Con el inicio del curso escolar vuelve la compra de libros, las tutorías y muchas otras tradiciones post verano relacionadas con la progresiva puesta en marcha de los centros educativos. Muchas veces me pregunto si es preferible usar el formato antiguo -el analógico-, el digital o una combinación de ambos.

Personalmente, creo que lo mejor es combinar ambas opciones puesto que, al fin y al cabo vivimos en un mundo híbrido. Es más, observando a países pioneros en todos estos temas, vemos cómo algunos de ellos están reculando respecto al modelo 100% digital porque tiene efectos no deseados.

En las reuniones de padres también observo que todos tenemos nuestros sesgos y nuestras limitaciones. En mi caso, llamándose esta columna "Transición Verde y Digital" está claro cuáles son los míos. Lógicamente, hay muchas casuísticas más; pero me fijo en que hay una parte de padres y madres que están bastante en contra del uso de la tecnología en las escuelas.

Me pregunto si se debe a los miedos asociados al desconocimiento, a pensar que el modelo educativo de antes era mejor, al analfabetismo tecnológico que todavía impera en algunos entornos… o, simplemente, a que son conscientes de todos los riesgos existentes. Sean cuáles sean las razones, siempre he pensado que la tecnología es neutra, no es ni buena, ni mala, todo depende del uso que se le dé.

Otro tema recurrente es el acceso a dispositivos móviles, a pantallas: que cuál es la edad más adecuada, que si es preferible que no tengan ningún dispositivo (como si eso evitara que accedan a contenidos varios desde dispositivos de amigos y amigas), que si es mejor que tengan acceso limitado y aprendan a autocontrolarse (cosa complicada, pero no imposible).

Sin olvidar el tan manido, los grandes directivos de Silicon Valley no dejan que sus hijos tengan dispositivos hasta tal edad. Afirmación que no está demostrada, aunque podría tener su lógica porque son conscientes del poder adictivo de las redes sociales y de los videojuegos, sin mencionar los contenidos ilícitos.

Como decía, no hay evidencias de que estas afirmaciones sean ciertas, pero sí que las hay de que existe una brecha digital educativa: los niños de familias pobres están más expuestos a pantallas, mientras que los de familias ricas acceden a entornos que promueven la lectura y restringen el uso de móviles. Esta sobreexposición digital se asocia con menores niveles de comprensión lectora, velocidad de procesamiento y habilidades lingüísticas, lo que afecta directamente a su desarrollo cognitivo.

En algunos sitios se ha bautizado a este fenómeno como obesidad cognitiva, en otros como obesidad digital. La razón es bastante evidente, el consumo excesivo de contenido digital tiene efectos nocivos como la comida ultraprocesada, pero a veces es la alternativa más viable por ser accesible para todos, independientemente del nivel de renta de cada familia. Lo que la gente no ve es que es adictiva y difícil de resistir; o, tal vez, sí lo ve, pero no puede permitirse otras alternativas.

Al principio he dicho que creo en un modelo híbrido, en el que los dispositivos móviles sean parte de la ecuación, al igual que los libros físicos, los juegos, el deporte y la interacción humana. Pero es evidente que tengo un sesgo que hacía que no me diese cuenta de que a veces estos dispositivos son una especie de niñera de bajo coste económico, accesible para la mayoría de la población.

El problema es que la desigualdad no es solo económica; la brecha digital no es solo tecnológica, es cognitiva y emocional. Los estudios demuestran que los niños de familias con mayor poder adquisitivo aprenden a usar la tecnología como herramienta, mientras que los de menor nivel de renta la consumen como entretenimiento.

¿Estamos creando un nuevo techo de cristal? De entrada da la impresión de que esto perpetúa la desigualdad: quien tiene libros y límites, desarrolla pensamiento crítico; quien tiene pantallas sin guía, desarrolla dependencia y dispersión.

Dejo para otra columna de opinión el impacto de los contenidos ilícitos, del porno y de las fakenews. Ya sabéis que son temas que me preocupan porque afectan al desarrollo cognitivo y emocional de todos los niños y niñas.

El porno a edades tempranas distorsiona la percepción del cuerpo, la intimidad y las relaciones humanas. Las fakenews, la desinformación, genera confusión, miedo o creencias erróneas, especialmente si no hay adultos que ayuden a filtrar. En este mundo híbrido, tenemos que encontrar la manera de dotar a los niños y niñas de autonomía digital, deben aprender a controlarse.

Acabaré con una frase que me ha dicho una IA, "Internet es como una ciudad enorme. Si un niño entra solo, puede acabar en una biblioteca… o en un callejón oscuro. La vulnerabilidad digital es dejarlo sin mapa, sin linterna y sin compañía".