Una de las cosas que aprendí de mi paso por la política de alto nivel es que lo más cómodo para un gobierno que tiene que dialogar y negociar con un sector es que dicho sector esté atomizado. Vamos que si un ministro o un secretario de estado tiene que convocar 20 reuniones sobre un mismo asunto con 20 organizaciones está encantado de la vida. Sabe que cada uno le sacará sus asuntos, pero ninguno le va a dar una visión completa de la complejidad del problema.
Ahí, el gobernante con habilidad negociadora y ciertos trucos trileros, puede encontrar un mínimo común denominador que sea poco costoso para su posición política, y al mismo tiempo no deje a nadie muy descontento (tampoco contento, claro está). En cambio, si se presenta una delegación que representa a todos los agentes del sector, y además acude con informes y datos sesudos, la situación gira dramáticamente y la negociación se vuelve automáticamente más pareja.
Si miramos a Francia —país al que el ecosistema español no mira en demasía y que, sin embargo, siempre he creído que debería ser más referente para nosotros que Silicon Valley, Israel o Reino Unido— la organización la French Tech tiene un poder de negociación que ya nos gustaría por estos lares.
Por todo eso, cuando estábamos negociando la ley de Startups, quien esto escribe era muy insistente en que todos los agentes representativos del ecosistema debíamos acudir unidos a negociarla, sabiendo que al otro lado de la mesa las cosas se ven como he descrito anteriormente.
Ahora que ya tenemos ley de startups desde hace casi tres años y que ha emergido una nueva línea de trabajo en la UE con motivo del plan “Choose Europe to Start and Scale" de la Comisaria Ekaterina Zaharieva, se echa de menos una voz unificada y transversal del sector en nuestro país. Comprendo que cada organización, cada compañía, cada emprendedor o cada inversor tiene su opinión, sus matices, su propio prisma y trata de hacerlos valer.
Pero sin una visión conjunta (y pactada) es difícil conseguir resultados positivos. El trabajo de incidencia política tiene sus reglas y sus propias normas. Y una de ellas es que exige tener claros cuáles son los consensos y disensos en el propio ecosistema sobre lo que hay que hacer en materia de políticas públicas, y trasladarlo de manera fielmente representativa al decisor.
Planteadas así las cosas surgen inmediatamente una serie de interrogantes:
¿Quién tiene una visión holística y omnicomprensiva del actual estado del ecosistema de emprendimiento innovador en nuestro país?;
¿Quién decide cuáles son las prioridades en el ecosistema?
¿Qué persona física o jurídica puede hablar hoy en día en nombre de todo el ecosistema español de forma que esa voz tenga no solo reconocimiento profesional, sino también legitimidad en la representación del conjunto?
¿Cuántas startups se están creando?¿Cuántos empleos? ¿Qué impacto socioeconómico están teniendo en las ciudades y regiones?
¿Alguien ha hecho un análisis riguroso con números y datos del impacto de la ley de startups en el ecosistema?
¿Quién elabora de manera recurrente y con la misma metodología informes cuantitativos y cualitativos sobre el estado actual del ecosistema, al tiempo que publica de forma transparente dicha metodología?
Me temo que si somos realmente sinceros y no nos hacemos trampas al solitario, las respuestas a estas preguntas no son nada positivas para los intereses presentes y futuros del ecosistema en su conjunto. Sin responder bien a esas preguntas no se pueden articular propuestas de presente y futuro.
El trabajo de algunas organizaciones que siguen haciendo esta labor de incidencia (no les resto valor alguno) siempre será parcial y me temo que insuficiente para impulsar cómo se merece el ecosistema. Necesitamos una visión diferente orientada a maximizar el valor del común: los intereses generales de todo el ecosistema.
Si hubiéramos dispuesto de una herramienta u organización así orientada, estoy convencido de que el Foro de Empresas Emergentes que se ha constituido hace escasos meses con un retraso de más de dos años desde que se incluyó en la Ley de Startups hubiera sido otro. El gobierno, como dije en otra tribuna en este mismo medio, ha creado un Senado romano y ante la atomización y la dispersión de los agentes no se ha complicado la vida.
Siempre dije, y lo mantengo, que España no debería mirar a ningún ecosistema nada más que para coger apuntes. Tiene que desarrollar su propio modelo de Startup Nation, porque cada país tiene sus propias singularidades económicas, fiscales, sociales y de todo tipo. Y por ello urge construir estructuras coordinadoras que generen conocimiento riguroso y de calidad, recojan el sentir de las diferentes sensibilidades de los ecosistemas locales y regionales, y eleven ante gobiernos estatales e instituciones europeas una voz única que debe integrar mejor lo que somos.
En este sentido, y si miramos hacia el país vecino, hay que tener claro que España no es un país centralista como Francia. Por el contrario la propia estructura territorial de nuestro estado nos obliga a repensar la forma de construir, dialogar, aprender, consensuar y conseguir mejoras para todo el sector, es decir, para el conjunto de ecosistemas locales y regionales.
Debe hacerse en torno a la aceptación del marco autonómico cuasi-federal en el que se coordinan e impulsan las políticas públicas en nuestro país. Sí, el concepto clave aquí es federalizar. Que no consiste en separar, sino en integrar. Tendremos tiempo de desarrollar la idea. Algunos no estamos conformes con la realidad presente y vamos a trabajar para impulsar estos nuevos espacios que no existen todavía.
Internacionalización de startups
La otra cuestión sobre la que quiero pronunciarme en esta tribuna es una sobre la que aprendí trabajando y dialogando con gente del ecosistema. Tiene que ver con el territorio hacia el que se internacionalizan nuestras startups y nuestras compañías. Y también de cómo podemos reforzar con inversiones y talento extranjero nuestro país.
Normalmente, el ecosistema español mira mucho a la meca de este mundo que está en Estados Unidos, y parcialmente a Europa o a Asia. Pero me sigue sorprendiendo cómo los grandes mercados latinoamericanos son los grandes olvidados para la mayoría de los profesionales del emprendimiento español. Y al revés, también.
Hablando con asociaciones latinoamericanas nunca terminé de entender por qué las startups de allá miran casi exclusivamente a su gran vecino del norte, y sin embargo obvian en su mayoría la posibilidad de utilizar los países ibéricos (España y Portugal) como gran puerta de entrada a Europa.
Alguien dirá que esto es fácil de explicar: básicamente, los grandes fondos de capital y la meca del emprendimiento está en Estados Unidos, los modelos más exitosos proceden de allá. Y sin embargo creo que estamos perdiendo una gran oportunidad de construir un exitoso espacio iberoamericano de emprendimiento innovador utilizando una herramienta capital: nuestra lengua y nuestra cultura que son comunes. No se me ocurre mejor propuesta de valor y mejor herramienta de softlanding.
Es verdad que existen algunos proyectos que intentan algo parecido por parte de compañías, empresas de eventos y algunas figuras relativamente conocidas del sector, pero creo que están excesivamente enfocadas —no lo critico, entiéndase lo que quiero decir—, a sacar adelante las cuentas de ciertos modelos de negocio, y la idea de ese viaje de ida y vuelta es más un argumento de marketing. Así las cosas, falta un proyecto que trabaje desde una visión mucho más amplia y con más amplitud de miras en esa dirección.
No soy tan ingenuo como para pensar que por hablar las mismas lenguas (español y portugués) todo está hecho. Hay innumerables barreras y problemas que resolver para que un proyecto de esta naturaleza eche a andar y tenga recorrido fructífero. Pero, ¿por qué no se puede intentar? Eso sí, articulándolo desde organizaciones que trabajen en esta clave. No se trata de montar una empresa. Se trata de unir ecosistemas. El concepto clave aquí en este caso (de nuevo) es el procomún.
Nuestro país fue hace tiempo un gran impulsor de la creación e impulso de espacios iberoamericanos en materia social y económica. Soy consciente que eso que se llama Agenda Iberoamericana está de capa caída, con las tradicionales Cumbres Iberoamericanas languideciendo ante la falta de contenidos reales y liderazgos acordes a los nuevos desafíos.
Pero no se me ocurre mejor asunto para revalorizar estos espacios institucionales y económicos que convocar al acervo iberoamericano en torno a la idea del emprendimiento innovador como nuevo puente entre América e Iberia. Una histórica tarea junto a un moderno driver.
Sería largo de explicar, pero por dar alguna pincelada, considero que hay tres grandes argumentos de peso para trabajar decididamente en pos de esta idea:
El primero, que la cooperación iberoamericana en emprendimiento representa una ventaja competitiva estructural que puede aprovechar las fortalezas diferenciadas de cada región. España y Portugal ofrecen acceso privilegiado al mercado único europeo de 480 millones de habitantes y un marco regulatorio estable respaldado por el BCE, mientras que América Latina aporta un mercado emergente de más de 650 millones de habitantes con 58 unicornios activos y un ecosistema emprendedor que se ha multiplicado por 32 en la última década.
El segundo, la transferencia bidireccional de talento y acceso complementario a ecosistemas de financiación. Hay algún programa exitoso como el España-Latam Scale Up de ICEX, BID y Endeavor; o el Programa Puente de Talentos de Madrid; o el menos conocido por tierras ibéricas pero importantísimo Grupo de Ecosistemas Inteligentes de América Latina (GEIAL) que está midiendo y estudiando el progreso de los ecosistemas locales y regionales en la región, y que deberían replicarse y multiplicarse.
El tercero, la alineación con los marcos institucionales supranacionales y el aprovechamiento de la infraestructura diplomática existente. Desde las estrategias iberoamericanas de innovación que lleva a cabo la Secretaría General de Iberoamérica (SEGIB), pasando por el trabajo de la Federación de Jóvenes Empresarios, las antes citadas Cumbres Iberoamericanas, y también los programas de inversión del BID, el CAF y otros organismos suprarregionales de financiación, existe una tupida red que puede apoyar y acompañar un proyecto de mirada larga y gran impacto.
A diferencia de los proyectos específicos de empresas individuales, una visión procomún aprovecharía las economías de escala, reduciría los costes de transacción y crearía efectos de red que beneficiarían a todos los ecosistemas a ambos lados del Atlántico. La infraestructura institucional existe, lo que falta es la coordinación estratégica a nivel de asociaciones allá y acá, para capitalizar estas sinergias estructurales de manera sistemática y sostenible.
¿Alguien está interesado en arremangarse para crear este nuevo puente exitoso y duradero entre estos ecosistemas hermanados mucho más allá de lo que somos conscientes?