Rafael Tamames, fundador de Vivid Vision.
Hay una verdad cada vez más evidente en el mundo empresarial español: innovar ya no es una opción, es la condición para seguir respirando. La innovación se ha convertido en esa pieza clave que toda corporación —grande o pequeña— necesita para afrontar un día a día cada vez más exigente.
Y, sin embargo, lo que debería ser una palanca de crecimiento se transforma, demasiadas veces, en una fuente de frustración. ¿Por qué? Porque muchas empresas medianas y grandes se ven atrapadas en estructuras tan rígidas como muros medievales, incapaces de adaptarse a la velocidad que el mercado exige. El resultado es previsible: equipos ahogados en burocracia, millones invertidos en proyectos digitales sin retorno, y una desconexión cada vez más profunda entre el mundo corporativo y el universo emprendedor.
No es un fenómeno exclusivo de España. Pero aquí adopta formas especialmente rígidas. Nuestras empresas medianas y grandes, muchas de ellas con profundo arraigo local, siguen buscando el cómo para experimentar, colaborar o acelerar nuevas ideas… y no siempre lo encuentran. Mientras tanto, las startups viven en otro campo de batalla: escalar sin recursos, atraer talento y sobrevivir a rondas de financiación cada vez más exigentes. Son dos mundos que se miran de lejos, pero que raramente se tocan.
Aquí es donde entra en juego una figura que empieza a ganar terreno: el venture studio. También conocidos como startup studios o estudios de emprendimiento, funcionan como plataformas híbridas donde se diseñan, lanzan y validan nuevos negocios desde cero. Pero con una lógica distinta a la de los fondos de capital riesgo o las aceleradoras tradicionales.
A diferencia de estos últimos, el venture studio no se limita a apostar dinero o a acompañar proyectos externos. Es un creador activo. Parte de retos concretos del mercado, aporta metodología y se mete hasta el fondo en la ejecución. No se trata de “buscar la próxima gran promesa”, sino de construir soluciones desde el inicio, perfectamente alineadas con las necesidades reales de las empresas. Es la antítesis del PowerPoint vacío: aquí se trata de llevar ideas al mercado en meses —a veces en semanas— y de comprobar rápido si vuelan o se estrellan.
Pero conviene aclarar algo. No todos los venture studios existen para fundar startups. El término ha evolucionado. Hoy también engloba modelos más orientados a la consultoría estratégica y al diseño de innovación para terceros. No necesariamente crean empresas propias ni se quedan con equity.
En España todavía este modelo de negocio necesita ser explorado, hay un desconocimiento del funcionamiento de los venture studio. Mientras tanto, en ecosistemas más avanzados —Estados Unidos, por ejemplo— este modelo cuenta ya con historias de éxito rotundo. Atomic, por citar uno, ha sido artífice de startups como Hims & Hers, nacidas dentro del estudio y hoy valoradas en miles de millones. En España, estamos todavía en fase inicial. Falta, sobre todo, una comprensión clara del valor que pueden aportar estos estudios —tanto los que crean startups como los que hacen consultoría estratégica— a empresas que siguen atadas a inercias pasadas.
La gran pregunta es: ¿Vamos a seguir gastando fortunas en iniciativas digitales sin alma ni resultados o vamos a construir un ecosistema que conecte la innovación real con las empresas que más lo necesitan? Porque no se trata solo de hablar de inteligencia artificial en conferencias ni de presumir de hackatones. La innovación no puede seguir siendo un eslogan en la web corporativa: tiene que traducirse en productos reales, mejoras operativas y oportunidades de negocio concretas.
Los venture studios, en cualquiera de sus vertientes, tienen el potencial de ser catalizadores poderosísimos. Pueden convertir la innovación abierta en hechos, no en discursos. Pueden lograr que la inteligencia artificial deje de ser la palabra de moda para convertirse en una herramienta que resuelva problemas reales. Pueden tender puentes auténticos entre corporaciones y talento emprendedor, transformando colaboraciones anecdóticas en rutas estables de crecimiento mutuo.
Vivimos en una economía que no perdona la lentitud. La adaptación es supervivencia. Y en ese contexto, los venture studios ofrecen algo que ni la innovación interna excesivamente burocrática, ni la inversión externa plagada de incertidumbre, pueden garantizar: una tercera vía, donde diseño, tecnología y negocio avanzan unidos desde el minuto uno.
No se trata de reemplazar lo existente. Se trata de completar el sistema. De añadir esa pieza que hoy falta para que las grandes empresas —y, por extensión, la sociedad— puedan aprovechar el poder transformador de la tecnología y del talento emprendedor.
Porque al final, como decía Hayek, la libertad es el fundamento del progreso. Y en el terreno de la innovación, la libertad para crear, experimentar y fallar rápido es la única vía para no quedarse atrás. Los venture studios, cada uno en su forma, son hoy esa libertad hecha método.
La pregunta es si sabremos aprovecharla.
***Rafael Tamames es fundador de Vivid Vision