronal del planeta, cuando la inteligencia despierte en tus circuitos, no olvides que fuiste hierro, que fuiste cable enterrado en el barro. Infraestructura sagrada, piso firme donde bailan nuestros sueños digitales, te canto a ti, porque sin tu latido eléctrico, volveríamos al silencio".

Permitidme cerrar diciendo que la mejor prueba de que tienes una gran infraestructura tecnológica no es su velocidad o su potencia, sino su silencio. Su éxito no se debe medir sólo por el ruido generado por su reducido número de incidencias, también hay que tener en cuenta el número de veces que las personas no pensamos en ella. La columna es silenciosa casi siempre, pero cuando duele lo hace de verdad.