No hace tanto estábamos los periodistas discutiendo si el Congreso de los Diputados debía retirar la credencial de prensa a determinados activistas y agitadores travestidos de informadores. En el mes de julio se aprobó una reforma del reglamento para impedir que los instigadores del odio se movieran a su antojo por la sede de soberanía popular difundiendo bulos, algunos de ellos con contenido racista, machista y xenófobo.

Para aquellos medios cómplices que han visto en esta decisión un falso recorte de la libertad de expresión e información, valga decir que estos aprendices de provocadores jamás debieron obtener la credencial de acceso. Y retirársela no hace más que restablecer el mínimo respeto a las buenas prácticas periodísticas y el decoro profesional exigible en una institución como el Congreso de los Diputados. Marionetas del poder al margen.

Desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el asedio a la libertad de prensa en EEUU es constante, con insultos y amenazas constantes y en directo. Además, Trump pretende que las credenciales y visados para corresponsales extranjeros se revisen cada seis meses. Parecido se pretende con los permisos para científicos. El siguiente paso, el más obvio, es la autocensura. Tanto la de los informadores, como la de los investigadores, cuya libertad para escoger sus caminos son imprescindibles para el avance y el progreso.

Algo parecido se persigue en el Pentágono, un claro centro de información sensible, donde hemos asistido a una rebelión casi general de medios de comunicación, incluidos los afines a Trump, que se han negado a acatar las nuevas normas que se pretenden imponer. El propósito es prohibir a los periodistas publicar cualquier material que no haya sido aprobado por funcionarios gubernamentales. Es decir, la censura previa de contenidos.

El cambio de política del Pentágono representa un avance sin precedentes en la ofensiva contra la prensa y un cambio histórico respecto de las políticas de gobiernos democráticos. Concretamente en EEUU, que abre camino y sirve de guía a otros. Los ataques al periodismo, como a la ciencia libre, deben ser considerados un problema de seguridad nacional porque todo lo que socave la libertad de prensa socava la seguridad nacional. Y el progreso.

Decenas de medios de comunicación han anunciado que no firmarán la política del Pentágono. Fox, Newsmax y el Daily Caller, todos medios conservadores, también la rechazan. Y sus periodistas han entregado sus acreditaciones de prensa en lugar de aceptar la nueva política. Lo que básicamente se está diciendo es que si publicas algo que no esté en el comunicado de prensa, que no sea la declaración oficial del Pentágono, podrás ser considerado responsable. Objetivo: un control absoluto sobre la prensa libre.

No es inusual que un gobierno considere a la prensa como un adversario . El salto cualitativo es que se aplique estrategia de tierra quemada. Lo incierto es el impacto que podrá tener porque la Casa Blanca rara vez ha tenido éxito en sus esfuerzos por censurar los medios de comunicación. Hasta ahora, los tribunales han ido levantando diques para preservar el ámbito de una prensa adversaria como algo esencial para la democracia. Ni en el apogeo de la guerra de Vietnam se permitió que el Gobierno impidiera que The New York Times publicara documentos filtrados que detallaban la participación estadounidense en el conflicto. A pesar de su carácter sensible.

En el ámbito académico, el movimiento "Stand Up for Science", organizado en Estados Unidos para defender la libertad, ha tenido sus replicas, por ejemplo, en Francia. El objetivo, cortar los ataques contra los científicos y la investigación científica, que se han intensificado hasta convertirse en un ataque sistemático, equivalente a un golpe de Estado contra la ciencia.

Aunque Donald Trump suele ser retratado como errático (cuando no veleta), sus políticas en este han seguido una trayectoria consistente. Ha declarado la "guerra" a la formulación de políticas nacionales basadas en la evidencia y a la diplomacia científica en asuntos exteriores, como lo demuestran varias de sus primeras acciones. Si bien la administración Trump no es la única fuerza que socava el mundo académico a nivel mundial, sus acciones son impactantes al provenir de la principal superpotencia científica del mundo .

Ninguna de las dos principales superpotencias científicas del mundo —Washington y Pekín— está en condiciones de defender la libertad académica. China, tras haber fracasado en su intento de consolidar una tradición constitucional liberal y la independencia académica desde la década de 1920, restringe la libertad académica a los límites de un régimen unipartidista.

Y atrapados entre estos gigantes científicos rivales —tanto socios como competidores—, la «vieja» Europa y los países afines siguen siendo los únicos actores capaces de establecer nuevos estándares para la libertad académica. Un paso decisivo hacia su protección legal sería el reconocimiento formal por parte de los Comités Nobel para la Paz y la Ciencia del papel fundamental de la libertad académica, tanto para garantizar la excelencia científica como para ser un pilar de las sociedades libres y democráticas.

La libertad académica en la Unión Europea se mantiene relativamente alta en comparación con el resto del mundo. Sin embargo, nueve Estados miembros de la UE se sitúan por debajo de la media regional, y en ocho de ellos ha disminuido en la última década, lo que indica una erosión gradual de este valor fundamental. Hungría ocupa el último puesto entre los países de la UE, situándose entre el 20% y el 30% inferior a nivel mundial.

La libertad de expresión, pilar fundamental de la libertad académica, se ha consolidado como un derecho humano desde hace mucho tiempo, superando siglos de censura y control autoritario. En cambio, la libertad académica es un principio más reciente que otorga a los académicos, reconocidos por sus pares, el derecho y la responsabilidad de investigar y enseñar libremente en la búsqueda del conocimiento. Al igual que la libertad de prensa para los periodistas, es un derecho concedido a unos pocos en beneficio de todos. No es, por tanto, un simple asunto de credenciales.