Hace un tiempo que la transición dual, verde y digital, es cuestionada. El acrónimo ESG ha sido tan perseguido que en muchos círculos ya ni se menciona, independientemente de que sus organizaciones sigan invirtiendo para frenar el evidente cambio climático o no.

La pregunta podría ser si estamos realmente ante una revolución estructural imprescindible para nuestro futuro (el del planeta y el de sus habitantes) o simplemente se trata de otro término que se puso de moda en el mundo corporativo y que poco a poco ha ido siendo devorado por sus detractores y, tal vez, por la realidad.

Una realidad que, viendo cómo va la evolución de la intención de voto en muchos países del mundo "civilizado", podría significar que lo único que importa es el cortoplacismo y los extremismos.

No tengo la respuesta a qué nos deparará el futuro, pero para intentar responder a la pregunta conviene explorar el potencial tecnológico que impulsa la transición dual y los retos estructurales que enfrenta.

Es evidente que hay una serie de tecnologías que son fundamentales para que la transición verde y dual sea posible. No estoy pensando sólo en la tan cacareada IA, también pienso en algunas menos "cool" aunque muy útiles como el internet de las cosas (IoT) o el big data, por ejemplo. Tecnologías que no solo permiten optimizar procesos industriales, sino que también abren nuevas posibilidades para integrar la sostenibilidad en el día a día, de tal manera que la visión se convierta en realidad.

Por ejemplo, los dispositivos inteligentes conectados a través de IoT pueden monitorizar el consumo energético en tiempo real, detectar fugas o ineficiencias, y ajustar automáticamente los sistemas para reducir el impacto ambiental. En el ámbito doméstico, esto se traduce en hogares más eficientes; en el industrial, en fábricas más limpias y resilientes.

Que diga que se abusa de las palabras Inteligencia Artificial (IA), no significa que en muchos casos pueda tener aplicaciones reales y con impacto. Todos podemos imaginar modelos que analicen grandes volúmenes de datos para anticipar patrones de consumo o prever fallos en infraestructuras críticas. La cuestión es cómo se definen estos proyectos para que no sean un fracaso y cómo lo hacemos para que se conviertan en una ventaja competitiva para Europa.

Me parece interesante el enfoque del World Economic Forum (WEF) planteando que en el viejo continente debemos aplicar la IA a cada industria de manera específica. Es probable que vayamos tarde si nos enfocamos en desarrollar modelos genéricos, pero igual estamos a tiempo de adaptar la IA a las necesidades de las distintas industrias en las que somos más fuertes.

Cabe recordar que después de servicios, la industria es la segunda más importante para Europa (representa alrededor del 25% del PIB europeo) y que dentro de la misma se cuentan sectores clave como la industria automotriz, la química, la farmacéutica o la de maquinaria y equipos.

Teniendo en cuenta su importancia, el empleo y la riqueza que generan, el WEF estima que la IA podría añadir hasta 15,7 billones de dólares a la economía global para 2030, casi la mitad gracias a mejoras en productividad y que en Europa el potencial de crecimiento es enorme si se lidera la transformación en lugar de seguirla.

El problema reside, como en tantas ocasiones, en que se estima que como máximo el 20% de las organizaciones europeas usan IA en operaciones diarias. Para revertir esto, el WEF propone un cambio de enfoque en el que se use la IA como herramienta de negocio integrada. Aplicándola en toda la cadena de valor: desde el diseño hasta la entrega, priorizando soluciones que resuelvan problemas concretos (mantenimiento predictivo, control de calidad, eficiencia energética); y desarrollando talento y confianza para escalar la adopción más allá de los pilotos.

En resumen, la transición dual sigue siendo una promesa poderosa, aunque no debemos olvidar que no es solo digital y verde, es humana. Que llegue a buen puerto depende de nuestra capacidad para convertir la visión en una realidad que tenga impacto.

La tecnología está lista para jugar un papel crucial si la usamos adecuadamente, pero la visión no se convertirá en realidad si no aceleramos, si no remamos todos en la misma dirección y conseguimos que la voluntad política, la inversión estratégica, los objetivos sociales y ambientales vayan de la mano.